viernes, 24 de noviembre de 2023

EN CASA AJENA (TRES) OSCAR DE LOS RÍOS

Haciendo gala de una loable irrespetuosidad, Oscar De Los Ríos se introdujo en la casa de tres grandes de la literatura: Henry James, H. P. Lovecraft y Stefan Zweig para obligarlos a colaborar con él en estas sociedades involuntarias, pero no por eso menos efectivas.






EL LADO OSCURO

Henry James & Oscar De Los Ríos

 

Le había contado mis inquietudes y ella me confirmó lo que ya sospechaba, no es la primera vez que estos horrores están sueltos por la mansión. Sin embargo, lo que me mantenía en vilo, me quitaba el sueño y hacía de mis noches pura vigilia, era la bondad y la dulzura, no el espanto; mis niños eran el motivo de mi angustia. Durante el día debía mantenerme atenta y observar los cambios de ánimos en mis chiquitos, semblantearlos con el fin de descubrir la causa de sus pesares y así lograr que abrieran sus corazones, que me confiaran la causa de sus tormentos. Pero esta situación no podía sostenerse en el tiempo. El cuerpo humano tiene un límite de resistencia, tanto física como mental y emocional. Por eso me abrí a ella y le confié mis sospechas. De esta forma tuve una aliada que haría más llevadero este calvario. Sabía que, aunque me llevara a la tumba, no dejaría solos a mis niños.

El rigor con que mantenía a mis pupilos al alcance de mi vista hacía difícil que pudiera encontrarme con ella en privado; además, ambas comprendíamos cada vez mejor la importancia de no provocar, ni en los sirvientes ni en los niños, cualquier sospecha de una agitación secreta o una discusión sobre tales misterios. En este sentido, confiaba plenamente en mi amiga. Nada en su fresca cara podía transmitir a los demás mis horribles confidencias. Ella me creía; estaba convencida de ello absolutamente. De no haber sido así, no sé qué habría sucedido conmigo, pues sola no hubiera podido soportar la situación. Pero ella era un magnífico monumento a la bendita carencia de imaginación, y si no pudiese ver en nuestros pequeños pupilos nada más que belleza y amabilidad, felicidad e inteligencia, no tendría ninguna comunicación directa con los motivos de mi angustia. Por ese motivo yo debía hacerme cargo y tomar el control de la situación en todo momento; comunicarle mis decisiones sin poder consultarla ni pedir su consejo. Había otros en la casa, más decididos, pero no podía confiar en ellos. La sola mención a una puerta que se abrió sola durante la noche o a ruidos de pasos en las escaleras, los ponía en guardia y pronto cambiaban de tema o me dejaban sola. Estoy segura de que conocían todo lo que sucedía y no estaban dispuestos a hacer nada.

Anoche me dirigí a su cuarto y la desperté en horas de la madrugada; ella no se sobresaltó, fue como si lo hubiera estado esperando. Y aquí estamos, las dos juntas, en el altar que erigí en el bosque, dispuestas a cumplir con nuestro pacto. Hace poco he tomado contacto con el lado oscuro y les he ofrecido realizar una ofrenda. Ella cree que yo seré el sacrificio, pero ¿cómo se los puedo confiar si prometí protegerlos hasta el fin de mis días?

El tiempo ha pasado y en la mansión ya no quedan sirvientes. Ha llegado mi hora, mis niños ya están grandes, han aprendido a convivir con el lado oscuro y pronto me dejarán.





