Lídia Fedina
—¡La gente de hoy ya no sabe lo que es el miedo! Yo lo sé porque lo experimenté; viví en una época en la que no nos preocupábamos por las iluminaciones y los enigmas como lo hacen ahora. Mi padre era marinero, como todos mis ancestros. Bueno, en el mar suceden muchas cosas. No me refiero a las tormentas. ¡Qué noches tan terribles vivieron esos muchachos cuando los tentáculos de monstruos se enroscaban en la cubierta, arrancaban las velas y la luz de la luna corría sangrienta por los mástiles! Quien lo haya experimentado gritará si la corriente de aire apaga la vela. Bueno, solo digo eso. —Hizo una pausa y siguió hablando—. Pero lo que quiero contar no solo ocurrió en el mar. ¡Vamos por orden! En aquellos tiempos yo tenía una novia, Marta. Ella siempre me esperaba fielmente, aunque ni siquiera estábamos comprometidos. Aún así, me fue más fiel que muchas mujeres casadas. Pensé que debería darle un anillo. Pero, ¿cómo un marinero muerto de hambre como yo podría permitirse el lujo de un anillo de boda? No luciría bien en la mano de mi Marta, ya que ella siempre estaba fregando el piso. Excepto el que vi en la cabina del capitán; porque parecía perfecto.
»Si la gente supiera lo que les espera cuando se cumple un deseo, ataría su destino a un barco en lugar de desear. ¡Pero no lo saben!
»Estaba de guardia en la cubierta cuando noté que la luna parecía una hoz que caía justo sobre la punta del mástil principal. Le grité a Joe, porque así se llamaba el compañero en la cesta, si allá arriba no se le estaba quemando el trasero. Pero solo hizo un gesto para que escuchara el murmullo. Pasó un tiempo antes de que yo también lo escuchara. Venía desde la ventana del capitán. Y se intensificaba. Joe, de alguna manera lo escuchó primero allá arriba. Pero cuando llegó a mí... cada cabello de mi cuerpo se erizó. No era de este mundo, provenía de lo más profundo del infierno, un sonido que desgarraba, como si hubieras caído entre ruedas de molino.
»No hay escapatoria para algo así. ¡No la hay! Luego, el grito resonó inesperadamente a mi lado. Se clavó directamente en mi médula y luego desgarró mi cerebro. Toda mi sangre se escapó de mi pecho, solo ese horrible sonido vibraba en mi interior, y luego se estrelló contra la ventana del capitán. Quiso salir a la cubierta, clamando por ayuda, pero algo lo agarró y lo arrastró de vuelta a su camarote, llevándose también un trozo del marco de la ventana enganchado... Gritó algo, luego gimió, luego chilló y luego hubo silencio. Me quedé tan petrificado que ni siquiera podía moverme. Me preguntaba por qué nadie venía a ver qué pasaba. Solo Joe gritaba algo, preguntando qué estaba pasando. Era como si nadie hubiera oído nada, a pesar de que la ventana estaba abierta de par en par.
»Algo me tocó el hombro. Una mano pesada y helada. Si hubiera tenido voz, habría gritado, pero ni siquiera eso me quedaba. Algo me hizo girar, y allí estaba frente al contramaestre. Pateó el suelo con fuerza y comenzó a gritarme furioso en la cara. Como si me hubiera quedado sordo, pasó un momento antes de que entendiera lo que quería, y entonces ambos fuimos hasta la ventana de la cabina del capitán. ¡Era espantoso...! Todo estaba cubierto de sangre. ¡Nunca habrás visto algo así! Lo que lo atrapó, lo desgarró, lo destrozó en pequeños pedazos. El contramaestre maldecía sin parar, mientras los demás marineros se acercaban. Rápidamente se dieron cuenta de que no podían hacer nada conmigo, porque apenas parpadeaba. Saltaban sacudidos por violentos espasmos. Y yo permanecí de pie, inmóvil... hasta que vi el anillo allí mismo, en la cubierta, justo donde el capitán había salido para tratar de escapar. Mientras los demás corrían de un lado a otro, pateándolo una y otra vez, rodó hasta mí, y yo pensé en Marta. De pronto me embargó una fuerza tal que me pude agachar para recogerlo. No se lo comenté a nadie.
»Así que mi deseo finalmente se cumplió.
