Cumplo con la promesa: siete BIFICCIONES, para todos los gustos, breves y no tan breves, fantásticas, realistas, psicológicas, experimentales, audaces, profundas, divertidas... juzguen ustedes.
ALGO INALCANZABLE
Carlos Enrique Saldívar & Alejandro Bentivoglio
Me sumo en el sueño.
Veo un unicornio correr, intento alcanzarlo, quiero montarme en su lomo, sé que si lo consigo alcanzaré la tan ansiada felicidad que me fuera negada en mi niñez y adolescencia. Siempre ocurre lo mismo, el animal escapa, como absorbido por una bruma y yo quedo solo, tragando polvo hecho de nada. Despierto llorando, la enfermedad corroe mi cuerpo, pienso en la belleza del unicornio, en su perturbadora lejanía.
Otra vez debo rendirme ante la realidad de esta constante derrota. Tengo que conformarme viendo los trofeos de mi habitación. Esas cabezas de elfo que tengo en la pared, las hadas en la jaula. El lugar vacío que guardo para el unicornio domado, su cuerno alzado, su cuerpo feteado, listo para el banquete que imagino a diario.
LAS
RIENDAS
Carmina
Shapiro & Judith Shapiro
—Va a sentir el olor de
los productos químicos, formaldehído, alcohol y otras cosas, pero no se asuste.
Estaban
detenidos ante el último tramo de escaleras que llevaba a la morgue.
—¿Está preparada?
—Sí. No es la primera
vez que vengo.
—Entonces pase, señora.
El
cadáver fue reconocido. Estaba casi perfecto, el rostro intacto y el cuerpo
entero, salvo por el hundimiento en el pecho por donde había entrado la viga de
acero. Le dio pena verlo así, tieso y desvalido en la camilla, pero era de
esperarse que sucediera. Aunque ella insistía con las medidas de seguridad, a
los albañiles en la Luna les parecía una buena idea usar la falta de gravedad a
su favor. Todo les resulta un juego, pensó, y nunca creen que van a ser ellos
los próximos en caer. La tragedia siempre es ajena.
Luego
del reconocimiento la llevaron a otra oficina a firmar los papeles. La empresa
se haría cargo de todos los gastos. Un funeral decentemente preparado para
satisfacer el cotilleo de los medios de comunicación, pero a cajón cerrado. Lo
sentía por la familia, pero eran las cláusulas del contrato que cada trabajador
firmaba: si la muerte ocurría por un accidente laboral, se taparía todo, solo
si aparecía alguna causa endémica se darían los datos y se abriría una
investigación. Infinialls Habitational
Enterprise - Sociedad Anónima Espacial llevaba su nombre con mucho orgullo
y los empleados sabían que la imagen de la empresa estaba primero.
Antes
de salir, el médico forense le dijo que a las dieciséis horas le enviaría el
informe de la autopsia. Luego la señora Ming se fue a tomar un café con un
bocadillo al bar de la estación lunar interplanetaria que funcionaba como
central de viajes, hospital, comisaría, morgue, casa velatoria, y algunas cosas
más. La señora Ming había venido a una inspección contable, y como la
responsable mayor de la empresa en la Luna, le habían pedido que reconociera el
cuerpo del trabajador. Había sido un viaje tranquilo y rutinario y agradecía
que todo estuviera en orden.
No
tenía nada más que hacer, así que terminó su café y su sándwich tostado, y se
acomodó en uno de los sillones en los andenes a esperar su partida.
A
las dieciséis horas su smartwatch
mostró el ícono de un tubo etiquetado, señal de que el informe de la autopsia
acaba de entrar en su casilla de mensajes. Prácticamente se sabía de memoria
las palabras que solían contener esos informes. Había salido todo tan bien en
la inspección y en el viaje en general, que no quería arruinar la racha ni
entristecerse por las familias desmembradas, por lo que proyectó su computadora
portátil desde el smartwatch y se
puso a completar los últimos puntos del informe contable. Trabajó
concienzudamente y terminó rápido.
Estaba
tan satisfecha que no concibió que el informe de la morgue pudiera afectarla
demasiado. Tocó el smartwatch y la
proyección táctil de la computadora cambió a la forma de un archivo de
cartulina. La señora Ming abrió la tapa y pasó las hojas hasta llegar a la
descripción del cuerpo con las hipótesis de muerte.
