El que sigue, un nuevo especial EN CASA AJENA, experimenta una sensible variación con respecto a las tres entregas anteriores. En lugar de un depredador solitario introduciéndose en los hogares de varios escritores clásicos para forzarlos a ser partícipes involuntarios de cuentos "a dos cabezas", tenemos una banda completa de saqueadores, cinco, para ser precisos, invadiendo moradas y sustrayendo jugosos fragmentos para completar sus ficciones. Pasen y lean. Por lo menos, por ahora, los responsables de la tropelía lucen mansos y están tranquilos.
EL TERCER PISO
Mary W. Shelley & Doris Camarena
Dios sabe que el
dinero me hace falta y una mujer en mi situación saca fuerzas para soportar
casi cualquier cosa. En el casi está la trampa. Cuando respondí al anuncio tuve
un buen presentimiento. Subí al tren pensando en la curiosa piedad que la vida
suele mostrar a veces. Yo de vuelta en un colegio así: una venerable
institución que había educado a varias generaciones de añejas familias
pueblerinas. Era lo que necesitaba. Lo que añoraba. Lástima que no fuera para
volver a enseñar, pero eso estaba cancelado. Bastante suerte era que no
supieran de mí ni del penoso asunto que me había expulsado del lugar donde
impartía mi amada clase.
No es que me disguste llevar cuentas y asuntos de administración pero se
vuelve tedioso. Cuando sonó la campana anunciando la hora de comida, agradecí
por el respiro.
En el comedor observé que el personal se mezclaba con las alumnas. Las
muchachas comían y conversaban entre risas, sin ser reprendidas por ello. Eso
me gustó.
Estaba por terminar la sopa cuando ella llegó a sentarse a mi lado. Se
presentó muy cortésmente, cosa que nadie más había hecho conmigo y conste que
no hay reclamo en ello.
Me dijo que había estudiado aquí. Ahora era una de las maestras y daba
clase en el tercer piso. Si no me hubiera simpatizado tanto le habría tenido
envidia.
Salimos del comedor y me propuso mostrarme toda la casa. Subimos y
bajamos escaleras, entramos en habitaciones y más habitaciones. Yo admiraba lo
bien arreglado que todo se hallaba. Los aposentos de la parte delantera eran
muy espaciosos. Los cuartos del tercer piso, oscuros y bajos de techo,
interesaban por su aspecto de antigüedad. Se notaba que a medida que las modas
fueron evolucionando, los muebles de los pisos principales habían sido
transportados al tercero. A la escasa luz que entraba por las ventanas
angostas, se distinguían camas inmensas, antiguos arcones de roble o nogal con
cabezas de querubes y complicados dibujos en forma de palma sobre las tapas.
Junto a aquellas verdaderas reproducciones del arca judaica se veían hileras de
venerables sillas estrechas y de alto respaldo; escabeles más arcaicos aún, en
cuyos respaldos tapizados quedaban vestigios de antiguos bordados hechos por
dedos que hacía dos generaciones se pudrían en la sepultura.
Durante toda la semana apresuré mi labor para poder visitarla. Dejé de
ir al comedor para cumplir con los pendientes en la hora de comida y preferí
llevarme algún bocado que la cocinera amablemente me permitía preparar. Todo en
el entendido de que había que poner en orden la administración. La verdad es
que pasaba más tiempo en el tercer piso que en cualquier otra parte del
colegio, de ahí que tenga una imagen tan vívida de los cuartos, del mobiliario,
de los rostros de nuestras alumnas, porque ella no tuvo inconveniente en
permitirme darles clase también. Yo me sentía feliz y agradecida, era como una
enamorada que lleva en los labios el nombre de su amado y lo pronuncia en la
mínima oportunidad. Esa gratitud me llevó a mencionar la situación del tercer
piso y lo mucho que convendría dotarle de nuevas comodidades. Cualquier mejora
me parecía poco para esas amadas muchachas y su generosa profesora.
Ahora desearía nunca haberlo mencionado y no haber visto lo que usted
acaba de mostrarme: las ruinas ennegrecidas del tercer piso completamente vacío.
El despojo de ese otro que yo visité apenas ayer y que ardió en una hoguera
mortal calcinándose con aquellas almas jóvenes hace ya tantos años.
