DUELO
Suray Annys
Las
armas y condiciones de cada duelo se establecían entre los implicados durante siete
horas después del conflicto. Regla que no todas las veces se cumplía.
Luego
de la eclosión mundial la guerra volvió a ser artesanal… cuerpo a cuerpo y con
fusiles. No más tanques, buques, aviones ni bombas. Los duelos se volvieron el
modo elemental de dirimir cualquier conflicto. No más juzgados ni cárceles. El
control poblacional se había reducido a no caer en duelos que estaban liberados
y se podían aplicar desde una rencilla entre hermanos, hasta afrentas
diplomáticas intercontinentales. Ya no existían países. Los continentes habían
vuelto a ser miríadas de “parajes”. Las guerras solo ocurrían cuando los duelos
quedaban empatados, con ambos contrincantes muertos y los sucesores no lograban
ponerse de acuerdo. Podían sucederse hasta tres duelos consecutivos por el
mismo conflicto. Siempre con las siete horas de intervalo para adecuar momento,
equipos y logística. Si en los tres duelos el resultado era empate se debía
organizar una batalla para la que se disponían de setenta y siete horas. La
guerra estaba rigurosamente pautada. Número de integrantes de cada ejército y
equipamientos debían ser igualitarios. Representantes de los parajes vecinos de
los litigantes formaban un consejo de guerra que supervisaba el cumplimiento de
las exigencias.
Los
duelos podían implicar cualquier tipo de lucha siempre y cuando ambos
contrincantes coincidieran.
Esta
vez, en menos de una hora, todas las comarcas vecinas se habían enterado del
duelo y sus particularidades.
Había
confluido tanta gente como no se recordaba en ningún duelo. Los curiosos se
amontonaron en el rosedal machucando los cultivos
El
litigio era de lo más común, una herencia no determinada en testamento, sin
sucesores sanguíneos. Dos amantes de un muerto reclamaban sus despojos. La vieja
casona del lago era una construcción palaciega muy deteriorada.
Una
cocinera había llegado al ayuntamiento. Su patrón había muerto y había dos
hombres discutiendo en la vieja casa.
Cuando
las autoridades llegaron el duelo ya había sido dispuesto. En siete horas
exactas en el patio del rosedal uno de ellos moriría y el otro heredaría sobre
todo el honor.
El
resto fue ver llegar a las gentes equipadas con víveres como quien se dispone a
un día de campo.
Llegada
la hora los contrincantes en el centro de la multitud aguardaron la señal de
inicio. Era la primera vez que el combate constaba de besarse a muerte o hasta
pedir clemencia.
Los
hombres se trabaron en feroz abrazo. Es imposible describir la animalidad
monstruosa del humano cuando el amor se vuelve odio. El público comenzó a
entender que aquello se prolongaría más de lo sospechado. Todo tipo de
expresiones se contrariaban entre sí y hubo hasta quién organizo apuestas.
Cuando
los amantes, ya temblando, apenas podían mantenerse en pie, las caras ardidas e
inflamadas, la gente los vio desplomarse. Muertos. Nadie entendió nada. Entre murmullos
de asombro o decepción y disputas por las apuestas se fueron dispersando. Solo
una anciana ciega y vidente se quedó mirando el sendero del rosedal. Veía
claramente como el fantasma del amado se alejaba abrazado a los otros dos
fantasmas. Llego a escuchar que les decía.
—No
podía elegir ni permitir que me abandonen… si en vida no podíamos estar juntos
los tres sería luego. Sí. Yo puse el veneno que bebimos cuando les confesé que
los amaba a ambos. Morí antes porque comencé a beber mientras los esperaba.
Suray Annys usa el apellido materno para escribir
y publicar. Es profesora de artes, ecologista arboricultora y jardinera y
paisajista autodidacta. Escribe, actúa, y dibuja desde los seis años. Es anarquista,
no cree en el mercado, las religiones, la civilización iluminada por la
ciencia... Por ende, regala y comparte su producción artística burlándose del
valor monetario del arte, el lavado de dinero a través del mismo, los egos del
derecho de autoría y la arrogancia consumista de hacer arte por el arte o
pretender vivir de él. Vivir con arte y poner este al servicio de la
comunicación y el conocimiento es su interés. Deja siempre inacabada su obra,
transfiriendo al interlocutor/consumidor los interrogantes. Le gusta pasearse
como en la vida misma por diversos géneros y materias. Aunque destaca que
prefiere las ficciones filosóficas y la literatura fantástica porque la
realidad es demasiado absurda y bizarra. No publicó nada en ningún lado, a
excepción de revistas autogestivas y redes sociales. Utiliza seudónimos
múltiples para diferentes producciones y rara vez colabora en creaciones
colectivas. Para acceder a su trabajo el único modo es el azar o el contacto
directo.
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