Cambio
Cristian Mitelman
Hay un momento entre la noche y la primera claridad en que a los hombres les es permitido cambiar su destino. Dura menos de una fracción de segundo y no es lícito permanecer la noche en vela para apresarlo. Su aparición debe ser fortuita.
Dicen que hasta ahora un solo hombre pudo lograrlo. Era un pintor austríaco que, tras haber fracasado en sus intentos académicos, deseó ser el poseedor de millones de vidas.
Cría amebas y tendrás remordimientos
José Luis Velarde
Hay mascotas maravillosas y otras indeseables, pero jamás he manifestado desaires ni al propietario ni a la atrocidad que algunos exhiben con orgullo. Quizá alguien camina por la calle con una riska enroscada en alguno de sus cuellos y a mí no me importa. Jamás le diría que tiene un rostro amoratado o que las riskas huelen mal. Sé que no debe desdeñarse ninguna forma de vida por abominable que parezca. No hace mucho regresó una expedición de la Tierra con bípedos de regular inteligencia y proverbial estupidez. Poseían diversos lenguajes, pero no eran capaces de entenderse entre ellos. A pesar de la fealdad evidente compré el que parecía más listo. Reprobó todos los exámenes. Siempre gritaba que había sido abducido y que necesitaba volver a su planeta. Tanto fastidió que decidí entregarlo a mis amebas carnívoras que lo devoraron con indiscutible placer. Lo saborearon tan despacio que tardó más de tres flankis en morir. Quizá ya te preguntas qué tiene de extraordinaria la historia. Deshacerse de una mascota fastidiosa no es nada fuera de lo común, pero permíteme añadir que mis amebas sufrieron una extraña indigestión que me hizo gastar una fortuna en la clínica de especies intergalácticas. Murieron todas las amebas de mi colección, incluso las alfacentaurinas. Aún no puedo perdonarme por alimentarlas con tanto descuido.
Microcuento conjetural
David
Slodky
“A
Laprida y 24 de setiembre”, dije. Vi su mirada deteniéndose en mi rostro;
después de unos instantes, preguntó: “¿Para qué va allí?”. Molesto por su
impertinencia, decidí jugarle una broma erudita, que seguramente no entendería.
“Porque yo soy Laprida, y quiero encontrarme con la batalla en la que no
participé, que fuera tan importante para
el Congreso que presidí”. “Ah, lo sabía…”, dijo. Me sonreí por dentro por la
estulticia disimulada en la pretendida confirmación de lo ya sabido. Poco
después, frenaba en una esquina de Laprida. “Pero acá no es 24 de setiembre”
dije extrañado. “No, estamos a dos cuadras”. “¿Entonces…?”. Se dio vuelta en su
asiento y mirándome fijamente, masculló: “Es que usted murió un 22 de
setiembre, y yo soy Félix Aldao”. Ya el duro hierro que me raja el pecho, el
íntimo cuchillo en la garganta.
Paso de peatones
Javier López
Cruzaba
la avenida, absorto en mis pensamientos. Una relación que no funcionaba hacía
meses, las dificultades económicas, mi problemático hijo adolescente...
La visión
periférica me alertó. A gran velocidad, aparecía un coche cuyo conductor no
debía haber visto el semáforo... ni a mí. Se aproximaba fatalmente. Imposible
evitarlo, imposible que frenara, mi inevitable muerte estaba a pocos metros de
distancia, y yo podía contemplarla.
Para mi
sorpresa, el coche me atravesó limpiamente y pasó de largo. No hubo golpe, ni
sonido, ni dolor. No ocurrió absolutamente nada.
Al fin tuve que
admitir la verdad que había estado negándome todo ese tiempo... En aquél paso
de peatones, yo había muerto meses antes.
Alejandro Bentivoglio
Cuando Paula se mudó conmigo, trajo entre sus cosas una caja roja que me pidió que nunca abriera. No quiso decir qué había allí aunque debió sospechar que la prohibición llamaría mi atención. Durante mucho tiempo barajé posibilidades, una más absurda que la otra. Descarté asuntos de infidelidades, recuerdos de ex amantes o cosas así. También me sorprendía que ella jamás la abriese. Pasé semanas viendo la caja, en lo más alto de una repisa, convirtiéndose en el ocupante más importante de la casa. Finalmente sucedió lo inevitable. Abrí la caja. Adentro no había nada. Decepcionado la dejé en su lugar.