FORMAS DE CASTIGO
Honoré de Balzac & Joyce Barker
Felipe era escultor y dueño de una antipática personalidad. Cuando tenía que devolver un encargo a sus proveedores, o reunirse con sus clientes, comenzaba a transpirar, y luego hilaba dos o tres palabras, tartamudeando, como si un filtro de su cerebro hubiese colapsado ante una inundación de ideas.
Este tartamudeo, la incoherencia de sus palabras, el flujo de términos con que ahogaba su pensamiento y la falta aparente de lógica, atribuidos a una carencia de educación, eran afectados, y algunos acontecimientos de esta historia bastarán para explicarlos suficientemente. Por otra parte, cuatro frases, exactas como fórmulas algebraicas, le servían generalmente para abrazar y resolver todas las dificultades del comercio: «No sé; no puedo; no quiero; ya veremos». No decía nunca sí o no, ni escribía a nadie. Si le hablaban, escuchaba fríamente apoyando la barba en la mano derecha y el codo en la palma de la izquierda.
Vivió su infancia con los abuelos; sus padres se habían ido de la ciudad a los pocos meses de haber nacido: "Por problemas civiles", le decían sus abuelos. Pero luego de responderle, siempre le pedían que no hablara en un día completo, no importaba si estaba en el colegio. Sus abuelos se encargaban de hablar con los profesores; y ellos, debido a la insoportable personalidad de Felipe, aceptaban sin preguntar más allá de lo que sabían: que era un tratamiento alternativo para la tartamudez.
Sus abuelos dejaron de existir cuando aún estaba en el colegio, por lo que su tía Laura se tuvo que mudar a vivir con él. Era escultora, y como Felipe se interesaba por las formas que ella esculpía, le fue enseñando las diversas técnicas que dominaba. Él, con los años, se transformó en un artista reconocido y famoso.
Felipe, al no tener que cumplir más con los ridículos e injustificados castigos de silencio, comenzó a interactuar con sus compañeros de colegio, pero se agotaba rápidamente de tanto ruido innecesario.
La convivencia con su tía era estable y tranquila, y Felipe sintió que ya era un buen momento para preguntarle por la desaparición de sus padres. La mujer le respondió lo mismo de siempre: "Asuntos civiles", para luego pedirle que no hablara por un día, intentando continuar con la aberrante costumbre familiar de castigo."Pero, ¡qué se cree! Aguanté a mis abuelos, ¡pero a ella no!, ¡no soy un niño!", pensó Felipe.
—¡Tía Laura! —dijo con un leve tartamudeo, que iba en aumento—. ¡Qué le pasó a mis padres!
Laura, sorpresivamente, cogió una aguja e hilo de su cartera y comenzó a coserse la boca, como una perturbada. Felipe, horrorizado, corrió hacia ella tratando de quitarle la aguja, pero la mujer, con una fuerza inusitada, lo botó de un manotazo, para luego sentarse a escribir: "Tus padres siempre han estado aquí, tus abuelos también, ahora estaré yo, y Dios quiera que tú también. Somos la familia Formas, nunca te olvides de eso. Ahora soy lo que sostiene a este papel, junto a los otros. Te queremos". Al despertar del terrible golpe, Felipe tomó el papel que estaba sobre una hermosa mesita, junto a dos floreros que antes se encontraban en la entrada, y dos estilosas sillas de comedor que Laura había traído al mudarse. Felipe, emocionado, tomó a su madre y a su padre con mucho cuidado, y los puso dónde estaban antes. La mesita fue pintada de un color más equilibrado.
—Gracias, tía, por contarme todo y enseñarme a esculpir —le dijo a la mesa.
Con las sillas, hizo una fogata en el patio.
—¡Viejos psicópatas! —les gritó, sin tartamudear ni una sola vez.
VIEJA INSTITUTRIZ
Saki & Francisco
Chiappini
No sé si este trabajo me hace bien, se repetía a sí
misma Rose mientras preparaba el té y la bandeja de masas para las visitas de
la baronesa de Yorkshire. La paga era buena pero los recuerdos eran tristes.
Nunca hasta hoy había hablado de esos recuerdos con los amos. No le daban
espacio ni tiempo. Además el contrato era claro, trabajaría en la cocina
ayudando y sería la institutriz de los niños, que ese día estaban de visita en
la casa de los tíos, y no volverían hasta mañana. Fue la señora la que le
preguntó frente a todos, qué la llevó a trabajar con ellos en el castillo.