¿Qué
es esto?, pensó al llegar a la sección de los pulmones. No cabía duda de que la
causa de muerte del obrero había sido el golpe en el pecho, pero nunca había
visto un apartado genético en una descripción torácica. Buscó ayuda en su smartwatch para entender de qué se
trataba. A medida que la suave voz del asistente virtual modulaba la
explicación, sentía cómo le subía el pulso y se le aceleraban los pensamientos.
Los pulmones del obrero habían sufrido algún tipo de metamorfosis a nivel
alveolar que podía ser una mutación individual congénita o producto de la
interacción con el ambiente lunar. Ese hombre necesitaba menos oxígeno para
vivir y había empezado a respirar en la pseudo atmósfera lunar.
Llamó
al médico forense mientras construía en su mente múltiples horizontes de acción
posibles. Como vocera de la empresa puedo conseguir cierta visibilidad en el
mundo de los negocios lunares, pensó.
—¿Esto es lo que yo
creo?
—Esperaba su llamado,
señora.
—Tuve que buscar
información en Internet, la genética no es mi campo de expertise.
—Si cree que el hombre
podía respirar en la Luna, sin oxígeno, sí, es así. ¡Que me parta un rayo si
pasé algo por alto! —el
médico sonaba electrificadamente exaltado.
—No hay rayos en la
Luna, no jure en vano, licenciado —le espetó la señora
Ming, que no aguantaba que le hablaran con sarcasmo. El médico resopló del otro
lado de la línea. Soy la segunda en saber, pensó, y el conocimiento es poder—. ¿Puede haber otros
casos como éste?
—Nada lo impide, señora…
Las reglas dictan que hay que informar al CEO y pedir la cesión de derechos a
la familia. Estaba preparando el envío para maña...
—Yo me encargo —lo cortó en seco la
señora Ming. Si barajaba bien las cartas, tal vez podría llegar ella misma a
ser CEO de la empresa—. ¿Le mandó el informe a alguien más?
—A nadie todavía.
—Bien. Esto es nuestro,
de quienes arriesgamos el pellejo en la Luna. Mientras los peces gordos no
puedan acceder a la información, nosotros tenemos las riendas. Es hora de que
algunas cosas cambien por aquí… —dijo la señora Ming y una sonrisa le
arqueó los labios.
LA
ENTREVISTA
Luciano
Lara & Oscar De Los Ríos
Cuando el edecán le anuncia que una
mujer pedía una entrevista personal, lo primero que le viene a la mente es que está
cansado de los problemas que trae ejercer el derecho de pernada en la estancia. Cuántos han jurado
que escupirán sobre su cuerpo luego de ultimarlo. Seguramente se trata de una
mujer repudiada por llevar un hijo suyo en las entrañas. Por este motivo, Justo
José de Urquiza está a punto de desentenderse del asunto haciéndose negar,
cuando le informan que se trata de una periodista norteamericana. Sorprendido, halagado,
pide que se averigüe el motivo de semejante viaje. El edecán sale y al rato vuelve
con la respuesta: la batalla de Pago Largo y la muerte de Berón de Astrada.
Urquiza acusa el
impacto de esas palabras que traen al presente hechos ocurridos treinta años
atrás. Su mente lo traiciona y lo instaura en la contienda: los gritos
desaforados de los hombres y el relincho de los caballos, se mezclan con las
nubes de polvo, los estertores agónicos de los moribundos y el olor a sangre.
Está preso de un estado casi hipnótico, cuando la voz de una bella mujer con un
claro acento extranjero, rompe el hechizo y un aroma a lilas frescas disipa el
olor de la sangre.
—Buenos días. Marlene Taylor, del New York Tribune.
Urquiza se pone de pie y antes de empezar a caminar hace
chocar sus botas produciendo un sonido seco que retumba en los cuatro costados
de la habitación. Se dirige hacia la extraña, le toma la mano y hace una
reverencia.
—Bienvenida —dice con voz firme pero suave; intenta ser
amable y no espantarla.
—Gracias —responde ella mostrando una incipiente sonrisa.
—¿Qué la trae por estos pagos? Me imagino que habrá algún
motivo que justifique semejante travesía. —Marlene hace una pequeña mueca y de
inmediato despega sus labios como anunciando que la expresión de sus argumentos
es inminente, pero Urquiza la interrumpe—: Espere, señorita —le dice mientras
le extiende la mano para que ella haga lo propio y se deje conducir—. ¡Qué poco
caballero he sido! La invito a tomar asiento. ¿Le gustaría tomar un té?