Desde entonces, escucho algunos gritos femeninos, ahogados, durante las noches. Nunca más he encontrado a Paula. Y no me animo a abrir de nuevo la caja roja.
Mucho por aprender
Sebastián
Fontanarrosa
El
soldado más joven, harto de observar la monotonía del paisaje exterior subterráneo a punto de
transgredir el contacto físico,
estiró un brazo observando a su compañero que conducía la unidad en perfecto silencio. Se adentraron
en un tramo de túnel aún más gris.
—¿Podrías
encender la radio? —propuso el jovencito reacomodándose en el asiento.
—Imposible. En
los entronques derechos no
podemos generar vibraciones.
—Todo el día
estuvimos vagando por estos túneles.
—Y
continuaremos haciéndolo durante toda la noche.
—¿Para después
llegar y custodiar el cerebro de nuestro líder?
—Afirmativo.
Eso estamos haciendo, soldado. Desplazándonos dentro de dicho órgano.
Citas
Joyce Barker Bucat
La tomó en brazos y la saboreó como si fuera un helado.
—¿Qué hace, doctor? —gritó el guardia desde el exterior derecho de la celda acristalada.
El doctor, rápidamente, soltó a la criatura. Se apresuró en salir.
—Nada, estaba investigando un poco más. Estos extraterrestres...
—Se supone que nadie debe estar después de las 7:00. Me obliga a registrar el hecho.
—No hagas eso, espera… Podrías tener uno igual —dijo, mostrándole las llaves del auto.
—Pero prométame que...
—Es tarde, hasta mañana.
—Estamos solos, soy el siguiente —dijo el guardia.
La criatura se tornó roja y naranja.
—Sí —respondió.
Magia
Dora
Gómez Q
Fue dispuesta a engañar al Mago, porque ella tenía un sueño
que estaba más allá.
Agazapada
como un gato frente a sus palomas dispuestas a volar, le robó sus secretos
Él no
se dio cuenta que ella podría novelar cualquier esquina de su sonrisa,
cualquier esbelto vuelo de su varita.
Nunca sospechó que ella lo traicionaría con
sus letras.
De su
galera salieron lágrimas en forma de palomas.
Y nunca
más pudo cortarla por la mitad, ni delinear su silueta a puro puñal.
Así, ella
se quedó con sus secretos y con su sueño que estaban más allá.
¿Estoy vivo?
Me
sentía cada vez más débil. ¿Adónde había estado? Me hallaba ataviado solamente
con mi camisa de dormir. Temblando como una hoja llamé a la puerta, y grande
fue mi sorpresa al reconocer a un viejo amigo —ferviente practicante de una
fantochada llamada “mesmerismo”— haciendo de portero. Sus ojos, de por sí
expresivos, casi parecieron destellar de la emoción.
—¡Ha
dado resultado! —exclamó. Tomándome por los hombros, me condujo con infinitos
cuidados hasta mi sillón favorito, frente al hogar—. ¿Cómo te encuentras?
—Exhausto —grazné. Me dolía la garganta
por la tos. La tisis me estaba destruyendo, y los galenos calculaban mi deceso
en días o semanas—. A propósito, ¿qué demonios haces aquí?
Se atusó el bigote antes de
responderme, eligiendo las palabras con delicadeza.
—No lo recuerdas, ¿verdad? Estábamos en
tu dormitorio realizando una sesión de hipnosis. Te dejamos descansar un rato,
pero luego descubrimos que huiste en plena noche. Tengo una mala noticia, querido
Valdemar…
Narciso Gómez
Rosa
Lía Cuello
“…Si abres los ojos
se abre la noche de puertas de musgo”
Octavio Paz
El hombre se miró al espejo como cada mañana, admiró su cabello y se
enamoró otra vez de sus ojos de agua que creía poseedores de secretos. Oyó esa
voz de mujer, que provenía de un sitio que nunca lograba precisar, llamándolo.
