En la segunda entre de EN CASA AJENA es posible observar cómo Alejandro Bentivoglio depreda, impunemente, textos de Franz Kafka, Anton Chejov y Jonathan Swift. Sé que a más de uno de ustedes les encantaría descubrir dónde empieza uno y dónde termina el otro; lo siento, eso no es posible. Ni Alejandro ni yo sabemos a ciencia cierta cuáles son los límites. Todo se limitará, por lo tanto, a proponerles que se dejen llevar y los disfruten.
LA HABITACIÓN RECUERDA
Franz
Kafka & Alejandro Bentivoglio
Había
estado observando la habitación de huéspedes que le había tocado en suerte
luego de la cena que había brindado el Conde de S…, pero era un cuarto como
cualquier otro. Excepto por un detalle que le hizo volver varias veces la
vista. Fue en un rápido vistazo que le llamó la atención un retrato oscuro en
un marco también oscuro. Ya se había fijado en él desde su lecho, pero no había
podido apreciar los detalles desde esa distancia y creía que el cuadro había
sido retirado quedando solo una mancha negra. Pero como podía comprobar ahora,
se trataba de un cuadro, el busto de un hombre de unos cincuenta años. Mantenía
la cabeza tan inclinada sobre el pecho que apenas se podían distinguir los
ojos; esa inclinación parecía causada por la elevada y pesada frente y una
nariz grande y aguileña. La barba, a causa de la posición de la cabeza,
permanecía aplastada contra el mentón, pero volvía a recobrar su amplitud más
abajo. La mano izquierda se hundía abierta en los cabellos, como si quisiese
levantar la cabeza sin conseguirlo. Era un hombre sumamente desagradable y
pensó en decirle a los criados que retiraran inmediatamente esa cosa de allí,
porque se sentía oprimido, como si algo no lo dejara respirar, como si algo lo
obligara a contemplar y experimentar su propia destrucción.
Trató de luchar contra
esas imaginaciones de su mente febril, pero se dio cuenta que no podía hacer
nada, que solo se veía arrastrado hacia una espiral de pensamientos
insoportables y dio un manotazo que terminó con una jarra con agua que estaba
sobre una pequeña mesa despedazándose en el suelo y luego él mismo
desvaneciéndose, cayendo sobre los vidrios. Uno de los cuales cortó limpiamente
su garganta. Un accidente absurdo. Al menos eso pensó el Conde cuando lo
encontró muerto por la mañana. En la habitación donde su abuelo, retratado en
la pared, solía castigarlo cuando era niño, hasta hacerlo sangrar, hasta
hacerlo pensar que algún día no saldría vivo de allí.
EL
PACIENTE
Anton Chejov & Alejandro
Bentivoglio
La descripción que puedo hacer del asilo
es relativa. ¿Acaso pueden confiar en mi palabra? No es que diga que estoy
demente, eso lo dicen otros. Yo no siento que mi forma de pensar o actuar sea
muy diferente a la de los demás. No lo sé, ¿cómo puede un hombre juzgarse a sí
mismo sin pecar de condescendencia o de una exageración de sus defectos?
En esta sala hay unas
camas clavadas al piso; en las camas, estos, sentados; aquellos, tendidos, hay
unos hombres con batas azules y bonetes en la cabeza: son los locos. Hay cinco:
uno es noble, y los otros pertenecen a la burguesía humilde. El que está junto
a la puerta es alto, flaco, de bigotes rojizos y ojos sanguinolentos, como los
ojos irritados de un hombre que llorara constantemente. La frente en la mano,
está sentado en la cama sin apartar los ojos de un punto. Día y noche entregado
a la melancolía, mueve la cabeza, suspira, sonríe a veces con amargura. Casi
nunca interviene en las conversaciones, ni contesta cuando le preguntan algo.
Come y bebe de un modo completamente automático todo lo que le sirven. Es un
tipo tranquilo. Nunca ha causado problemas. Nadie quiere meterse con él y
aunque no sabemos qué es lo que le pasa, los médicos dicen que no podría pasar
afuera ni un minuto. Que ni él, ni el mundo están preparados para su presencia.
Nosotros no lo sabemos. Muchos están verdaderamente desquiciados y otros
tenemos cierta lucidez. Pero, de cualquier manera, ¿quiénes somos para
cuestionar lo que dicen los doctores con sus batas blancas y sus pruebas?
Además, cuando él se
aburre, se limita a caminar por las paredes y el techo, levitar o simplemente
hacer aparecer dragones de sus manos. Dragones dóciles, eso sí, que ni un
escupitajo de fuego escupen.
EL
PRIMERO
Jonathan Swift
& Alejandro
Bentivoglio
Me desperté con un terrible dolor de
cabeza. Me levanté y caminé sin saber hacia dónde iba. Recordaba vagamente
haber corrido. Una casa, quizá gente, un espejo. No lo sé. Ruidos. Avancé dando
tumbos sin encontrar a nadie durante lo que me parecieron horas. Me sentía
increíblemente solo, como el primer hombre sobre la Tierra.