Ella sonríe, asiente y se deja llevar hacia una especie de
living que se encuentra armado en uno de los costados del cuarto. Se sientan.
Se miran. Ella vuelve a sonreír, pero Urquiza no puede disimular su
preocupación.
—Ahora sí —dice el entrerriano— la escucho atentamente…
Marlene toma aire. Suspira. Parece nerviosa. Hace otra mueca
extraña. Vuelve a tomar aire y comienza:
—A mi país han llegado todo tipo de rumores acerca de la
muerte y el posterior ultrajamiento del cadáver del gobernador de Corrientes
Berón de Astrada.
—¿Ha venido a condenarme? —la interrumpe Urquiza
vehementemente—. No sé qué le habrán contado, pero desde ya le aviso que soy
inocente.
—No es eso lo que busco, excelencia —responde la mujer en un
tono un poco más enérgico—; como le dije, han llegado todo tipo de versiones y,
como la historia ha sido de gran interés para la chusma de mi país, se han
escrito ríos de tinta; hasta se han inventado ficciones al respecto. —Urquiza
eleva su palma derecha como para interrumpir el discurso de la mujer, pero ella
hace caso omiso a sus gestos—. Lo que quiero decirle es que yo no he venido a
condenar a nadie; incluso ni siquiera he venido a usted para que me cuente la
verdad, pues, dadas las circunstancias, dudo que la conozca. —Justo José de
Urquiza mira maravillado a la muchacha, rubia, de ojos saltones celestes y
labios gruesos. Nunca hubiese imaginado una situación similar—. Le decía —insistió
ella—, yo no vine a buscar la verdad, sino una buena historia creíble…
El anciano se siente atraído por la periodista. No es como
las rusticas campesinas de su estancia, a las que ya casi no frecuenta. Ella
quiere una historia, y él le ofrecerá algo más. Claro qué...
―Quiero una retribución ―le dice sintiendo la boca seca. Es
la primera vez que, en vez de tomar a una mujer, tratará de comprarla.
―Nunca imaginé que alguien en su posición quiera vender su
pasado.
―No es dinero lo que busco ―dice con la voz entrecortada. Se
siente intimidado. Justo él, a quien jamás le había temblado el pulso en plena
batalla cuando el enemigo cargaba a degüello sable en mano.
―Usted se ha equivocado conmigo ―responde ella con desprecio
y se dirige hacia la puerta del despacho airada.
―Espere, al menos escúcheme; le estoy ofreciendo la prueba
de que todo lo que le contaron es real.
Con una mano en el picaporte del despacho, la mujer espera
como si no se atreviera a marcharse; está temblando. Urquiza se le acerca por
detrás y pone en sus manos una manea adornada con argollas y virolas de plata
mientras la conduce hacia un sillón y comienza a desvestirla. La joven lo deja
hacer, mientras excitada, acaricia el fetiche hecho de piel humana que aun
sostiene en sus manos y no suelta en ningún momento. Olvidada del hombre que se
balancea sobre ella, piensa en volver a su país con la manea.
Al marcharse, Marlene, se lleva con ella el aroma a lilas.
Dentro del despacho se vuelven a oír relinchos, el olor de la sangre y el fragor de la batalla. Liberado del embrujo de Marlene, el general comprende que no puede dejarla ir con un pedazo de historia y le hace una seña a su edecán, que sale tras ella...
GATO POR LIEBRE
Lucila Adela Guzmán & José Luis Velarde
El gato de Lobsang Rampa se fue a
dar un paseo. Estaba harto de ser considerado gato pensante y más harto aún del
escritor que lo perseguía día y noche. El hombre redactaba con mano febril
cualquier miau y ronroneo. En la cabecita del siamés las palabras aparecidas
eran tan ruidosas que le producían una extraña vibración a la altura de los
bigotes. Punto sensible y neurálgico en cualquier felino; una especie de tercer
ojo como el que le había puesto al escritor en la primera novela dictada hasta
constituir un best seller.
El ojo resultó un fiasco. Lobsang Rampa aún carecía de imaginación y demandaba
más historias del maestro. Así que el gato se escabulló por las azoteas como
hacen los gatos que desaparecen, pero el escritorzuelo convirtió aquella huída
en un viaje astral.