Continuó viendo su imagen mientras la escuchaba. Le trajo recuerdos lejanos,
una brisa perfumada se coló por la ventana, sintió ruido de follaje, olió a
musgo en primavera, a flores recién nacidas. El ruido del agua que susurraba
desde un arroyo fue una música de azogue fundiéndose en su piel. Y la mujer
repetía su nombre como una letanía absurda, como un eco.
Intentó
pensar quién era él, dónde estaba, ese lugar le era familiar. No podía apartar
su mirada del agua, no podía dejar de reflejarse. El bosque, la voz…
Recordó que
era Narciso Gómez y se estaba peinando para ir a trabajar. Un destello de sol
le hirió la mirada, quiso volver a su habitación, pero el espejo no se lo
permitió.
La
hipnosis, una metáfora de la vida humana
João
Ventura
Comenzó la
ceremonia promovida por la SIME —Sociedad Internacional de Medicina Esotérica—
para otorgar el Bisturí de Oro al doctor Guillermo Gómez. El estatus de la
asistencia era evidente por las marcas de los coches estacionados en el parque.
Lo que había hecho famoso al
homenajeado era el uso de la hipnosis para curar diversas dolencias, desde las
puramente físicas hasta las mentales.
El doctor Gómez subió al estrado y
comenzó a describir con voz pausada en qué consistía su trabajo. Las luminarias
daban al recinto el aspecto de una acuarela de un pintor expresionista. La voz
del médico era como un arpegio en tono bajo, ondulando en el silencio que
envolvía el espacio.
El primero en sucumbir al efecto de la voz del orador fue un abogado en la
primera fila. Se quedó rígido, con los ojos bien
abiertos enfocados en el infinito. Luego otros miembros del público lo
siguieron, cayendo en trance.
Un efecto inesperado ocurrió cuando el orador, influenciado por la
respiración tranquila y rítmica del público, entró él mismo en trance, quedando
suspendido a mitad de una frase.
Desde hace quince días, hay unos doscientos
cuerpos rígidos
en el auditorio de la SIME. Algunos ya
apestan.
Gastón Caglia
Eran las dos de la madrugada y la voz del locutor se partía en un ronco quejido inentendible. De fondo, como apagando sus alaridos, una marcha militar hacía su entrada con instrumentos de viento altisonantes.
Augusto ya no podría apartarse del aparato durante el resto de la noche. El amanecer lo encontró con la oreja pegada al parlante de su vieja radio a pilas. Los acordes castrenses sobrevivieron a la luna y luego al Sol que ya se mostraba.
Los misiles van a caer en breve, sugerimos dirigirse hacia los lugares menos poblados dado que los blancos son las ciudades. Huyan en orden, arengaba el locutor. Era una orden con tono de súplica y ambiente de velorio.
La música se fue apagando poco a poco a las nueve dejando un silencio impropio de aquel invento. Tras media hora de inquieta calma, la quebrada voz del locutor anunció que dejarían de transmitir pero la frase no pudo ser acabada, una gran descarga de estática fue todo lo que se pudo oír luego.
Apagó el aparato y se vistió con su overol gris topo de siempre, sonrió y con profunda alegría, se dirigió a su taller a esperar su destino.
El bar de los malvados
Guillermo Corte
—No cabe duda de que
he sido el emperador más despiadado de la historia —dijo Calígula mientras
tomaba un trago de posca.
—Pocas cosas se
comparan con lo que hice en Nóvgorod —exclamó Iván el terrible, mientras Yang
Guang los miraba de reojo, sonriendo burlón.
—Ustedes habrán
hecho cosas malvadas, pero ninguno logó que su nombre se convierta en un
adjetivo calificativo.
—¡Otra vez lo mismo
—interrumpió Nerón, indignado— ¡Ya cállate, Maquiavelo!
