EL SEÑOR DE LAS LIENDRES
Armando
Azeglio
—Leer, leer y leer —me dijo el
viejo—. Sin pausa, sin método, sin fatiga. Años y años hasta entrar en una
especie de trance que te conecta con la fuente de todo. Con el otro mundo. El
mundo donde yace toda escritura, todo arte, todo lo que ha muerto y lo que
alguna vez vivió. Pero también todo lo que no ha llegado a ser. La idea era
conectarse con el inconsciente colectivo de la humanidad, con el gran
escenario, las grandes bambalinas que subyacen detrás de la escenografía.
Detrás de los oropeles, los Papá Noel de plástico, las prótesis de silicona,
los autos descapotables, las rubias platinadas, las sopas deshidratadas, las
computadoras, las latas de cerveza, los condones usados, el papel higiénico… —Y
siguió farfullando una ristra demente de sílabas incomprensibles con una voz
ajena. Me pareció que su voz me rogaba desde lejos, tras el velo de un cántico
o un mosconeo asumiendo una pulsación regular. Era el sonido del pasado, de los
manuscritos iluminados, de los recónditos incunables, de las iglesias frías, de
los rollos que se entierran para ser descubiertos en siglos, del punto exacto donde
la poesía y la profecía se juntan. Fue como si un fino velo que lo cubría todo,
absolutamente todo, fuese retirado por la salmodia que entonaba el mendigo.
Entonces, todas las palabras aparentemente vacías que me rodeaban, me habían
rodeado o me rodearían, en todos los libros leídos a lo largo de mi vida, en
las vallas publicitarias, en los diarios de los quioscos, en las latas de
conserva, en los envases descartables, en las señales de tráfico… fueron finalmente
comprendidas. Cada palabra se coagulaba, se contraía en sí misma apartándose
del resto, pero adquiriendo una carga de significado terrible y apremiante,
como si cada una fuera una parte fundamental de un único y vastísimo poema que
conectaba todas las cosas.
Un resplandor
fantasmagórico de color rosado emanó del viejo dándole a su sombra una longitud
inverosímil. Sus ojos –ojos inhumanos– eran en ese momento de un frenético
color azul.
Pensé que esta
historia acababa allí, con la descripción de la alucinación con el mendigo, del
“Señor de las liendres” llevándome a casa… pero me equivoqué. Empecé a
debatirme en un mar de elocuciones, desligadas unas de otras, pero iluminadas
por un sentido autónomo e inescrutable, que se entrelazaban a mi alrededor formando
una red de significados. Hilos de significado en diminutos fragmentos de prosa a
plasmar en una hoja. Tal como el viejo me había dicho.
Temiendo que si
me movía todo podía desaparecer definitivamente, como ocurre con los sueños al
llegar la mañana, decidí no pestañar.
Volvió
a tener una mirada perdida, anacrónica, casi nostálgica. Como si fuera un viejo
veterano de guerra que enumera una y otra vez los nombres de los compañeros
caídos en batalla. Apestaba. El pelo tan largo, tan indefinible. Tan lleno de
pijos en cada brisa.
De
la nada apareció una corte de perros sarnosos que parecía dispuesta a escoltarlo
donde él fuera. Y él empezó a escalar una gran montaña de basura en esa vasta
zona de descargas.
En
la cima están esos seres que tanto brillan. Como resplandecientes de autoridad celeste.
Tienen alas de seis metros y el verbo les cuelga de las palmas, de las lenguas.
Son la señal.
Uno
de ellos trae lumbre, el fuego inextinguible de naturaleza divina y el otro,
destellos entre las manos, como millones de soles. El viejo tiembla de emoción y
cae de rodillas. Los ángeles ríen mientras lo bautizaban… empapado de gloria.
El de la lumbre acerca el fuego. Arde el “Señor de las liendres” en una tarde
de junio. El humo marrón sube al cielo.
Y
es aceptado.
Armando Azeglio nació en San Juan, Argentina en
1964. Es Licenciado en Administración de Empresas y máster en Planificación Pública del Turismo. Profesor titular de las materias
Investigación de Mercados en la
Universidad de Quilmes (UNQ), Planificación de Espacios Turísticos y
Marketing de Servicios Turísticos
(UADE). Ha trabajado como capacitador de la AHT (Asociación Argentina de
Hoteles de Turismo) y como gestor de contenidos para Webs de varias
administraciones polìticas. Columnista del Nuevo
Diario de San Juan desde 2001. Ha escrito numerosas poesías y cuentos
cortos. Tiene un blog http//elojociegoblogspot.com donde cuelga sus artículos.
Se declara lector omnívoro, fumador de pipa y admirador de Roberto Bolaño.
No hay comentarios:
Publicar un comentario