Consiguió publicar otros libros.
Ninguno tan exitoso como el dictado por Fifi Greywhiskers.
LA INTERVENCIÓN
Claudia Isabel Lonfat & Guillermo Corte
—Estas
esculturas están completamente confeccionadas en uróboro —dijo el guía mientras
los visitantes ingresaban a la sala.
Alberto se acercó a una de ellas, que tenía la
forma de un hombre arrodillado mirando al cielo. El material parecía ser una
especie de mármol blanco con tintes rosados.
—¿Le agrada? —indagó el expositor—. Se trata de “la
unidad de los opuestos”, que fue catalogada como su magnum opus.
—Cautivante —respondió Alberto, cordial.
Mientras apreciaba la obra, un absurdo pensamiento
le vino a la cabeza: «no puede moverse dentro del mármol».
De repente, uno de los brazos de la estatua comenzó
a sacudirse, como si quisiera liberarse de su propia estructura. Alberto sintió
un profundo temor, que se incrementó cuando la figura movió también su cabeza,
enfocando su rostro hacia él.
Preso del pánico, atinó a escapar, pero resultó imposible:
su cuerpo entumecido, quedó inmóvil, mientras un hormigueo lo recorría. La
criatura intentaba comunicarle algo, pero antes de que pudiera percibir su
mensaje, se despertó sobresaltado.
«Fue una pesadilla», pensó, feliz de comprobar que era
obra de su subconsciente. Recordó la última parte: «Uróboro, uróboro... ¿de
dónde me suena?».
Movido por la intuición, se acercó a su biblioteca
y tomó un viejo y gastado libro, “Las obras completas de Dieter Clemmens”,
donde encontró un pasaje que se refería a uróboros: “…la serpiente que se come
la cola, la unidad de los opuestos, la cinta de Moebius, el infinito, como
representación de lo cíclico, de aquello que no termina; el eterno volver, el
esfuerzo inútil… Este símbolo ancestral, presente en diversas culturas sin
relación entre sí, muestra la necesidad que tiene el hombre de perpetuarse, y es
representación cabal de su miedo a desaparecer.”
Miró los dibujos que graficaban el texto de Clemmens,
y no pudo encontrar la relación que tenían con el sueño que lo había dejado tan
inquieto. Además, pudo comprobar que entre las esculturas de la galería de arte
no había ningún uróboro. Trató, sin éxito, de establecer alguna conexión lógica
entre la simbología, las esculturas, y esa especie de puja del hombre queriendo
salir del mármol. Pensó en el castigo que los dioses le impusieron a Sísifo,
empujando la piedra cuesta arriba, y esta rodando de nuevo hasta la base, desde
donde debía reiniciar eternamente la escalada. Repetir la misma acción; repetir
cómo una manera de aniquilar la creatividad, no poder descansar en paz. Quizás,
como dijo Camus tratando de develar el mito: “No hay castigo más terrible que
el trabajo inútil y sin esperanza”.
—Al final,
el argelino tenía razón —dijo en voz alta, intentando clarificar sus ideas—; la
vida es un proyecto inútil; un uróboros.
Entonces, recordó dónde había leído el término. Se
trataba de un ensayo sobre el existencialismo que le había enviado
recientemente la doctora Romero Feris, una antigua colega suya. Aún medio
dormido, encendió su laptop y buscó
el párrafo en el archivo:
“... la muerte pone punto final al proyecto de ser,
y, por lo tanto, todo esfuerzo se torna infructuoso, destinado al vacío. Esta
lucha se puede simbolizar mediante la mítica figura del uróboros. Por una
parte, representa lo infinito y, por ende, la búsqueda de lo eterno. Sin
embargo, es su propio carácter cíclico y repetitivo el que la convierte a su
vez en imagen de lo absurdo.”
—La unidad
de los opuestos: lo eterno y lo absurdo. Ser y nada; como pensaba Hegel, dónde
uno comienza termina el otro, cabeza y cola en el mismo punto —se explicó a sí
mismo. Sentía que estaba cerca de una idea importante—. Pero... en el sueño, la
estatua estaba hecha de un material al que se denominaba uróboros. Al moverse,
la figura buscaba escapar de la rigidez que la sustancia le imponía. Por lo
tanto, lo que quería decime es que es posible escapar de esta noción. Pero... ¿qué
es lo opuesto al gasto inútil?