—Yo nací aquí. Cuando nos arruinamos —explicó
ella— y tuve que salir a dar clases particulares, cambié de apellido. Me
pareció más apropiado. Pero mi abuelo basó gran parte de su infancia en este
castillo y mi padre solía contarme muchas historias acerca del lugar; y, como
es lógico, me aprendí todas las historias y leyendas familiares. Cuando a una solo
le quedan los recuerdos, los guarda y desempolva con especial cuidado. Poco me
imaginaba, cuando entré a trabajar con ustedes, que algún día me traerían a la
antigua residencia familiar. Casi desearía que hubiera sido a otra parte.
Reinó el silencio
cuando dejó de hablar, hasta que la baronesa desvió la conversación a un tópico
menos embarazoso que el de las historias familiares. Pero más tarde, cuando la
vieja institutriz se hubo retirado sigilosamente a sus quehaceres, se armó una
algarabía de burlas y escarnios.
Siempre había tenido ganas,
pero su moral cristiana (secreta religión) no le permitía malos pensamientos. Su
partida sigilosa de la sala no le impidió escuchar claramente las burlas
antedichas. Años de sufrimientos, maltratos, injusticias, desprecios y
violencia se hicieron presentes de repente. Fue en ese momento que preparo con
esmero la última ronda de té. Muy bien no sabemos cómo fue, pero dieciséis
muertos por envenenamiento en un castillo inglés, sigue siendo un record que
aún un siglo y medio después, nadie pudo superar.
EL SANGUINARIO
H. P.
Lovecraft & Alejandro Fabián Alberto Aguirre
Desde que Ivana lo había abandonado,
él cayó en una profunda depresión a raíz de lo cual se aisló de su familia,
amistades y compañeros de estudio. Tras la búsqueda de un sicólogo que pudiera
ayudarlo, dio con uno que le pareció diferente al resto. Gracias a él pudo
enterarse que su subconsciente albergaba
una fuerte carga de violencia debido a un resentimiento guardado por el
alejamiento de su amada. Todas esas conclusiones salieron a la luz por tres sueños que se repetían en el tiempo.
En el primero
estaban reflejada su actividad de estudiante de filosofía, la extraña conexión
con el padre de la joven, un rabino que lo aborreció siempre, y también
aparecía su mejor amigo a quien conocía desde la niñez. En la secuencia, él entraba
a una librería antigua donde el bibliotecario era su ex suegro. Estaba en la
pesquisa de un valioso libro, uno que lo tenía obsesionado. Luego de una
revisión exhaustiva pudo dar con el ejemplar, y al verlo no resistió la
tentación de tomarlo entre sus manos para disfrutarlo, pero lo que sucedió
luego fue incomprensible.
Una simple
mirada al título bastó para sumirlo en el delirio, y algunos de los diagramas
insertos en el texto redactado en un latín vago despertaron los recuerdos más
tensos e inquietantes en su cerebro. Comprendió que era absolutamente necesario
llevarse a casa el pesado volumen y empezar a descifrarlo. Salió de la librería
con tanta precipitación que el viejo judío dejó escapar una turbadora risita al
verle salir. Pero una vez en su habitación, descubrió que la letra ennegrecida
y el estilo degradado eran excesivos para sus conocimientos lingüísticos, y fue
a ver, no muy convencido, al extrañamente asustado amigo para pedirle ayuda en
aquel latín deformado y medieval.
Allí terminaba
ese pasaje onírico al que no le era posible encontrarle un significado, aunque
lo que tenía en limpio era que existía una obsesión.
El segundo
sueño era igual de perturbador, la mujer que amaba aparecía danzando ante él en
un cuarto de hotel pulcro pero con un halo enrarecido, como si hubiera alguien oculto
en el extraño recinto. Ivana lucía sensual, como siempre, pero había algo en su
rostro, algo que no le permitía verla completamente; era una inverosímil nube
negra que cubría las hermosas facciones de la mujer. Luego del baile, ella comenzaba a hacer algo que lo inquietó. Sin
que existiera una razón giró sobre sí misma, como si estuviera desquiciada. Luego
de un momento comenzó a llorar hasta que se detuvo y cayó en sus brazos. El
sintió una desazón como nunca antes había experimentado.
En el último de los sueños, aparecía un río de
sangre, violento y tempestuoso; la arena de las orillas estaba manchada con el
líquido coagulado y hacia el horizonte se vislumbraba un sol tan oscuro como la
esperanza que se cernía sobre toda aquella escena.
