Gonzalo Montero Lara
¿Serán disfrazados ensayando para el carnaval?
Iván Prado, “Vuelo hacia el Infinito”
Pedro es un escritor invitado al cierre del carnaval valluno; comparte la testera integrando el jurado calificador de comparsas de alegres bailarines y la picardía de las coplas destinadas especialmente a golpear los curtidos cueros de los políticos de turno, unos en la administración del poder y otros en la oposición en busca de lo mismo.
Pasan las numerosas columnas de comparsas danzando la rica diversidad cultural: saya, morenada, salay, tinku, llameradas, tobas, que son los paisajes vivos de una colorida serpiente de escama humana que recorre ondulando la ruta asignada, contorneada por gentío ávido de aprisionar con los ojos bien abiertos y los oídos aguzados, todas las imágenes voces y sonidos que comentarán el resto del tiempo hasta el siguiente carnaval.
Los lugareños cuentan al invitado que llegó poca gente del exterior por la enfermedad.
—“...hay paisanos del pueblo hasta en la Luna” —bromean alegres—, pero la mayoría siempre vuelve al pueblo.
Algunas casas de dos o más plantas recién construidas ostentan arquitecturas novedosas que contrastan con vetustas construcciones de antaño, son testigos de la ganancias en lejanos países, pero algunas comentan en voz baja algunas proceden del blanco lavado de narcodólares.
El escritor, atornillado en una silla, es generosamente atendido con buenas chichas de maíz: amarillas, moradas, qarapiña, k’aimas sin edulcorantes, alguna en especial endulzada y aromatizada con dulces vainas de taq’o (algarrobo) de centenarios árboles que abundan en la campiña. Esta región en particular agasaja a las visitas con aloja que beberla resulta un placer divino. Preparada en base a chicha de maíz amarillo, pigmentada de morado con ayrampu, jugoso fruto de una cactácea, saborizada con canela, clavo de olor y servida en sendas tutumas con coco rallado.
Cuando ya culmina el paso de las pandillas, ingresan aproximadamente una docena de personajes de tez morena y talla baja disfrazados con bulbosas cabezas calvas, rostros inexpresivos dotados de enormes ojos negros rasgados, con una vaga insinuación de narices, pequeña boca sin labios y todos enfundados en una especie de trajes azulados muy pegados al cuerpo de extremidades inferiores algo arqueadas. No danzan, simplemente se exhiben caminando con leve bamboleo, moviendo las cabezas y observando al público. Marchan precedidos de un ejemplar más alto que el resto, quien saluda con el brazo levantado y la palma abierta. La mayoría de asistentes sorprendidos concluyen que se trata de un número sorpresa para cerrar el acto, organizado por algún colegio de niños citadinos dirigido por un ingenioso profesor.
El turbado presentador del evento aferrado al micrófono busca
referencias de la comparsa o pandilla en la lista de participantes sin lograr su cometido, así que anuncia por los altavoces de manera improvisada:
—Para cerrar esta despedida del carnaval valluno con broche de oro, se presenta la comparsa de los “Etes”... mejor dicho, “extraterrestres”. —El gordito locutor ya repuesto del impacto y luego de limpiarse el sudor de la frente, solicita un fuerte aplauso del público presente para tan inaudita presentación. Una ovación resuena entre risas, aplausos y comentarios, rompiendo el hielo del efecto hipnótico producido por la presencia del insólito grupo.
—Son azules, deben ser masistas —señalan algunos políticos de la oposición tratando de abuchearlos y desmerecer su presentación, mientras los oficialistas permanecían callados comentando en voz baja que “...no sabían nada... nadie les había comunicado nada”.
Sin ningún comentario. Silencioso como llegó, el grupo se fue abordando rápidamente una vagoneta de color negro con vidrios polarizados que los aguardaba, conducido por el alto y una pareja con pestañas largas. En un santiamén desaparecen por el polvoriento camino.
Terminado el concurso luego de la entrega de los premios a los ganadores del evento, comienza la comilona valluna y su fiesta bailable. Los presentes e invitados engullen una opípara comida y fruta de temporada, regada de todo género de bebidas fermentadas y destiladas ofrecidas por los anfitriones del pueblo a los integrantes del jurado y autoridades invitadas, los grupos y sus familiares llenaban otros locales de festejo. Pedro, quien había aguantado a pie firme los embates de la vejiga recargada, que no la pudo vaciar toda la tarde, se dirige presuroso al patio buscando hacer aguas.
Los baños están repletos de meones haciendo cola los más pudorosos, entretanto los urgidos marcan territorio donde pueden. Más adentro hay una puerta de madera que separa la edificación de un frondoso huerto de duraznos y un tupido maizal al fondo. Ve salir entre los maíces a una joven pareja, la muchacha mira al piso y se arregla el pelo.