La derrota
Oscar De Los Ríos
Juan está solo en una habitación de hotel, en perfecto silencio y en total oscuridad. Ha tomado la medicación que le recetó el médico y aun así no puede dormir. Siente la tirantez de los párpados, su cuerpo agotado y en lucha despareja es vencido una y otra vez. Le ordena a su mente relajarse y dormir, descansar, y esta constantemente se rebela. Lleva tres días tratando de dormir sin conseguirlo. Lucha y se rebela hasta que, en un instante de lucidez total comprende que jamás vencerá y abandona la lucha, y entonces se marea, cae en un pozo de sombras; al instante siguiente sonríe, cierra los ojos y duerme relajado y sueña. Sueña que está solo en una habitación de hotel, en perfecto silencio y total oscuridad; ha tomado la medicación que le recetó el médico y… comprende que jamás vencerá.
El día después
Claudia
Isabel Lonfat
El día después quedarán las calles
silentes. Un montón de piedras. Un montón de cadáveres. Todos apilados, como
pequeños monumentos de lo que no pudo ser.
La morguera se llevará los despojos, y
los municipales la basura; ambos con la misma indiferencia.
Un hilo de humo dibujará la madrugada. Pronto
todo se disipará para volver a la normalidad y naturalizar la herida.
Los oficinistas, obreros, maestros,
comerciantes, y hasta los siniestros, regresarán a sus puestos. Se cambiarán las
vidrieras rotas. Despintarán las paredes de reclamos. Se borrará todo vestigio.
Las calles, ahora limpias, escribirán
otra página en blanco.
Las cintas azules
Lidia Nicolai
Los pelos de Carmela
siempre habían sido así, finas cintas azules que la gente admiraba como algo
extraño. Peinarlos era un desafío a tal
punto que el padre había encargado diseñar un peine especial de madera. Desde
el nacimiento la cabeza semejaba una medusa azul de mil tentáculos que no
crecían ni cambiaban de color. Quien la acariciaba
sentía un cosquilleo placentero que invitaba a seguir acariciando. Pero cuando
Carmela se enojaba, las cintas se encrespaban y a veces solían moverse como
látigos filosos. Hasta que un día, Carmela decidió cortarse el pelo. Su familia
y amigos se sorprendieron mucho: ella, por única explicación, comunicó que había
tenido un sueño revelador.
Pero,
cuando la peluquera puso la tijera sobre las cintas, estas
se encresparon, se rigidizaron, no permitieron que se las cortara. Y no solo
eso, al instante la mata de cintas abandonó la cabeza de Carmela, saltó al piso
y salió corriendo con sus mil patas azules. Recién en ese momento, se vio que
Carmela tenía un suave pelo de bebé rojo como la manzana que estaba comiendo.
Con una sonrisa de oreja a oreja Carmela abandonó la peluquería sin la compañía de su azul compañero de vida.
De locos
Carlos María Federici
Miró pasar los automóviles, zumbando como si los
persiguiera el mismo Belcebú. Observó atentamente a las personas, de rostros
duros, de rostros tristes, de rostros extraviados e indiferentes. No hizo
ningún caso de los que se paraban a gritarle: “¡Loco!”, señalándolo con el dedo
y riéndose. Se mantuvo en una pose favorita suya, con la mano derecha escondida
bajo una solapa, el brazo izquierdo doblado por detrás de la cintura, y una de
las piernas ligeramente flexionada.
En determinado momento dio media vuelta y retornó a la máquina del
tiempo.
—Siga construyéndome los globos para la invasión de Inglaterra —le ordenó
a Von Hoffelstinger, el sabio alemán—. El futuro no me interesa: es un mundo
de locos.
No se habría conocido esta insólita aventura suya, pues a nadie la
reveló, ni siquiera a sus mariscales o a los fieles servidores de Santa Elena;
y Von Hoffelstinger, el único testigo, murió casi inmediatamente. Pero, por
fortuna para la Societé d’Histoire, la vengativa Josefina, que consiguió
arrancarle la confidencia entre los delirios de una noche de pasión, la
registra fielmente en sus “Memorias Secretas”.
Una entre lo infinito
Jorge Ortiz
En los miles de millones de personas que habitaron y
habitan este planeta por creación divina, se han producido miles de millones de
historias de vida y existen hoy, miles de millones de ellas sin contar.
