BARRACA 13
Víctor Lowenstein
Advertí su llegada antes que el resto de los
que estamos aquí, la última colonia conocida, barraca trece. El aire frío entra
por mi nariz y mi boca y siento esa invasión impiadosa de vientos helados que
hablan de desprotección y confinación perpetuas.
Dios nos proteja. Dios, y nuestros protectores
terrenales.
Pertenezco a una época antigua; cuando los
inviernos eran inviernos de verdad y las primaveras sí eran los tibios
renacimientos de cada año que era como debe serlo. Y los veranos, amigos míos,
los veranos sí eran la expresión de júbilo de la misma naturaleza. El sol, que
aún recuerdo y ya no se ve, derramaba sus bendiciones sobre sus hijos frutales
y carnales; crecíamos entre goces forestales.
Ni pensábamos en el paso del tiempo, los
ciclos estacionales, el clima normal que disfrutábamos. Vivíamos y ya. Desde
luego las tensiones mundiales existían y me inquietaban solo a mí o a unos
pocos. Lo cierto es que me guardaba mis aprensiones al igual que todos aquí se
guardan sus pensamientos. Vivimos en el miedo. A lo que pueda faltar, a lo que
pueda sobrevenirnos, a perder el permiso que nos otorgan para salir a buscar
alimento cada día.
Otoño significa menos frutos, menos animales
que cazar, más fríos que sufrir. Nos organizamos lo mejor que podemos. Los
hombres salimos a buscar leña y recolectar el alimento que podamos. Las mujeres
cuidan el refugio y crían los niños que son nuestro futuro. Los niños…
Son nuestro tesoro. Los mantenemos aislados
en la mejor barraca del refugio. No es la misma cada año; nos cambian de lugar.
En principio nos confinaron en la barraca 20. Teníamos siete chicos más. Los
cuidábamos; no les permitimos salir afuera, por los peligros y la radiación.
Los que tenemos ahora están bien protegidos, no sólo porque les separamos los
mejores alimentos y agua limpia que conseguimos. También cuentan las vitaminas
que nos dan ellos para que crezcan más sanos y fuertes cada año. Los instruimos
para que sean agradecidos con sus mayores y aprendan a obedecerlos.
Nosotros, los adultos ya estamos cansados. La
vida es dura en la barraca, sólo es luchar para sobrevivir y no otra cosa.
Pertenezco a una época en que los jóvenes soñábamos y luchábamos por un mundo
mejor. No es chiste, pero te ríes cuando sales del refugio y tras caminar
kilómetros sólo te topas con barbechos y tierra muerta; no es posible que nos
hayamos jugado la vida por este páramo donde apenas unos pocos sobrevivimos tan
duramente. No podemos permitirnos quedarnos sin carbón de leña, o sin el agua
que filtramos de riachos medio contaminados. No perduraríamos de no ser por la
protección de nuestros mayores y la esperanza en nuestros niños.
A veces pasamos hambre, pero de alguna forma
logramos salir adelante. Hemos estado semanas sin agua potable, o sufrido
incendios por quedar algún guardia dormido en uno de sus turnos. Todo se
soporta aquí; todo se supera de algún modo.
Lo que nunca podremos permitirnos es
desobedecer a nuestros mayores. Ellos pertenecen a un patriarcado superior.
Vienen de lejos, de una ciudad fortificada que pocos han conocido. No sé nada
sobre ellos ni me atrevo a averiguar. Son tan diferentes a nosotros…altos,
rubios, uniformados. Pertenecen a una casta de sabios por lo que se ve, aunque
debemos bajar la vista ante su presencia. Nos visitan una vez al año. Los he
espiado dando hablando con las mujeres y acariciando las cabezas de los niños.
Con los hombres son menos amables y nos dan órdenes con un extraño acento al
hablar. Hablan poco y se quedan poco tiempo. Tienen algo de militar y mucho de
gobernantes. Después de todo ellos hicieron el refugio y nos metieron en estas
barracas. Es mejor que vivir en la intemperie y sin ninguna protección como la
que tenemos.
Procuramos ser agradecidos. Nos traen
vitaminas para los chicos, botellas de vino a veces y combustible para las
estufas. Son y serán nuestros salvadores mientras acatemos sus órdenes. Es simple.
Una vez al año regresan y nos dan nuevas directivas, nos dejan algunos regalos,
y se llevan otro niño o niña, lo que nos asegura otro año de protección aquí en
la barraca trece, que en el próximo invierno será barraca doce. Ojalá nazcan
más niños los próximos años, y las recolecciones mejoren un poco. Así es la
vida aquí.
Víctor
Lowenstein nació en Buenos Aires, Argentina, el 19 de enero de 1967. Escritor. Autor
de seis libros de cuentos fantásticos. Dos menciones de honor de la Sociedad
Argentina de escritores (S.A.D.E) y primero y segundo premio género cuento
concursos “Siembra de letras” y antologías “Soles de América”. Participación en más de veinticinco antologías
y una docena de revistas digitales. Escribe textos ficcionales, horror, weird, y ensayos sobre literatura moderna. Algunos de
sus libros son: Paternóster, novela
corta, 2014 y Artaud el anarquista,
2015.
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