miércoles, 20 de diciembre de 2023

CONSISTENCIA GELATINOSA

 

Ramiro Gallardo




Llega un extraterrestre, baja de su astronave rodeado de curiosos, la prensa, el presidente. Es, contra lo que cabría esperar, verde. Y blando. Todo lo demás también parece sacado de una poco original historieta de ciencia ficción: nave chata y circular, parietales desproporcionadamente grandes, gran cantidad de ojos redondos, sin párpados. Desciende por la inconfundible rampa plateada.

Un equipo a cargo del primer contacto, compuesto por prestigiosos ufólogos y lingüistas, se acerca. El Ser los esquiva con sorprendente habilidad. Sus movimientos aluden a un amague futbolero: me mando por acá pero te paso por el otro costado. Desconcierto de los lingüistas, no tanto de los ufólogos, como es lógico. Queda cara a cara con el presidente, que extiende su mano. El alienígena duda, pero parece comprender y prolonga también él una extremidad. Gran momento. Quedará plasmado en los Anales de la Historia.

—Chocá esos ocho —esboza el primer mandatario.

—Pico largo nariz corta —responde el extraterrestre mientras enrolla cinco de sus largos tentáculos en los dedos del presidente. Con los tres restantes le hace cosquillas bajo la axila. Todos ríen. El Ser es un tipo de lo más agradable.

 

Fiestas, recepciones, agasajos. Inauguraciones de muestras en museos, apertura de festivales, entrevistas en la tele. El extraterrestre se codea con la crema de la ciencia, el arte y la farándula. Va a ver el clásico de Avellaneda. Visita el Planetario. Está alojado en la Suite Presidencial del mejor hotel de la ciudad.

En un té canasta organizado por la Sociedad de Beneficencia "Coronel Isidoro Peñaloza" de General Rodríguez, el exótico forastero del espacio sideral dice llamarse Nostromo. Se trata de una simple coincidencia, una mala jugada del azar, pero resulta inevitable pensar en el “Octavo Pasajero”. Automáticamente se gana la desconfianza general. Suspenden la visita al café Tortoni y, de más está decir, la partida de naipes queda trunca. Nostromo se retira indignado, no le gusta que hayan suspendido el juego por la mitad. Mucho menos cuando estaba a punto de robar el pozo.

El hotel 5 estrellas en el que se aloja lo declara persona non grata. Es desplazado a una pensión de medio pelo en el barrio de Monserrat.

 

El conserje se llama Daniel Méndez, un tipo al que no le va ni le viene. Exige la semana paga por adelantado. Una vez que se retiran los últimos reporteros y funcionarios, el Ser le pregunta qué hay por la zona. Para relajar, tomar algo, ver chicas lindas.

—Mirá, pibe —dice Méndez mientras traslada con un peine calidad Mascardi el poco pelo que le queda hacia el centro de su calvicie—, con semejante jeta no te van a dejar entrar en ningún lado. Andá al “Madison”, acá a la vuelta: fútbol en directo, vino de cajita, y pool. Más no se puede pedir.

Pero el Ser necesita otra cosa, joda intensa. Sale a la calle y enfila para el lado de Constitución.

 

Se desplaza por la calle Salta hasta Brasil. Luce saco colorinche con flecos plateados, camiseta musculosa blanca, pantalones ajustados a sus múltiples piernas. Lo encaran putas y travestis, pero él jamás ha pagado por sexo y no será esta la primera vez: su experiencia le indica que bicho nuevo corre con ventaja entre chicas locales, por lo exótico, lo extravagante. Entra en un lugar ruidoso de luces bajas y tipos rudos. Se acoda contra la barra. Pide un Gancia, seco.

—Acá se sirve cerveza, vino o Fernet —indica el barman con cara de pocos amigos. El lugar no parece el adecuado para gente de su clase. Sin embargo, y gracias a sus múltiples ojos, cruza la mirada con la de una bella muchacha que anda por ahí, junto a otras chicas de cortas minifaldas y pechos turgentes.

Con el vaso de tinto enfila hacia el grupo de buenas mozas que cuchichean y se ríen y mueven sus sedosos cuerpos al compás de la cumbia.

—¿Solita, linda?

Ella sonríe, pero no responde.

—Noté que me estabas mirando —insiste. La chica gira hasta quedar frente a frente. Ojos con ojos y más ojos. Parece cautivada. Las amigas se distancian con disimulo y arranca el primer baile de la historia entre un ser humano y un alienígena. Suena Damas Gratis.

Acá llegaron los jamaiquinos,

acá llegaron los jamaiquinos,

avivate y pasame un fino.

Mirá esa zorra como baila,

mira esa zorra como baila,

hasta abajo mostrando la tanga.

Hasta abajo mostrando la tanga.

 

La piba mueve el culo con potencia. Nostromo, que siente cómo se le activan los centros del hipotálamo, sacude el organismo desparramando virtuosismo sobre la pista de baile. Pocas veces se ha visto en el barrio tal despliegue de extremidades y tentáculos. No pasa mucho tiempo sin que se corra la bola, llega gente de todos lados, el boliche arde. Se baila al palo. Ella le enseña lo que es un buen perreo y el Ser descubre el “rozamiento”, práctica desconocida por sus latitudes. Se entusiasma; se desorienta; se descoloca. No puede parar de frotar, cosa que al principio resulta del agrado de la joven hasta que la cosa se va de mambo. El tipo va demasiado rápido. Ella intenta liberarse, pero son demasiados los apéndices que la sujetan. Cuando se libera de uno ya está avanzando otro y otro más que le toca las tetas, el culo, la concha. El Ser va volviéndose paulatinamente más viscoso y resulta imposible despegarse, está envuelta por toda una gelatina verde adhesiva y tambaleante. Entonces, en un intento desesperado, la muchacha lo muerde, arrancando un cacho de cuerpo. La carne se desprende más fácilmente de lo que ella hubiera imaginado. Distingue con claridad la marca de la mordida. El alienígena tiene gusto a gelatina de manzana. Muerde de nuevo. Otra vez. Una vez más.

Nostromo, a pesar de ser insensible al dolor, no es estúpido, y rápidamente se da cuenta de que lo están devorando. Se asusta, pero es tarde: la señorita, que a esta altura de la noche tiene hambre, mastica sin parar. Para peor se prenden las amigas y un pibe al que la gelatina de manzana no le agrada, pero que ve en la masticación conjunta una oportunidad para levantarse a una de las pibas, cosa que logra después de ingerir un cacho de tentáculo entre risas y más risas y pedazos de alienígena que pasan de boca en boca al ritmo de la cumbia.


Ramiro Gallardo nació en Buenos Aires en 1974. Es arquitecto y escritor, profesor en la FADU, UBA, e integrante de varios colectivos como Pequeños Urbanismos, Un lugar para vivir cuando seamos viejos o Galpón Estudio, siendo este último en el que desarrolla mayormente su actividad profesional. Sus Cuentos de terror playero forman parte de la antología del Cuento Digital Itaú 2012; “Bajo el agua tomando el té” resultó finalista de ese mismo concurso en 2014. En 2015 “La casa en el médano” obtuvo el segundo lugar en el Premio Internacional de Relatos Patricia Sánchez Cuevas. En 2016 quedó finalista con “Capítulo 89” en el XV Certamen de Relatos Pilar Baigorri. Su cuento “Dos veces en Bolivia” forma parte de Estaño y Plata, antología boliviano–argentina de ficción especulativa. Desde 2017 escribe en El Anartista, y desde 2018 en la sección de cultura de Agencia Paco Urondo.

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