Finalmente,
luego de concluida lo que él consideraba la última sesión, en donde el
profesional había logrado “aclarar” su mente, solo le restaba darle un final a
su agonía de todos los días.
En una jornada
de primavera salió de su casa y fue directo a la morada del judío y con placer
degolló al viejo, lo hizo con un cuchillo de carnicero. A su mejor amigo, a
quien lo encontró lleno de culpas en su propia casa, lo apuñaló en el estómago
tantas veces que terminó destripándolo.
A Ivana la
dejó para el final. Sabiéndola cobarde y traicionera, la obligó a confesar su
infidelidad para luego cobrar venganza. La dejó viva en un hotel. Se suicidó
delante de ella porque saber que de allí en adelante sería una muerta en vida
era castigo suficiente.
LETRADO IN FINISTERRE
Stefan Zweig & José Luis Velarde
Mi prima Elva Luz me enseñó a leer cuando yo acababa de cumplir cinco años. No era maestra sino estudiante de preparatoria, pero suele referir que le conmovía verme repasar libros de principio a fin. Añade, cuando le preguntan, que no fue difícil, pues era tanto mi empeño por comprender los textos que fui su mejor alumno. En cambio sus hijos nunca leyeron.
Quizá se parecían a mí, pues nunca acepté recomendaciones y, a diferencia de ellos, leí por gusto cuanta publicación tuve a mi alcance. La biblioteca paterna que iba de novelas policiacas a los clásicos no duró mucho. Comencé a pedir a mis primos que me regalaran sus libros escolares. Pasé muchas tardes en la biblioteca pública. Leía sin importarme mucho comprender o no los significados. Tal formación me hizo acreditar todos los cursos sin problemas. Un día me descubrí inscrito como estudiante de Ciencias de la Gestión Pública. Graduarme fue tan simple como leer de manera sistemática en vez de ir en libre búsqueda de asuntos.
Hoy historia, mañana ciencia ficción, quizá abordar en el mismo periodo textos dispares a la vez. Una hora de teología, dos de novela gótica, un poco del boom latinoamericano y cerrar el día con unas cuantas páginas de ensayos filosóficos.
Leer me volvió solitario. Nunca me importó mucho mantenerme a la moda. Unas cuantas prendas limpias, bien combinadas, han sido suficientes para mantener la apariencia formal exigida por mi empleo. Administro una compañía extranjera dedicada al outsourcing, de ninguna manera necesitaba robar un libro. Nunca lo pensé hasta el momento en que escondí un ejemplar de edición rústica debajo de la manga de mi abrigo.
Quería paladear el placer previo de saber que lo poseía; el deleite artificialmente dilatado que excitaba mis nervios, la satisfacción de imaginar y pensar qué clase de libro prefería que fuese el que acababa de robar. Un libro, por cierto, de letra muy pequeña, en primer término, un libro que contuviese muchas letras, cuantas más, mejor; muchas, muchísimas páginas, para que el tiempo que empleara en leerlo fuese lo más largo posible. Y luego deseaba que fuese una obra que me exigiese un gran esfuerzo intelectual, no superficial, para nada fácil; algo que se pudiera aprender de memoria, preferentemente poemas.
Ni siquiera puedo decir que fue difícil tomarlo. El dueño y los empleados de la librería me miraban como un compañero más. Pienso que lo mismo pude colocar una enciclopedia en una carretilla, sin que ellos mostraran alguna señal de alarma al verme salir y perderme en la tarde.
Mi emoción creció al aproximarme a un café cercano. Un sitio de buen servicio y lo bastante silencioso como para pasar ahí dos o tres horas diarias.
Pedí galletas con jengibre y extraje el libro sintiéndome un prestidigitador.
Y fui un verdadero mago cuando al abrirlo al azar encontré una frase enmarcada con pequeñas rosas. Leí en voz alta: La lectura es un hábito que no siempre viste un monje. Con frecuencia genera melancolía. Propicia alteraciones. Genera mitómanos. Modifica los sentidos hasta enloquecer a quienes la practican en exceso.
Alguien me tomó del brazo. Era un vampiro. Ensarté en su pecho el lápiz bien afilado que siempre acompaña mis lecturas. Lo escuché aullar mientras yo musitaba un padre nuestro. Reconocí el inicio del apocalipsis y corrí hasta el sol envuelto en letras incendiadas. El mundo desapareció conforme fue imposible nombrar los símbolos dispuestos por el hombre durante siglos de ardua nomenclatura.