La respuesta la encontró en otro pasaje del libro
de Clemmens: “…en alquimia, lo opuesto a uróboros es el magnum opus, la gran obra. Para los alquimistas, el
logro de la piedra filosofal. Por ende, lo contrario al gasto inútil es
el esfuerzo que no es baladí, lo que logra concretarse, trascender...”
—¡La vida!
La vida no tiene sentido, es un gasto inútil, pero es lo inútil... que busca un
significado, eternidad, su aventura es justo lo que le confiere un propósito. Persigue
lo que carece, está en el punto medio entre tener y no tener... ¡la unidad de
los opuestos!
Emocionado, escribió un correo a su antigua amiga:
“Graciela,
Hoy pude completar la lectura de tu ensayo y estuve
pensando en el reto que me pusiste cuando cenamos la última vez. Ya tengo la
respuesta, me vino en un sueño: ¡vida! El vacío de sentido inserto en ella, el
inexplicable deseo de no ser en vano, es lo que le da sentido.
Espero que podamos vernos pronto, para debatir
estas ideas. Siempre es un placer.
Saludos. Beto.”
Graciela Romero Farías ya había escrito su nota de
suicidio cuando el pitido de su móvil alertó sus pensamientos. Su copa de vino,
repleta de somníferos le garantizaba un pase directo al otro mundo. Pero el
maldito sonido, que odiaba, le llevó a leer el mensaje de su antiguo colega. Un
minuto después, vació la copa en el retrete.
EXTRAÑEJA
Suray
Annys & Hernán Bortondello
Quiero
hacer un trío, le dijo él. Eran una dupla extraña. Luego de una década de
amistad les creció el deseo de compartir más. Sin duda se amaban pero se parecían
demasiado. Esto les llevaba a identificaciones incómodas. Vivian a mucha
distancia y la virtualidad era el lugar de encuentro más frecuente. Con el
tiempo comenzaron a verse los fines de semana. Tantas cosas amaban compartir
que se escurría la arena de sus relojes internos sin que se dieran cuenta.
Se
acariciaban con palabras. Se dedicaban trazos y pensamientos. Se obsequiaban
tiempo que era lo más valioso que poseían. Se lo brindaban en dosis
homeopáticas porque el resto lo tenían comprometido.
Ese
sábado ella se quedó mirándolo en silencio.
El
balbuceó: espero que te guste la idea, me dijiste que deseabas estar con una
mujer.
—¿Quién
es ella?
—Alguien
que conocí por internet.
—¿Y
cómo es?
—Se
parece mucho a vos, es alegre, inteligente, modesta.
—¿Pero
cómo es? ¿Tenés una foto?
Entraron
juntos a sus redes y voayeurearon
comentando sus pareceres.
—Me
agrada, pero no estoy segura de desear compartirte.
—No
me compartirías, es para darte el gusto a vos.
—Jaaa,
si quisiera darme ese gusto buscaría yo alguien de mi agrado.
—Acabás
de decirme que te agrada.
—No
estoy segura, ¿ya probaste la intimidad con ella?
—Nooo,
¿cómo voy a probar nada sin avisarte?
—Bueno,
entonces vela, probala, y si a vos te gusta seguramente a mí me gustará. Sondeala
a ver qué es lo que busca, cuáles son sus intenciones. Tiene que tener claro
que nosotros somos una extrañeja y que ella será solo un juguete sexual.
Una
inquietud se instalo entre ambos. Se juntaban por la noche en sus pantallas, ella
lo interrogaba sobre sus avances, él le contaba sus encuentros tan
superficialmente que ella, al tercer fin de semana, le preguntó directamente:
—¿Ya
te la cogiste?
Que
sí, que no, que un poco, que no tanto, que bien pero no mucho, que tenemos que
juntarnos los tres.
Por
ese entonces un ex marido de ella también había resurgido del pasado más bien
reciente. Así que avisó que se estaba hablando con él y que pronto se
encontrarían a “tomar un café”. Por otro lado la jugueta era viuda desde hacía
tanto que ya podía ofrecer una cuasi virginidad.
Él
comenzó a llamar más temprano acusando cansancio o malestar sacándose el
trámite de encima para quedar libre para su nuevo criptoamor. Ella reemplazo
esas sensausencias con fluidez virtual; con su ex.
Comenzó
a profundizarse tanto la incomunicación que un viernes al encontrarse, se dijeron
casi al unísono que el sábado cada quien tendría visitas.