Pedro, con desesperación se pone a orinar sobre un tronco con un débil chorro de dolorosa emisión. Mientras desagua penosamente a goteo, siente una presencia que pronto se hace evidente. Aparece ante él uno de esos “extraterrestres” altos de la última comparsa, pero, en este caso luciendo agradables características femeninas. Sin llegar a reaccionar, apenas logra guardar su dignidad, porque termina paralizado y rígido como una estatua, el entorno se vuelve brumoso y solo escucha una voz que le resuena en el cerebro.
—No temas, no soy una “Gris”, como ustedes llaman a nuestros primos, pero, para ti me llamaré Celeste y no soy de este mundo, provengo del sistema estelar de Sirio. Mi especie es resultado de un proceso mejoramiento genético realizada por la ciencia siriana.
—Yo —contesta angustiado el escritor, dibujando las palabras en su mente— soy Pedro, médico y escritor... pero, ¿qué quieres de mí o de nosotros?
—Conozco tu historia en detalle y hoy vine solo por ti —señala Celeste telepáticamente.
—¿Me llevarás tu mundo?... no hay problema, yo soy solo...
—No, solamente me llevaré “algo” de ti.
—Está bien, pero, no me hagas daño, déjame terminar mi último libro —suplica el escritor con voz desmayada.
—Nosotros no dañamos a los seres vivos; los ayudamos. Solamente vinimos a recolectar un material genético.
—¿Material genético?
—Sí, el tuyo.
—¿El mío?, y ¿se puede saber por qué razón? Habiendo otros más jóvenes y guapos.
—Porque nuestros medidores vibracionales y lectores de energía áurica, en muestras naves de vigilancia, detectaron una mutación favorable en un grupo de humanos, denominados “escritores de narrativa fantástica” de la cual formas parte.
—¿Puedo saber de qué se trata la “mutación favorable”?
—Puedo decirte que la imaginación de estos “escritores” genera una vibración sutil de correlación biogenética, no conseguida artificialmente por nuestros científicos en laboratorio. Esta modificación permitiría abrir nuevos portales interdimensionales hacia las fuentes primordiales de la creación, aun inaccesibles para nuestra ciencia, con lo cual intentaríamos eliminar las expresiones primitivas de la materia viva para obtener seres de luz superiores, quienes acelerarían la evolución de todas las formas de vida amenazadas por la extinción.
—¿Y cómo obtendrás la muestra?
—De tu líquido seminal.
—No, no me refiero a “qué”, me refiero a ¿cómo?
—Hay varias maneras, algunas primitivas y la otra consiste en acercar este cristal a tu zona reproductora, pedirte que desees aparearte para emitir simiente y capturar células reproductoras con el cristal.
—¿Y la forma primitiva?
—Puedo seccionarte un testículo o toda el área con un rayo indoloro de cauterización instantánea, para recuperar y transportar la pieza a…
—¿Y me quedaré sin...?
—Por supuesto —responde Celeste con un esbozo de sonrisa.
—No, negativo, no acepto bajo ningún concepto la castración —aúlla el escritor—, pero, ¿podríamos aparearnos?... somos muy parecidos y luces muy femenina.
—Podríamos —contesta Celeste—, de hecho, hace algún tiempo del cual ya no tienes memoria fuimos una pareja cavernícola de humanos. Teníamos muestro hogar en una cueva. Ese tiempo, yo era el macho... tu atracción sexual por mí resulta un residuo mnémico de nuestra vida anterior, relación de la cual quería averiguar si conservabas memoria, por eso me ofrecí a esta misión, donde además la tripulación de novatos practicó una prueba de autocontrol para pilotos exploradores de nuestras naves interdimensionales, la prueba de valor fue cuando todos desfilamos frente a ustedes... los primitivos humanos; nuestros violentos antepasados.
Un destello se eleva al oscuro cielo campestre como una luminaria más de los festejos carnavaleros.
Gonzalo Montero Lara nació en Cochabamba, Bolivia, el
7 de julio de 1952. Es médico de profesión, poeta, narrador, comunicador social
y humorista. Es un escritor prolífico con una fuerte inclinación hacia la
literatura fantástica con la particularidad de que combina con eficacia lo
ficcional y lo fantástico con elementos indigenistas, costumbristas, sociales,
marginales y policiacos. Ha publicado, entre otros, los libros Miradas del silencio (2004), Latidos del tiempo (2008), Pétalos de sangre (2009), Huellas de Luna (2010), El misterio de
las tres tetillas (2012), Viaje al fondo
del bar (2014) y Punto G, amor con
humor se paga (2016). Con Iván Prado Sejas compiló las antologías De imposibilidades posibles, I antología del
cuento maravilloso en Bolivia (2013) y Sueños
y encanto, cuentos y relatos de Tarata (2014), y con Dennis Morales preparó
Supernova, antología de narrativa
fantástica y ciencia ficción (2015).
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