Es entonces cuando sé que nunca, jamás, podré calcular cuántas historias
puedo encontrar o concebir en la cíclica e interminable biblioteca borgeana de
Babel que es mi mente; y también, que es cierto que entre ellas existe sólo
para mí, "una" que es “la historia”, esa que aún no hallé y que será
tan especial como para hacerme sentir satisfecho, al dejar este mundo, por
haberme decidido a escribirla.
Acontecimiento
histórico
Jorge De Abreu
El módulo espacial se asentó sobre el suelo con una leve sacudida. En su interior, Neil Armstrong se relajó satisfecho. ¡Habían llegado! ¡Por fin la humanidad había logrado llegar a otro mundo, habían roto la barrera del espacio! Terminó de ajustarse el traje. Las cámaras en el exterior del Eagle filmarían el acontecimiento histórico y estaba consciente de ello. Abrió la portezuela del vehículo y descendió lentamente por las escaleras. En el último escalón dio un pequeño salto y dejó su impronta sobre la arena.
El 21 de julio de 1969 el hombre había llegado por primera vez a la Tierra.
La gente de la Luna saludaba la hazaña durante la trasmisión mundial televisiva.
Una
leve brisa marina le llegó a Armstrong desde el norte, sensación novedosa,
extralunar...
En teoría
Abrahan David Zaracho
Observa como el acorazado “Baluarte” estalla antes de caer hacia la luna Mactron 12. No es una explosión violenta. Es, más bien, una proyección parsimoniosa de luces, chatarra y silencio en el vientre del abismo espacial. Mientras la mole desaparece en el cuerpo sulfuroso, el saboteador enciende intermitentemente sus propulsores. Avanza lentamente hacia su cápsula de exploración. La nave es el máximo logro tecnológico de su civilización y tiene escaso espacio para dos tripulantes. Por otro lado, dentro de la nave alienígena, contó más de ciento cincuenta bípedos gigantescos con amplias comodidades. Sólo retrasó la invasión. Aspira una bocanada de gas y concluye en un rugido bajo.
—O les di la excusa.
Bailo, solo bailo
Alejandro Fabian Alberto Aguirre
Apenas salí del café y escuché el sonido de esa bachata, hice un jueguito con los pies y moví un poco las caderas; no me importó que la gente me mirase, estaba feliz, extasiado, exultante y todo por aquel beso. Desde el momento en que ella acercó sus labios como ofreciéndose a que yo le robara la vida, el tiempo se había detenido para mí. Trato de recordar todo el momento, mis nervios al llegar a ese bar, la espera, el aguantarme de no fumar, el jugar con ese cenicero barato y el mirar las líneas y cuadrados del mantelito de la mesa. Intenté no pensar en mi pasado ni en el presente, solo quería vivir ese instante, mirarla a ella, su sonrisa y su boca. Había sufrido como un condenado su demora pero cuando la vi entrar la sangre en mis venas se encendió, juro que me ruboricé como nunca y me sentí pleno. Luego hubo una conversación en donde poco la escuché, solo la miraba y contestaba lo que podía, yo creo que ella se dio cuenta y poco le importó porque que ella misma estaba sumergida en ese encanto. Cuando supe que se iba a despedir, no pude contenerme, le tome su mano y vi sus ojos brillar aún más y entonces entendí que la iba a besar. Y ese beso fue… Mejor no explicarlo que quede para mí y para mis sueños.
Transito por las calles, siento esa música en mis oídos y hago un pasito sin que me importe la gente, porque mañana será mañana y lo que importa es lo que siento ahora, ya habrá tiempo para explicarle que estoy casado y que me quedan meses de vida. Ahora cierro mis ojos y siento la vida en mi sangre y bailo, solo bailo…
Una mañana en Ulm
Nicolás Micha
Hermann Einstein estaba dispuesto a salir de su casa cinco minutos antes de lo usual para llegar más temprano a su trabajo. Por ese motivo terminaría pasando por debajo de un edificio en construcción en el momento en que una viga de ciento veintidós kilos se precipitaba al vacío cayendo sobre su cabeza. Tan solo por culpa de un obrero borracho y una diferencia ínfima de tiempo, jamás habría gestado a su hijo Albert y por lo tanto la Teoría de la Relatividad General nunca hubiese visto la luz.