Vendrían
la jugueta y el x. Que hacer o no hacer. Cancelar imposible. Recibirían a los
terceros pero dejarían de lado los intereses sexuales. Ellas se conocerían,
ellos se tratarían, y superado el trance, al volver a ser dos, intercambiarían
impresiones e intenciones.
Ella
recibió primero a su ex y luego a su él con la viuda. Llegaron con poco tiempo
de diferencia y se olía la nerviosidad en el aire. Se instalaron en una sombra
con infusiones y golosinas y comenzó el diálogo. La viuda se reía histérica de
todo y cualquier cosa. El x no se reía por nada. Asentía con la cabeza y hacia
una mueca apretada que simulaba una sonrisa. Ella hablaba histriónicamente
buscando caer simpática, pero marcando territoautoridad en cada frase. El
exageraba su lirismo hasta volver su discurso difícilmente inteligible. Las
risas forzadas y estridentes semejaban el cluequeo de aves de corral.
Toda
aquella incomodidad fue haciendo crecer la tensión psicológica hasta un punto
en que ya fue insoportable, o al menos lo fue para x. Aspiró profundo, y, tras
una larga expiración, se puso de pie, dio los dos pasos que lo separaban de la
viuda y le extendió ambas manos. La jugueta apenas vaciló el tiempo de tres
parpadeos tras el cual extendió las suyas estrechando las que la invitaban. X
la jaló firme pero cuidadosamente hasta ponerla de pie frente a él y luego de
intercambiar significativas miradas, x deslizo sus manos por debajo de su
vestido, y, apretándole con fuerza ambas nalgas comenzó a besarla
apasionadamente; la viuda se dejó poseer y contestó los besos con frenético
hambreardor. Por unos instantes los anfitriones no pudieron evitar que sus
miradas se vieran atraídas por el magnetismo de la escena que se desarrollaba
ante ellos, sin embargo, él, el él de ella, se levantó también de su asiento y acercándose
al dúo atrajo hacia sí a la jugueta aferrándola de la larga cabellera negra que
caía sobre su espalda. Ahora la boca caliente de la viuda cambió de dueño con
pasiva continuidad al tiempo que esas otras manos desgarraban su escote y
comenzaban a sobar sus pechos con cierta violencia. X, no se inmutó por el arrebato, simplemente
abrazó el vientre de la mujer por detrás apretando su sexo contra su trasero.
A
todo esto, ella, la ella de él, la ex de x, seguía absorta en los dos que ahora
era tres; tres que ya no estaban de pie y eran un algo que se entrelazaba y
retorcía sobre el sofá de tres cuerpos. ¿Tres cuerpos arriba de tres cuerpos?,
pensó con un sarcasmo no meditado, y el divertido pensamiento rompió el hechizo
del espectáculo. De pronto ella, la ella de ella, la de nadie más, alisó su
falda, apagó su cigarrillo en el cenicero de la mesa ratona, dirigió una última
mirada a eso, y se evaporó, desapareció, no estuvo más, ni volvió a estar.
Al
día siguiente, despertando entre dos cuerpos, él supo que la extrañeja no
existía más.
SOLDADOS DE LA FE
Iván Bojtor & Sergio Gaut
vel Hartman
Nos habíamos escondido bajo tierra, en un sótano, como
ratas. Estábamos escondidos porque los soldados de la fe, los extremistas que
mastican las mentes de los que no creen en Dios, estaban de nuevo al ataque. Nosotros,
los pocos ateos que seguíamos vivos en el mundo, estábamos protegidos por un
pequeño grupo de intelectuales y artistas, pero ellos eran cada vez menos, y
nosotros también.
—No tiene
sentido —se lamentaba Kurtz, como siempre.
—Algo
ocurrirá y todo dará un vuelco; esto no puede seguir así indefinidamente.
—No seas
ingenuo. ¿De verdad crees que los Grandes Benefactores Galácticos volverán a la
Tierra para restaurar esta ruina? ¡Ridículo!
Me vi
obligado a ceder ante este argumento.
A dos pasos
de mí, Susan, que aún llevaba un pañuelo como si acabara de llegar, se sentó a
mi lado, y también el doctor Stephan, que llevaba días jugando al ajedrez
contra un ordenador, soñando con ganar, pero ninguno de los dos interfería nunca
en nuestras discusiones.
