Itzel Alejandra Flores García
Tenía
un deber que no había podido terminar después de una búsqueda de varios días,
así que decidió no indagar más en la web.
La información no resultaba distinta a lo que decía el profesorado. Los
documentos que encontraba no tenían para él una particularidad que le resultara
interesante, misteriosa o inspiradora. El tiempo estaba a punto de llegar a su
límite y su preocupación se hizo notar en la casa familiar.
―Conozco el lugar exacto al que puedes acudir para encontrar
lo que buscas ―dijo doña Esperanza, su nana, desde la puerta de su habitación―.
Hay un libro singular en la biblioteca del municipio. Anda y ve a internarte entre
sus páginas y lograrás saber eso que quieres.
Él confiaba en su nana porque era una mujer amable,
generosa, pero sobre todo, sagaz. Desde que era muy pequeño siempre lo aconsejó
a no conformarse con lo que escuchaba de otros; le instó a que supiera cómo
pensar por sí mismo, a llegar hasta donde nadie lo haría con facilidad; le
enseñaba qué leer, cómo entender, y el arte de interpretar aquello que leía
para formarse un criterio inteligente y fundado, así que sin pensarlo mucho,
puso pie en el camino y se dirigió a la biblioteca, la cual estaba justo a la
vuelta de su casa.
Había pasado mucho tiempo desde la última vez que había ido
allá. Antes pasaba horas y horas tendido en las alfombras o en los sillones de
lectores sumergido en las páginas escritas por magos y artífices de las
palabras. Su cabeza se había llenado de historias que jamás podría olvidar;
nunca lo haría, a pesar de que ahora se la vivía en los videos inmediatos y
fugaces del móvil, mismos que tenían al segundero en su nombre propio, haciendo
pasar las horas sin sentir.
“¿La culpa fue de los tlaxcaltecas?”, esa era la pregunta
que detonaría su investigación, así que se dirigió al pasillo adecuado, que,
por supuesto conocía y como no había nadie más que él ahí, se sintió a sus
anchas para hacer la pesquisa.
Llegó al estante alfabéticamente correcto y jaló el cordel
de la repisa exacta; cayó un cuaderno de pasta verde botella, “qué raro que sea
así de transparente la tapa”, pensó. Se alcanzaba a leer el título manuscrito: Crónica de los fratricidas. “¿Un
cuaderno en el área de Historia de Mesoamérica?”, se preguntó extrañado. Lo
desempolvó con prisa y se abrió en la página 59 como si tuviera una marca
previa. Las fechas ya no se alcanzaban a ver con claridad porque la humedad las
había borrado. Había páginas con hoyos, otras más en blanco y las letras
estaban muy borrosas. Pasó sus dedos por el papel, acercó el cuaderno a su
nariz y aspiró el aroma. Sus ojos se nublaron y se tambaleó y luego cayó dentro
de las páginas amarillentas, apolilladas, llenas de confesiones. Cayó y cayó en
un torbellino de frases, secuencias temporales y descripciones que no
amortiguaron el golpe.
El acontecimiento que lo recibió al fondo de la página fue
el que narraba la llegada de los guerreros comisionados, quienes hicieron su
aparición en el momento justo en que él se recuperaba del porrazo. Se puso en
pie sacudiéndose los pantalones y, para no ser visto, se escondió detrás de una
columna que estaba a su lado.
“¿Dónde me encuentro?”, se preguntó aturdido mientras los
renglones de la página sucedían.
―Es
inaudito que ese pobre ingenuo quiera detener nuestro plan. En verdad no se ha
dado cuenta de que lograr que el monarca de Tlaxcala les señale la mejor ruta
para llegar a Cholula sin ser divisados, puede ser el inicio de la consecución
de un objetivo central para nuestro reino.
―Llevamos tanto tiempo bajo este yugo que ya no se puede
tolerar. Tantas doncellas y tantas persecuciones floridas.
―Además, hemos constatado que la alianza es lo único que nos
salvaría de este nuevo enemigo. Estos extranjeros son muy poderosos porque
traen consigo artefactos de fuego. Nuestros guerreros opusieron resistencia y,
al intentar combatirlos, los extraños barbados abatieron la vanguardia que
había sido enviada por Xicohtencatl.
―Nos vamos a
arrepentir. Estos extranjeros no son hermanos.
―¿Cómo se te ocurre decir esto? No son hermanos, pero los que sí lo son,
nos oprimen. No merecen nuestra lealtad.