 

LA CRIATURA DEL BOSQUE

H. P. Lovecraft & Oscar De Los Ríos

 

Éramos un grupo cinco jóvenes de vacaciones en una ciudad montañosa del norte. Habíamos llegado en busca de aventuras y lo más parecido que hallamos fue pasar una noche de verano en el claro de un bosque en el cual, decían los lugareños, habitaba una extraña criatura. La luna llena se enseñoreaba en el firmamento cuando acampamos, encendimos una fogata y nos sentamos en torno al fuego. Nos disponíamos a destapar unas latas de cerveza, cuando escuchamos ruidos de pasos sobre la hierba, provenientes de la espesura. Alarmados tomamos unas ramas secas para defendernos. No pasó mucho tiempo hasta que un viejo de porte vulgar, flaco y encorvado apareció ante nuestra vista. Riéndonos de nuestro miedo lo invitamos a comer con nosotros y le hicimos un lugar en el corro, al tiempo que le preguntamos si no conocía la leyenda de la criatura que asolaba el bosque. Sin hablar asintió con la cabeza y, ante este gesto suyo el bosque entero enmudeció. Quedamos expectantes ante tan extraño suceso y la voz del viejo se hizo oír. Contrario a todo lo que esperábamos sonó potente y retumbó como si estuviéramos en una caverna y no en el claro del bosque.

—Tal vez yo existía de antes y solo esperaba a un alma inocente de la cual alimentarme y crecer, o tal vez soy el fruto de la mente de un niño precoz al que serví. Para el caso poco importa; ahora soy real.

»Nunca he conocido a un estudiante más genial que él; a los siete era ya un consumado poeta de versos lóbregos, fantásticos, morbosos, que causaban el asombro de sus preceptores. Tal vez la razón de su precocidad deba buscarse en la esmerada educación privada que recibió desde muy temprano y en los excesivos mimos que colmaron su existencia. Fue hijo único, con fragilidades físicas que fueron el desvelo de sus amantísimos padres, quienes no dejaban que en ningún momento estuviera lejos del alcance de la vista y de sus excedidos cuidados. Nunca nadie lo vio fuera de su casa sin estar flanqueado por su niñera y podría decirse que jamás llegó a jugar libremente con los demás niños. Todos estos factores operaron sin duda alguna forjando en él una vida interior peculiar, reservada, reprimida, con una sola vía de escape: la imaginación. Que no desapareció al llegar la etapa adulta, sino que se volvió más frondosa; como un árbol joven que echa copa y tiene sus raíces hundidas en el infierno. Desde muy temprana edad lo secundé en sus escapadas nocturnas al bosque, adonde torturaba a los animales más indefensos. Luego, me convertí en su cómplice y nos llegó la liberación al matar a sus progenitores. Tras dar este primer paso, debió enfrentarse a un mundo hostil, para el cual no estaba preparado. Fue bajo mí guía de que emprendió un camino sin retorno y se transformó en un ser oscuro».

El viejo no había tocado la comida y el fuego de la hoguera languidecía, sin que nadie se atreviera a abandonar el círculo en busca de leña, aún faltaban un par de horas para el amanecer y su voz seguía resonando por todo el bosque.

»A medida que su maldad aumentaba, se volvía un ser más violento y los lugareños comenzaron a desparecer. Hasta que al fin los habitantes del pueblo lo encerraron en la antigua mansión y le prendieron fuego. Desde entonces una extraña criatura asoló los bosques. Aparecieron hombres y mujeres mutilados y comidos. Mientras él se alimentaba de sus cuerpos yo lo hacía de sus almas.

En el momento mismo en que morían la hoguera y el relato, pude ver detrás del viejo una sombra monstruosa. Un instante después se escuchó el primer grito.







AL BORDE DEL TABLERO

Stefan Zweig & Oscar De Los Ríos

 

Me encontraba charlando, luego de una ausencia de dos años, con mi amigo, el maestro Soria. Café de por medio me puso al corriente de las novedades en el mundo ajedrecístico, siendo la noticia más impactante la reclusión del Zurdo López en una institución psiquiátrica.

—La locura del Zurdo —dijo Soria— se manifestó luego de que a Manuel de Pauli le diera un infarto mientras disputaban la partida de la cual saldría el campeón rosarino.

—¿Y los médicos que opinan?

—Creen que se debe al shock postraumático por la muerte de su compañero y contrincante.

Ambos nos largamos a reír. Sabíamos que se odiaban, y Manuel debió aceptar la muerte con una sonrisa, con tal de que el Zurdo no saliera campeón. Así sucedió: ese año el campeonato quedó acéfalo.

Después de despedirme de Soria me dirigí a la clínica donde estaba internado el Zurdo.

Encerrado en una habitación acolchada, lo observé desplazarse de una punta a la otra repitiendo como un loro: “a4, h5, g7, f6…”, para recomenzar, luego de una pausa: “a4, h5, g7, f6…

Consternado por verlo en esa condición, estaba por retirarme cuando el doctor Sergio Márquez me preguntó si comprendía el significado de aquellos monosílabos, ininteligibles para él. De más está decir que le manifiesté que se trataba de la nomenclatura ajedrecística que se utiliza para asentar el movimiento de las piezas y poder, por ejemplo, repetir una partida.

—¡Ah!, así que era eso —me dijo—. Esto le da un nuevo enfoque a la situación, me gustaría hacer un experimento. ¿Sería usted tan amable de acompañarnos a la Asociación Rosarina de Ajedrez, donde se originó todo? Solo usted, el paciente y yo. No es peligroso.

Nos trasladamos al local donde se realizó el torneo. Dejaron al Zurdo en el centro mismo del salón y este comenzó a caminar.

Lo miramos, un tanto asombrados, pero nadie más que yo, porque me llamó la atención que, a pesar de toda la violencia de ese nervioso ir y venir, sus pasos medían siempre el mismo espacio. Era como si hubiese una barrera invisible en medio del vasto salón que lo obligaba a chocar y regresar. Y, espantado, reconocí que su caminata reproducía inconscientemente la medida de su reciente prisión; exactamente así debía haber ocurrido en los meses de su encierro, como un animal enjaulado, con los puños cerrados igual que en aquellos momentos, convulso, con los hombros encogidos; así y solo así debía haber caminado mil veces, con las luces rojas de la demencia encendidas en la mirada fija y no obstante febril.

Algo hizo clic dentro de mí y terminó de caerme la ficha. Le pedí al presidente de la asociación la planilla del encuentro entre el Zurdo y Manuel y me dirigí hacia él. A poco de avanzar creí chocar contra el borde de un tablero. Un escalofrío me recorrió la espalda; estaba entrando en su mundo paralelo. Consulté la última movida de Manuel, que era al mismo tiempo un jaque. Visualicé un tablero imaginario y me situé en la casilla que ocuparía el rey saliendo del jaque. El desconcierto del Zurdo ante mi irrupción duró apenas un instante. Enseguida se desplazó como lo haría un alfil, para clavar un caballo. Así seguimos hasta que dio jaque mate. Luego se desmayó. El doctor Márquez y los enfermeros estaban anonadados y no comprendían nada.

—En su mente aún estaba esperando el desenlace de la partida que lo coronaría campeón. El mate en seis era inevitable y lo que hicimos fue terminarla —les dije a guisa de explicación.

A la semana de estos acontecimientos llamé al doctor Márquez para saber cómo seguía el Zurdo. Me informó que su recuperación había sido notable y que pronto le darían el alta. Luego de brindarme la información me preguntó quién hablaba. Corté sin contestarle, estaba ansioso por la revancha y, bajo mi pie derecho, volví a sentir el borde del tablero.


Stefan Zweig (Viena, 1881 - Petrópolis, Brasil, 1942) fue un escritor enormemente popular, tanto en su faceta de ensayista y biógrafo como en la de novelista y cuentista. Su capacidad narrativa, la pericia y la delicadeza en la descripción de los sentimientos y la elegancia de su estilo lo convierten en un narrador fascinante, capaz de seducirnos desde las primeras líneas. Es sin duda, uno de los grandes escritores del siglo XX, y su obra ha sido traducida a más de cincuenta idiomas. Entre sus libros más relevantes se pueden mencionar Carta de una desconocida, 1922, novela; Noche fantástica, 1922, novela; Veinticuatro horas en la vida de una mujer, 1927, novela; Viaje al pasado, 1929;  Las hermanas, 1936; Caleidoscopio, 1936, conjunto de relatos breves; El candelabro enterrado, 1937, novela; Novela de ajedrez, 1941 (Schachnovelle).

 

Henry James (Nueva York, 1843 - Londres, 1916) fue un escritor y crítico literario estadounidense, nacionalizado británico, reconocido como una figura clave en la transición del realismo al modernismo anglosajón , cuyas novelas y relatos están basados en la técnica del punto de vista, lo que permite el análisis psicológico de los personajes desde su interior. Entre sus obras se destacan las novelas  Los europeos (1878), Las bostonianas (1886), Otra vuelta de tuerca (1898), La copa dorada (1904), La fuente sagrada (1905) y La protesta (1911).

 

Howard Phillips Lovecraft (Providence, Rhode Island, Estados Unidos, 1890 - Providence 1937), fue un escritor estadounidense, autor de relatos y novelas de terror y ciencia ficción. Se le considera un gran innovador del cuento de terror, al que aportó una mitología propia —los Mitos de Cthulhu—, desarrollada en colaboración con otros autores, territorio que continúa siendo visitado y utilizado por inumerables autores actualmente. Es posible dividir la obra de Lovecraft en tres etapas. La inicial es la de Weird Tales, que en 1917 le publicó el primero de sus relatos fantásticos que vería la luz: “Dagon”. Siguieron otros cuentos, la mayor parte en la misma revista, alternando los escritos en ese momento con otros, producidos durante la adolescencia. La segunda etapa fue la “fase dunsaniana”, en la que, deslumbrado con la fantasía del irlandés, le copió en cierto modo el estilo. Finalmente llega la época de los mencionados Mitos de Cthulhu, en la que se consolida definitivamente el universo de horror que lo haría póstumamente famoso. Entre sus obras pueden ponerse de relieve La ciudad sin nombre, 1921; Herbert West, reanimador, 1922; La llamada de Cthulhu, 1926; La búsqueda en sueños de la ignota Kadath, 1927; El caso de Charles Dexter Ward, 1927; El horror de Dunwich, 1928; El que susurra en la oscuridad, 1930; En las montañas de la locura, 1931; La sombra sobre Innsmouth, 1931; Los sueños en la casa de la bruja, 1932 y El que acecha en las tinieblas, 1935.

 

Oscar Luis De Los Ríos es un escritor argentino, nacido en Rosario, provincia de Santa Fe. Comenzó a escribir después de los cuarenta años y a partir de entonces sus cuentos aparecieron en la revista Cametsa de Perú, en el blog Sinergia, en el podcasts El buen cruel de México, donde sacó el segundo lugar en el concurso de crónica literaria, y en la antología argentino-boliviana Estaño y plata. Publicó, en colaboración con el escritor Alejandro Bentivoglio el libro de microficciones Esta historia continuará (O no).

 

 



 

 


 


2 comentarios:

  1. Comenzando mis lecturas por la "dupla" junto a Lovecraft (mi ídolo) puedo afirmar taxativamente que Oscar Luis De Los Ríos pudo ser, a principios del siglo pasado, un afortunado miembro del "círculo" que A. Derleth o Clark Ashton Smith conformaron en torno al maestro de Providence.

    ResponderEliminar
  2. Muy interesante tu comentario acerca de Oscar y Lovecraft, justamente porque H.P. escribió con frecuencia "a dos cabezas", no solo con los miembros de su "Círculo" sino también con aficionados que le enviaban cuentos imperfectos e inconclusos y él los terminaba y corregía. No obstante, no son pocos los que, a la inversa, tomaron trabajos inconclusos de Lovecraft y los terminaron. Siguen apareciendo cuentos de ese estilo y creo haber visto un libro que recoge muchos de ellos.

    ResponderEliminar