Honoré de Balzac (Tours, Francia, 20 de mayo de
1799-París, Francia, 18 de agosto de 1850) fue un novelista y dramaturgo
francés, representante de la llamada novela realista del siglo XIX. Trabajador
infatigable, elaboró una obra monumental, La
comedia humana, ciclo coherente de varias decenas de novelas cuyo objetivo
era describir exhaustivamente la sociedad francesa de su tiempo, para hacerle
«la competencia al registro civil», según su famosa frase. Entre sus obras más
destacadas merecen consignarse La piel de
zapa, 1831; El médico rural,
1833; Eugenia Grandet, 1834; Papá Goriot, 1835; La muchacha de los ojos de oro, 1835; La duquesa de Langeais, 1836; El
lirio en el valle, 1836; César
Birotteau, 1837; Las ilusiones
perdidas (1837/1843); Esplendores y
miserias de las cortesanas (1838/1847); Un
asunto tenebroso, 1841; Ursule
Mirouët, 1842; La prima Bette,
1846; El primo Pons, 1847 y El
reverso de la historia contemporánea, 1848.
Howard Phillips Lovecraft (Providence, Rhode Island,
Estados Unidos, 1890 - Providence 1937), fue un escritor estadounidense, autor
de relatos y novelas de terror y ciencia ficción. Se le considera un gran
innovador del cuento de terror, al que aportó una mitología propia —los Mitos
de Cthulhu—, desarrollada en colaboración con otros autores, territorio que
continúa siendo visitado y utilizado por innumerables autores actualmente. Es
posible dividir la obra de Lovecraft en tres etapas. La inicial es la de Weird
Tales, que en 1917 le publicó el primero de sus relatos fantásticos que vería
la luz: “Dagon”. Siguieron otros cuentos, la mayor parte en la misma revista,
alternando los escritos en ese momento con otros, producidos durante la
adolescencia. La segunda etapa fue la “fase dunsaniana”, en la que, deslumbrado
con la fantasía del irlandés, le copió en cierto modo el estilo. Finalmente
llega la época de los mencionados Mitos de Cthulhu, en la que se consolida
definitivamente el universo de horror que lo haría póstumamente famoso. Entre
sus obras pueden ponerse de relieve La ciudad sin nombre,
1921; Herbert West, reanimador, 1922; La llamada de
Cthulhu, 1926; La búsqueda en sueños de la ignota Kadath,
1927; El caso de Charles Dexter Ward, 1927; El horror de
Dunwich, 1928; El que susurra en la oscuridad, 1930; En
las montañas de la locura, 1931; La sombra sobre Innsmouth,
1931; Los sueños en la casa de la bruja, 1932 y El que
acecha en las tinieblas, 1935.
Hector Hugh Munro (Akyab, Birmania Británica, 18 de
diciembre de 1870-Beaumont-Hamel, Francia, 14 de noviembre de 1916) escribió
toda su obra utilizando el nombre literario de “Saki”. Profesores y académicos
ingleses lo consideran un maestro del relato corto y a menudo se lo compara con
O. Henry y Dorothy Parker. Recibió influencias de Oscar Wilde, Lewis Carroll y
Rudyard Kipling, y él mismo influyó en A. A. Milne, Noël Coward y P. G.
Wodehouse.Sus personajes están finamente dibujados y sus elegantes tramas han
recibido muy buenas críticas. “El cuentista” es un relato que promueve la
reflexión en torno a la función de la literatura y la imaginación y “Tobermory
se vale de un recurso fantástico para ironizar sobre las falencias e
hipocresías humanas, aunque su cuento más famoso quizá sea “La ventana abierta”
. Además de los innumerables relatos, Saki escribió también tres obras
teatrales y las novelas The Unbearable
Bassington, 1912 y When William Came,
1914), además de una parodia de Alicia en el país de las maravillas (The Westminster Alice, 1902).