»Estuve mucho tiempo tumbado en la cama, sin poder hacer nada, como alguien que perdió la razón. Cuando le conté al primer oficial lo que había visto, no dijo ni una palabra, pero escribió en el libro de bitácora que el capitán murió en un accidente. Puso que tenía cortes y la cabeza rota. Que algo lo había hecho pedazos, y que la mayor parte de los mismos había desaparecido, no habría sido apropiado...
»Cinco meses después, regresamos al puerto donde vivía Marta. Fue a mediados de febrero, en el día de San Valentín, algo propicio para pedir la mano de una dama.
»Me lavé, fui a la taberna donde ella trabajaba, y cuando tiró el agua del trapeador hacia atrás, me puse frente a ella. Le pedí matrimonio adelantando el anillo, como corresponde. Le gustó, habría dejado que se lo pusiera en la mano, pero sus dedos retorcidos de tanto fregar no permitían que eso sucediera, ninguno de los dedos. Dijo que no importaba, de todas formas no podría limpiar con un objeto tan ostentoso en la mano. Pero lo llevaría atado al cuello con un cordón. Esto es lo que estábamos haciendo cuando salió un hombre a orinar. Suelen hacerlo en un rincón, detrás de la casa... Preguntó qué estábamos haciendo. Quiero decir, ¿qué tenía que ver él con nosotros?, pero Marta le señaló el anillo, sin necesidad de que el sujeto lo pidiera...
»Inmediatamente, el individuo empezó a golpearnos con un bastón, diciendo que habíamos robado el anillo, y aunque le explicamos la situación al tabernero, al final nos echó a Marta y a mí, si no queríamos –como hubiéramos querido– que llamara a la policía. Y le quitaron el anillo. Se lo llevó el fulano ese.
»Marta comenzó a llorar desconsoladamente, suplicó que la dejaran volver a su trabajo, pero yo no podía quedarme. La rabia me asfixiaba, ¡todo fue en vano! Para colmo de males me liquidaron la mitad del dinero del viaje porque estuve involucrado en muchas peleas... No podía hacer nada al respecto. ¡Esta es toda la justicia del pobre!
»Caminaba de regreso a mi alojamiento, cuando de repente vi que se llevaban al truhán en un palanquín. Me adelantaron rápidamente, pero ya se escuchaba el estruendo desde antes de que llegaran. Quien lo haya escuchado una vez, lo reconocerá para siempre. Cuando se intensificó, perforó la carne hasta la médula; los sirvientes arrojaron las varas y huyeron desesperados del sonido. El sujeto intentó salir, pero cuando sacó medio cuerpo del palanquín algo lo atrajo de vuelta y lo hizo pedazos. Tal como ocurrió con el capitán del barco, simplemente permanecí allí, petrificado. Luego, cuando todo terminó, vi que el anillo yacía en el polvo allí detrás del palanquín. Lo recogí.
»Aquí lo tiene. Tallado en marfil, de un hermoso y maduro color de café con leche. Con intrincados patrones que lo hacen más hermoso que el oro. Bueno... si le gustó mi historia, ¡deme algunos dólares!
El hombre, un sujeto de gran estatura, se inclinó sobre el anillo con una lupa y asintió satisfecho.
—Una historia interesante y realmente parece ser una pieza antigua. Pero, ¿es realmente antigua?
—He tenido ese anillo durante trescientos años —sonrió el narrador, que no aparentaba más de cuarenta, aunque el tiempo en el mar hace parecer más viejo a cualquiera porque los fuertes soles curten la tez.
—Bueno, "por supuesto" —El hombre colocó un billete de cien sobre la mesa y agarró el anillo—. Entonces ¿estamos de acuerdo?
—Por supuesto, señor... ¡Buen provecho!
—Disfruto mucho y suelo pasarla bien —dijo pomposamente el comprador del anillo.
—No se lo dije a usted...
Título
original: Vér-vágy
Traducción
del húngaro: Sergio Gaut vel Hartman
Lídia Fedina vive en Budapest, Hungría. Además de
libros infantiles y de cuentos de hadas, ha publicado novelas para jóvenes,
ensayos científicos, novelas policiales e históricas. Entre sus libros de
ciencia ficción y fantasía se destacan A
bűn kódja, Virokalipszis, Idiótazás, Az elfelejtett varázsigék. También participó en varias antologías y
publica cuentos con regularidad en revistas como Galaktika y SF.Galaxis.
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