Ritual
Sergio Gaut vel Hartman
No podía decirles que estaba seco. Podía decirles que estaba harto, agotado, iracundo, pero no seco. Toda la humanidad pendía de sus palabras, de las últimas mentiras que urdía el último falsario. Los guardias dejaron los mendrugos del pan que amasaban con su propia sangre y su propia mugre y lo contemplaron embelesados, ansiosos porque se acercaba el instante supremo, el rito diario que mantenía viva la fe de los sobrevivientes. El hombre tomó el pan ceremonial y se lo llevó a la boca. Era repugnante, pero conocía los sacrificios que todos hacían para que él estuviera bien alimentado; habrían ofrendado a sus propios hijos, si hubiese sido necesario, para suministrar el combustible que mantenía activa aquella mente.
—Silencio —dijo el hombre, como todos los días. Y la multitud guardó el más absoluto y respetuoso silencio. El hombre se inclinó sobre el pupitre y escribió. En la gran pantalla que dominaba la sala, se reprodujo la caligrafía redonda y precisa del escritor. Los afortunados asistentes contuvieron la respiración.
“Se detuvo, alzó los ojos al sol, y el viento le obsequió un
perfume desconocido, áspero y triste, pero agradable, como de extrañas flores
rojas que solo se abren una vez por siglo. Avanzó unos pasos para contemplar mejor el
añoso roble que se interponía en su camino y luego extendió el brazo para tocar
la rugosa superficie con las yemas de los dedos. El árbol era un milagro, el
aroma era una bendición. Todos sabían que solo estaban formados por palabras,
ya que en la Tierra devastada no quedaba un solo vegetal y los últimos animales
se aferraban a la vida con una obstinación infructuosa, digna de mejores
propósitos. No obstante, le agradecían el mágico don de la mentira y lo amaban
por ello”.
Alzó
la vista y los vio llorar; todos lloraban. Y entonces supo que debería seguir
mintiendo, para siempre, porque las lágrimas que regaban las mejillas de los
últimos seres humanos del planeta lo obligaban a entregar cada día un fragmento
de ficción, aunque tuviera que forzar la imaginación hasta lo indecible. Supo
entonces, como todos los días, que también era mentira que estuviera seco, que
la esterilidad no se había apoderado de su ánimo: eso jamás ocurriría mientras
fuera capaz de armar una frase.
“El escritor se enterró en el fango hasta que la sustancia tapó su cabeza. Pasaron los meses, las lluvias le trajeron el mensaje del sol y un día fue flor, fue fruto jugoso, y los sedientos bebieron y los hambrientos comieron. Las palabras penetraron en los cuerpos gastados y todos supieron que ya no podrían morir”.
Los autores: Abrahan David Zaracho, Alejandro Bentivoglio, Alejandro Fabian Alberto Aguirre, Carlos María Federici, Claudia Isabel Lonfat, Cristian Mitelman, David Slodky, Dora Gómez Q, Gastón Caglia, Guillermo Corte, Javier López, João Ventura, Jorge De Abreu, Jorge Ortiz, José Luis Velarde, Joyce Barker Bucat, Lidia Nicolai, Nicolás Micha, Oscar De Los Ríos, Patricio G. Bazán, Rosa Lía Cuello, Sebastián Fontanarrosa, Sergio Gaut vel Hartman.
Excelente blog. Enhorabuena por su trabajo.
ResponderEliminarMe encantó "Criar Amebas..." Una joyita. Unidad y coherencia interna. Ameno y fluido.
ResponderEliminarNarciso Gómez. Linda recreación. Escueta, visual o mejor aún sensorial.
ResponderEliminarHipnosis. Muy buen remate.
ResponderEliminarel Bar de los malvados es divertido
ResponderEliminarEl día despues. Terrible no ficción. Buen microrrelato
ResponderEliminar"Cría amebas..." el relato de Velarde, me resultó tan divertido como dramático. Jamás adquiriré una riska como mascota.
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