Mary W. Shelley (Londres, Inglaterra, 1797-1851) fue hija del filósofo William
Godwin y de la escritora y feminista Mary Wollstonecraft. A los pocos días de
su nacimiento la madre, quien había escrito Vindication of Women Rights,
murió dejando a su marido al cuidado de Mary y de su hermana de tres años y
medio, Fanny Imlay. Siendo una niña solía ir al cementerio de Saint Pancras,
donde fue enterrada su progenitora y sobre la tumba aprendió a leer. En 1814, a
los dieciséis años, Mary abandonó su hogar y su país con el poeta Percy
Shelley, con el que había iniciado una relación a pesar de estar casado. La
pareja viajó a Francia y a Suiza. En 1818, cuando tenía apenas veinte años,
publicó Frankenstein o el moderno Prometeo, el libro que muchos
consideran la piedra basal de la literatura de la ciencia ficción y que
aún hoy se erige como uno de los grandes relatos de horror de todos los
tiempos. En cambio no logró demasiado éxito ni popularidad con ninguna de sus
obras posteriores, pese a que escribió otras cuatro novelas, varios libros de
viajes, relatos y poemas. Su novela El último hombre (1826),
considerada lo mejor de su producción, narra la futura destrucción de la raza
humana por una terrible plaga. Lodore (1835) es una
autobiografía novelada. Además, escribió biografías de personajes de España,
Portugal y Francia. Mary falleció en Londres a causa de un tumor cerebral
mientras dormía, el 1 de febrero de 1851.
Stefan Zweig (Viena, 1881 - Petrópolis, Brasil, 1942)
fue un escritor enormemente popular, tanto en su faceta de ensayista y biógrafo
como en la de novelista y cuentista. Su capacidad narrativa, la pericia y la
delicadeza en la descripción de los sentimientos y la elegancia de su estilo lo
convierten en un narrador fascinante, capaz de seducirnos desde las primeras
líneas. Es sin duda, uno de los grandes escritores del siglo XX, y su obra ha
sido traducida a más de cincuenta idiomas. Entre sus libros más relevantes se
pueden mencionar Carta de una desconocida, 1922, novela; Noche
fantástica, 1922, novela; Veinticuatro horas en la vida de una
mujer, 1927, novela; Viaje al pasado, 1929; Las
hermanas, 1936; Caleidoscopio, 1936, conjunto de relatos
breves; El candelabro enterrado, 1937, novela; Novela de
ajedrez, 1941 (Schachnovelle).
Alejandro
Fabián Alberto Aguirre nació en la provincia de Jujuy, Argentina. De profesión odontólogo,
se recibió en la Universidad Nacional de Córdoba. Escritor de cuentos cortos,
en el 2014 tuvo una mención especial en el concurso provincial organizado por
la SER en Rio Cuarto, Córdoba. En el 2015 su cuento “Noche de brujas” fue
publicado en Chile. En 2017 participó en la antología Latinoamérica en breve.
Joyce Barker
Bucat es una arquitecta y escritora nacida en Santiago de Chile. Se dedica a
los cuentos cortos de ficción. Ha publicado en antologías y en el fanzine Estrellita
mía.
Doris Camarena
es narradora, dramaturga y guionista de cine y televisión. Estudió el Diplomado
en Creación en la Escuela de Escritores de SOGEM y la carrera de Médico
Cirujano en la UNAM. Desde 1995 dirige la revista La Mandrágora, especializada en género negro, fantástico y de
terror. Ha impartido cursos y talleres de cuento de terror y cuento fantástico
en diversos centros culturales. Fue guionista de la tercera temporada de la
serie El Pantera, y de la serie de
terror Historias delirantes.
Francisco Chiappini
nació en el barrio de Almagro, ciudad de Buenos Aires, Argentina, en 1948.
Estudió en el Colegio Nacional Mariano Moreno y tras un efímero paso por la
carrera de Ingeniería recaló en la facultad de Psicología para graduarse sin
mayores sobresaltos para comenzar a ejercer la profesión de terapeuta. Ha
publicado dos libros de cuentos: Purcuapá, 1993 y Zapateo Americano, 1995. La
publicación de su novela Las violetas no son flores está programada para 2024.
José Luis
Velarde nació en 1956 en México. Es coordinador de talleres literarios,
promotor de actividades culturales y maestro en diversas instituciones públicas
y privadas; en años recientes director de producción y operación en el Sistema
Estatal Radio Tamaulipas; y director de Radio Universidad Autónoma de
Tamaulipas. Es el responsable del sitio Literatura Virtual. Entre muchos otros libros,
ha publicado La Crónica Ignorada del Hombre, poesía, 1995; A
Contracorriente, el Rock & Roll 1954-1994, ensayo, 1996; En
busca del Nuevo Santander, divulgación histórica, 1999; Nos
quedamos sin nosotros, narrativa, 2003; Contradanza, novela,
2014; Norestense, novela, 2014.
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