Él, que escuchaba estos diálogos, creyó que entendía, pero se dio cuenta
de que no podía asegurar si eso que pasaba estaba en su mente, en sus sueños o en
la realidad. De pronto, una voz urgente se escuchó desde afuera.
―¡Son espíritus malignos y no respetarán nada! Si les ayudamos a acabar
con los tlatoanis estaremos perdidos también. ¡Entiendan! ―gritó finalmente la voz cuyo sonido se fue
desvaneciendo como si alguien lo estuviera borrando, difuminando.
Él, que estaba detrás de la columna sintió de pronto que algo lo
arrastraba hacia arriba. Fum, fum, fum, las páginas corrieron como si un
ventarrón hubiera entrado en aquel pasillo de la biblioteca del municipio.
De nuevo se encontró con la libreta de pasta verde botella en las manos.
Había estado en búsqueda de esa historia por varias semanas. “¿La culpa fue de
ellos?”, se preguntaba, “eso han dicho siempre”.
Se dirigió a la sala de lectura y volvió a abrir las hojas de papel con
mucho cuidado, era muy raro, estaban en español actual, tendrían menos de cien
años de haber sido escritas. Era imposible que fuera una crónica como la de
Sahagún. El nombre del autor estaba disuelto por el tiempo. Todo eso lo fascinó
y, dispuesto a la experiencia, leyó.
En aquel salón del consejo
se llevó a cabo la alianza fratricida. Los guerreros comisionados estaban
frente a Cortés. En una gran ceremonia se acordó la estrategia y se firmó un
acuerdo de fuero para el pueblo sometido. No pude hacer nada. Me llevaron al
lugar de los prisioneros. Sabía cuál sería mi fin. En las próximas guerras
floridas me entregarían para que no volviera a intentar entrometerme. Yo vine
buscando las pistas, la carne, la piel, las voces, pero al final sabía cómo
terminaba esa historia, y sería mi propio final. Sin embargo, te dejo aquí esta
crónica para que al buscar respuestas no te pierdas en el eterno ciclo de la
Historia. Estás en peligro, si eres un lector atento. Puedes retirarte ahora
para no volver a caer. Ya has escuchado mi voz. Detente aquí.
Parecía que las palabras estuvieran dirigidas a él, así lo percibía. Su
emoción lo hizo leer más y más. Quería saber si lo que decía ahí era cierto. Si
había un peligro real.
Continuó con la lectura y de nuevo un remolino alucinante lo jaló hacia
el vórtice de la página 70.
―El ingenuo entrometido estará en el lugar de los
prisioneros. Lo están llevando ya ―él escuchó a uno decir, y sin ser visto se
encaminó detrás del detenido. Lo vio de lejos y le pareció extraño que sus
ropas fueran diferentes, eran mucho más parecidas a las suyas. Iba con tiento
siguiendo a la comitiva hasta que dejaron a aquel, de la voz urgente, solo, en
una cámara alejada de las otras.
―¿Quién eres tú? ―preguntó él con curiosidad.
―Soy exactamente alguien como tú ―dijo el de la voz
urgente―. Esperanza, mi mujer, lo logró al fin. No puedes negar que estabas
advertido.
Él sintió un hueco en el estómago. Esperanza le había
enseñado bien; era un lector experto y sus inferencias eran acertadas siempre.
―Yo escribí la crónica de los fratricidas. Te toca a ti
continuarla y lo harás muy bien. Un gran lector puede ser un buen escritor
también. La culpa fue de los tlaxcaltecas, de eso ya no puedes
dudar.
Él, se quedó sin habla entendiendo que se quedaría en la
cámara, mientras el de la voz urgente había conseguido salir de las páginas vivas
que había escrito, dejándolo a él en su lugar, listo para el desenlace.
Itzel Alejandra Flores
García estudió la licenciatura en Literatura Latinoamericana en la Universidad
Iberoamericana y se ha dedicado a la docencia y al fomento de la lectura como
actividad principal desde hace 25años. Estudió la maestría en Historia del Pensamiento
en la Universidad Panamericana y ha incursionado en el ámbito editorial en
Alfaguara Penguin Random House y en Editorial Soconusco Emergente. Ha publicado
algunas ficciones y microficciones en el blog SINERGIA del Taller 9 de
escritura creativa dirigido por Sergio Gaut vel Hartman. Es autora del libro de
ensayos. La voz que se hace escritura. La palabra. que se hace voz, que recoge lo más
importante de sus tesis de licenciatura, publicado por Editorial Soconusco
Emergente en 2023.
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