LA MORTAJA
Rosa
Lía Cuello
Hacía
varias jornadas que se quedaba en la casa estudiando esa asignatura que le
quitaba el sueño. Su estado de conciencia no era óptimo, y física nunca fue su
materia predilecta. Sin embargo, se propuso desglosar los hechos. Había otra
razón aparte del estudio. Desde hacía varias noches un hombre de capa negra la
observaba desde la esquina. Y hoy estaba otra vez allí. De sus ojos, (imposible
adivinar el color), parecía fluir un reflejo rojizo. Tal vez me equivoque,
pensó, mirando bien es una lucecita chica, como la de los gatos en la oscuridad.
En ese momento el individuo comenzó a acercarse; sus pies parecían no tocar el
suelo, daba la impresión de volar y lo hacía dado que su capa se balanceaba y él
tomaba una posición casi horizontal.
Desde la
baranda de su balcón lo siguió mirando. Se aferró a los barrotes de madera.
Sintió que él aterrizaba a su lado y la miraba fijo, no podía moverse, no podía
escapar y no sabía si en realidad quería hacerlo. Deseó que el tiempo se detuviera.
Sí, un físico decía algo sobre eso. ¿Quién era? ¿Einstein? Bueno, que importaba
eso ahora…
De pronto él
retrocedió. Se dio cuenta que ella también, los tiempos eran los mismos. No
importaba la velocidad con que lo hicieran, los ojos del hombre seguían
aproximándose, las luces se movían en el vacío, se acercaban y la acariciaban.
Sintió como si unas cintas de seda recorrieran su cuerpo. Se detuvo. El hombre
hizo lo mismo. Abrió su boca para gritar pero descubrió que él lo hacía
primero.
¿Me leyó el
pensamiento? ¿O su marco de coordenadas se adelanta al mío? ¿Cómo lo hizo?
El individuo continuaba con su boca abierta y su
grito se había convertido en gusanos de seda que trepaban la fosforescencia de
la mirada y llegaban a ella envolviéndola.
Mi velocidad
es cero, se dijo, estoy en reposo respecto a la Tierra. Y los insectos viajan a
la velocidad de la luz. Los hilos no la dejaban moverse. Las larvas trabajaban
con rapidez, o eran tantos que parecían muy activos, tejiendo una especie de
mortaja a su alrededor, o tal vez fuera un capullo. La desesperación se apoderó
de ella. No quiero morir amortajada, caviló.
Sintió calor.
Empujó con fuerza, la seda se resistía, siguió, ahora logró sacar los dos
brazos fuera. Se asió otra vez a las barras del balcón. No sabía bien para qué.
Recordó la cruz que colgaba de su cuello debajo de la ropa. Se soltó y la
buscó. Cuando sus dedos la tocaron el hombre desapareció. Abrió los ojos.
Estaba
envuelta en la cobija, parecía un chorizo. Como pudo se desenredó. Agitada se
sentó en la cama, tomó el vaso de agua de la mesita de luz y sorbió con
lentitud, respiró hondo. El profesor y su maldita insistencia en esas teorías...
Se levantó despacio y se dirigió al balcón a tomar un poco de aire.
Miró hacía todos lados. En la esquina un hombre de
capa blanca la observaba y de sus ojos fluía un reflejo rojo que la hizo
temblar cuando lo vio levantar vuelo, con los brazos extendidos y miles de
gusanos de seda adheridos a su capa.
Rosa Lía Cuello es
Técnico Superior en Diseño Gráfico y Publicitario, escritora y plástica.
Vive en Cañada de Gómez. Ganó premios y menciones nacionales e internacionales en
Poesía, Cuento y Cartas de amor. Participó de numerosas antologías en Chile, España,
Perú, Méjico, Francia y Argentina. Fue Vice-presidente de S.A.L.A.C. y dirigió
el departamento de arte en Revista La ciudad distante. Publicó: Dentro de mí (2001, poemas), Es todo el silencio (2014, poemas), En el nombre de la madre (2019, cuentos)
y Mientras un ángel bebe de mi sombra
(2022, poemas). Participó del proyecto “Santa Fe lee y crece” Condujo el
programa “Palabras con sentido” en Radio Cultural Online.
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