RECUERDOS DE UN
AYUDANTE DE FOTOGRAFÍA
Rogelio Ramos Signes
No fue la única foto que sacamos ese día; las tomas
fueron numerosas. En algunas, ellos aparecen de frente, en hilera, y creo que
hay varias que están muy buenas. Otras, donde se los ve desde atrás no me
gustan tanto, pero conceptualmente hubiese tenido mucho sentido elegir una de
esas: estaban yéndose, estaban alejándose de sus seguidores. Además hubiera
pesado, y mucho, la parte lúdica de toda la puesta en escena. ¿Quién es el de
traje negro? se hubiesen preguntado quienes no reconocían a Ringo de espaldas.
¿Quién es el que lleva camisa de tela de jean? podrían haber inquirido quienes
no distinguían a George. ¿Y el que va todo de blanco? Aquello habría dado que
hablar. Hasta se podrían haber organizado concursos para que la gente se
arriesgara a decir quién es quién y todo eso. Pero no. La foto no era amable;
era hermosa, eso sí.
Ninguno de los cuatro tenía ganas
de posar. En los estudios le habían pedido a Ian McMillan que hiciera media
docena de tomas, e hizo muchas más. Montó la cámara en medio de la calle,
mientras yo le pedía a tres policías que detuvieran el tránsito.
Al principio algunos
automovilistas se sintieron molestos y atronaron con las bocinas de sus coches;
pero luego, cuando vieron de qué se trataba, detuvieron los motores, se
acercaron hasta la pequeña barrera y terminaron aplaudiendo. Algunos corrieron
a buscar papel y lápiz para que los muchachos les firmaran autógrafos.
Aunque ellos no estaban de buen
talante, igual accedieron a vestirse con ropas totalmente diferentes; incluso
Paul (¡cuándo no, haciéndose notar!) decidió no ponerse zapatos, y cruzó la
cebra callejera descalzo todas las veces que fue necesario; a veces fumando, a
veces no; y siempre con el paso cambiado, como le sugerí. “Esto, sin mucho
esfuerzo, va a dar que hablar” les dije, y a los cuatro les agradó la idea.
Después se han dicho muchas cosas al respecto (diez mentiras por cada verdad),
pero la bola ya había sido echada a rodar, y resultó imparable.
Fue un viernes; el 8 de agosto de
Cuando volví a la Argentina,
cuarenta y cinco años después y ya jubilado, pude comprarme un departamento
cerca del centro. Recuerdo que lo primero que hice fue encargar una gigantografía
para cubrir íntegra una pared de mi pieza, la que está frente a mi cama. Y ahí
sigue, cada día, cada noche, acompañándome. Yo fui parte de ella; en realidad,
fui parte de la historia de esa fotografía.
A veces, en la penumbra de la
habitación, me sirvo un vaso de whisky, me recuesto y pongo el disco. En cuanto
John Lennon empieza a decir “shoot me” y da unas palmadas en el micrófono,
siento que vuelvo a tener veinte años, que la paz es posible, que todo lo que
necesitamos es amor y que el mundo está en orden.
Otras veces, simplemente me
despierto.
Rogelio Ramos Signes nació en La
Rioja en 1949, pasó su infancia en San Juan, su adolescencia en Rosario, y
reside en San Miguel de Tucumán desde 1972. Publicó numerosos cuentos y
microficciones en antologías y revistas, y los siguientes libros: Las escamas del señor Crisolaras
(cuentos, 1983) Diario del tiempo en la
nieve (novela, 1985), En los límites
del aire, de Heraldo Cuevas (novela, 1986), Soledad del mono en compañía (poesía, 1994), Polvo de ladrillos (ensayos, 1995), El ombligo de piedra (ensayos, 2000), En busca de los vestuarios (novela, 2005), Un erizo en el andamio (ensayos, 2006), La casa de té (poesía, 2009), Por
amor a Bulgaria (novela, 2009), Todo
dicho que camina (microrrelatos, 2009), El
décimo verso (poesía, 2011) y La sobrina
de Úrsula (novela, 2015). Ediciones Desde la Gente le editó la antología Monoambientes, microficciones del NOA
(2008); y La aguja de Buffon la antología Cuaderno
Laprida (2016) en homenaje a David Lagmanovich.
Magnífico!
ResponderEliminar