—Tiene que
haber una solución —dijo Gallagher—. Tiene que haber un fallo en el sistema.
Tiene que haberlo.
—Si hay un
fallo en el sistema y lo encontramos, ¿qué hacemos? Podríamos hacerlos más
fuertes.
Nos quedamos
en silencio mirando las paredes encaladas.
¿Cuánto
tiempo deberemos quedarnos aquí sentados? ¿Cuánto tiempo deberemos escondernos?
Pasa un día tras otro y no hacemos nada, ni siquiera lo intentamos.
—¡Mate!
-gritó Stephan, levantándose de un salto de la silla—. ¡He ganado!
Todos nos
reunimos frente al ordenador y nos quedamos mirando la pantalla.
—¿Hiciste
trampas? —preguntó Gallagher.
-No hice
trampas. Con este programa no se pueden hacer trampas. He ganado y ya está —gruñó
Stephan.
—¡Empieza
otra partida! —dijo Gallagher.
Prestamos
atención. Y cuando Stephan volvió a ganar en la duodécima jugada, Gallagher y
yo nos miramos horrorizados. Ambos lo habíamos entendido todo. Salté y arranqué
los cables del ordenador de la pared; Gallagher destrozó la máquina con un tubo
de hierro que había encontrado en un rincón del sótano.
Los demás se
quedaron paralizados, con los ojos fuera de las órbitas.
Kurtz fue el
primero en darse cuenta.
—¡Saben que
estamos en este lugar! Estamos condenados.
—Salgamos de
aquí, tan rápido como podamos —dijo Susan mientras se ajustaba el chal.
Empezamos a
hacer las maletas, reuniendo lo imprescindible.
El doctor Stephan no se movió, seguía mirando los restos del ordenador. Estábamos
en la entrada del sótano, con los abrigos puestos y las bolsas en la mano, pero
no se movió.
—¡Venga! ¿Qué
espera? —le gritó Gallagher.
—Si salimos
ahora nos atraparán en un minuto o dos. No tenemos forma de que nos ayuden, no
conocemos la zona. Y llamaríamos la atención con estas bolsas tan grandes. ¿No
crees? ¿Y a dónde iríamos? ¿Alguno de ustedes puede decirlo? —Entendimos que
tenía razón. Nos quedamos clavasdos al piso, como si nos hubieran disparado—. Saben
que estamos aquí, en alguna parte –insistió Stephan—. Bueno, solo saben que
estuvimos aquí desde hace unos pocos minutos. Aún no han averiguado exactamente
dónde, porque porque de lo contrario ya habrían llegado. Pensemos como si estuviéramos
jugando al ajedrez, tratando de anticipar algunos de sus movimientos. Ellos
saben que nosotros sabemos que ellos saben. ¿Cuál sería nuestro movimiento
lógico? Ellos creen que ese movimiento sería huir de aquí; creen eso. ¿Estoy en
lo cierto? Nos estarán buscando en todas las direcciones del vecindario. Solo
vendrán aquí como último recurso porque creen que nos hemos ido hace tiempo;
las creencias ante todo.
Su argumento
no me pareció convincente, así que no fui yo quien bajó primero sus maletas,
sino Susan, que en un movimiento inesperado se desató por fin el pañuelo de la
cabeza, lo arrojó resignada sobre el ordenador destrozado y se quitó la
chaqueta.
Kurtz, por
supuesto, gimoteó.
—Esto no va
a funcionar. Tarde o temprano vendrán. Vámonos.
Gallagher
también dejó caer sus bolsas al suelo y empezó a pasearse nervioso por el
pequeño espacio que habitábamos, diciendo lo suyo.
—Puede que
ahora no nos sirva de mucho, pero tengo la sensación de que este puede ser justamente
el fallo de todo el sistema: la fe, lo que ellos creen es rígido, inamovible.
No entendí de qué estaba hablando.
Los autores: Alejandro Bentivoglio, Carlos Enrique Saldívar, Carmina Shapiro, Claudia Isabel Lonfat, Guillermo Corte, Hernán Bortondello, Iván Bojtor, José Luis Velarde, Judith Shapiro, Luciano Lara, Lucila Adela Guzmán, Oscar De Los Ríos, Sergio Gaut vel Hartman, Suray Annys
No alcancé a leer todos; pero los seis que leí, de diversos autores, de mucha calidad
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