Entré a un camino muy
trillado donde se veían numerosas pisadas humanas, algunas de vacas, y de
caballos muchas más. Por fin descubrí varios animales en un campo y uno o dos
de la misma especie subidos a los árboles. Su aspecto irregular y deforme me
inquietó bastante, hasta tal punto, que me tumbé detrás de unos matorrales para
examinarlos mejor. La circunstancia de venir algunos hacia el sitio en que yo
yacía me dio ocasión de apreciar su forma exactamente. Tenían la cabeza y el
pecho cubierto de espeso pelambre, rizado en unos y liso en otros; sus barbas
eran de cabra, y largos mechones de pelo les caían por los lomos. No sabía qué
pensar de su naturaleza, es decir, si serían violentos o se mantendrían a
distancia. Pero, sin embargo, me las arreglé, para luego de un tiempo
prudencial, salir de mi escondite y seguir adelante hasta llegar a una casa muy
antigua donde se veían luces que parpadeaban como si se estuviese usando una
abundante cantidad de electricidad. La puerta estaba abierta y entré. Vi que en
un pasillo, dos seres escasamente humanos hablaban entre ellos y decidí
eludirlos lanzándome a unas escaleras que parecían llevar al sótano. Esperaba
encontrarme con alguna clase de despensa donde satisfacer el hambre que me
agobiaba por tanto tiempo caminando, pero en vez de eso, vi un montón de
aparatos imposibles de descifrar que se conectaban a una plancha de metal donde
un ser recibía descargas eléctricas entre otras cosas. Un hombre estaba de
espaldas y movía palancas y apretaba botones. Me deslicé sin que me escuchara y
justo cuando estaba por golpearlo, él se dio vuelta y me miró sonriente.
—Al fin volviste —dijo—.
Te buscamos por todas partes.
—¿Qué? —pregunté—. ¿Me
conoce?
—Siempre tan bromista.
Vamos, ya estoy preparando la pareja que me pediste la semana pasada.
Solo en ese momento
reparé que en la plancha había una mujer con toda clase de prótesis que poco la
hacían parecer humana. Más bien una representación demoníaca que me hizo
temblar.
—Vamos, no seas así —dijo
el hombre, acariciándome la cabeza, particularmente los cuernos que salían de
esta y en los que yo no había reparado antes—, pronto estarán juntos.
Me retiré a un rincón,
donde me desplomé en una silla. Mi cuerpo se mantuvo irregular, deforme, sin
saber qué esperar.
Antón Pávlovich Chéjov nació en Taganrog,
Yekaterinoslav, Imperio ruso, en 1860 y falleció en Badenweiler, Baden, Imperio
alemán el 15 de julio de 1904. Fue un cuentista, dramaturgo y médico. Sus obras
se encuadran en las corrientes literarias del realismo y el naturalismo, fue un
maestro del relato corto, y es considerado uno de los más importantes autores
del género en la historia de la literatura. Como dramaturgo, Chéjov se
inclinaba hacia el naturalismo, aunque no desdeñaba incluir en sus piezas
ciertos simbolismos. Sus piezas teatrales más conocidas son La gaviota (1896), Tío Vania (1897), Las tres
hermanas (1901) y El jardín de los
cerezos (1904). En ellas Chéjov ideó una nueva técnica dramática que él
llamó «de acción indirecta», fundada en la insistencia en los detalles de
caracterización e interacción entre los personajes más que el argumento o la
acción directa, de forma que en sus obras muchos acontecimientos dramáticos
importantes tienen lugar fuera de la escena y lo que se deja sin decir muchas
veces es más importante que lo que los personajes dicen y expresan realmente.
Jonathan Swift nació en Dublín, Irlanda, en 1667 y
falleció en la misma ciudad en 1745. Fue un gran escritor satírico. Su obra más
conocida, Los viajes de Gulliver es
una ácida crítica de la sociedad humana y sus flaquezas, en la que cultiva un
estilo tan característico que ha sido denominado «swiftiano». Miembro del Club
Scriblerus, publicó anónimamente y con los seudónimos de Lemuel Gulliver, Isaac
Bickerstaff, M. B. Drapier o Simon Wagstaff. Una modesta proposición, por su parte, es un ensayo satírico
escrito en 1729 en el que propone resolver el problema en Irlanda de los
campesinos pobres que no pueden alimentar a sus hijos sugiriendo una solución
original: los padres deben vender sus hijos a los terratenientes ricos para que
se los coman. Muchos contemporáneos de Swift no entendieron la intención
satírica del ensayo de Swift y obtuvo críticas por su excepcional "mal
gusto".
Franz Kafka nació en Praga, Imperio austrohúngaro,
actual capital de República Checa, en 1883, y falleció en Kierling, Austria, en
1924. Aunque judío y bohemio, escribió sus obras en lengua alemana. Sus novelas
y cuentos se consideran entra las más influyentes de la literatura universal y
son pioneras en la fusión de elementos realistas con fantásticos, teniendo como
principales ejes temáticos los conflictos paternofiliales, la ansiedad, la
brutalidad física y psicológica, la culpa, la filosofía del absurdo, la
burocracia y las transformaciones espirituales. Escribió las novelas El proceso, El castillo y Amerika, la
novela corta La metamorfosis y un
gran número de relatos breves. Además dejó una abundante correspondencia y
escritos autobiográficos. Su peculiar estilo literario ha sido comúnmente
asociado con al existencialismo y el expresionismo.
Alejandro Bentivoglio nació en 1979 en Avellaneda,
provincia de Buenos Aires, Argentina. Publicó una docena de libros de
microficción, varias micronovelas y una novela. Además, sus textos han
aparecido en antologías de América y Europa y traducidos al griego, italiano e
inglés. Algunas de sus microficciones pueden leerse en su cuenta de instagram
(@bentivoglioalejandro) y en su blog: ultraficcion.blogspot.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario