Haciendo gala de una loable irrespetuosidad, Oscar De Los Ríos se introdujo en la casa de tres grandes de la literatura: Henry James, H. P. Lovecraft y Stefan Zweig para obligarlos a colaborar con él en estas sociedades involuntarias, pero no por eso menos efectivas.
EL
LADO OSCURO
Henry
James & Oscar De Los Ríos
Le había contado mis inquietudes y ella
me confirmó lo que ya sospechaba, no es la primera vez que estos horrores están
sueltos por la mansión. Sin embargo, lo que me mantenía en vilo, me quitaba el
sueño y hacía de mis noches pura vigilia, era la bondad y la dulzura, no el
espanto; mis niños eran el motivo de mi angustia. Durante el día debía
mantenerme atenta y observar los cambios de ánimos en mis chiquitos,
semblantearlos con el fin de descubrir la causa de sus pesares y así lograr que
abrieran sus corazones, que me confiaran la causa de sus tormentos. Pero esta
situación no podía sostenerse en el tiempo. El cuerpo humano tiene un límite de
resistencia, tanto física como mental y emocional. Por eso me abrí a ella y le
confié mis sospechas. De esta forma tuve una aliada que haría más llevadero
este calvario. Sabía que, aunque me llevara a la tumba, no dejaría solos a mis
niños.
El rigor con que
mantenía a mis pupilos al alcance de mi vista hacía difícil que pudiera
encontrarme con ella en privado; además, ambas comprendíamos cada vez mejor la
importancia de no provocar, ni en los sirvientes ni en los niños, cualquier
sospecha de una agitación secreta o una discusión sobre tales misterios. En
este sentido, confiaba plenamente en mi amiga. Nada en su fresca cara podía
transmitir a los demás mis horribles confidencias. Ella me creía; estaba
convencida de ello absolutamente. De no haber sido así, no sé qué habría
sucedido conmigo, pues sola no hubiera podido soportar la situación. Pero ella
era un magnífico monumento a la bendita carencia de imaginación, y si no
pudiese ver en nuestros pequeños pupilos nada más que belleza y amabilidad,
felicidad e inteligencia, no tendría ninguna comunicación directa con los
motivos de mi angustia. Por ese motivo yo debía hacerme cargo y tomar el
control de la situación en todo momento; comunicarle mis decisiones sin poder
consultarla ni pedir su consejo. Había otros en la casa, más decididos, pero no
podía confiar en ellos. La sola mención a una puerta que se abrió sola durante
la noche o a ruidos de pasos en las escaleras, los ponía en guardia y pronto
cambiaban de tema o me dejaban sola. Estoy segura de que conocían todo lo que
sucedía y no estaban dispuestos a hacer nada.
Anoche me dirigí a su
cuarto y la desperté en horas de la madrugada; ella no se sobresaltó, fue como
si lo hubiera estado esperando. Y aquí estamos, las dos juntas, en el altar que
erigí en el bosque, dispuestas a cumplir con nuestro pacto. Hace poco he tomado
contacto con el lado oscuro y les he ofrecido realizar
una ofrenda. Ella cree que yo seré el sacrificio, pero ¿cómo se los puedo confiar
si prometí protegerlos hasta el fin de mis días?
El tiempo ha pasado y
en la mansión ya no quedan sirvientes. Ha llegado mi hora, mis niños ya están
grandes, han aprendido a convivir con el lado oscuro y pronto me dejarán.
LA CRIATURA DEL BOSQUE
H. P. Lovecraft & Oscar De Los Ríos
Éramos un grupo cinco jóvenes
de vacaciones en una ciudad montañosa del norte. Habíamos llegado en busca de
aventuras y lo más parecido que hallamos fue pasar una noche de verano en el
claro de un bosque en el cual, decían los lugareños, habitaba una extraña
criatura. La luna llena se enseñoreaba en el firmamento cuando acampamos, encendimos
una fogata y nos sentamos en torno al fuego. Nos disponíamos a destapar unas
latas de cerveza, cuando escuchamos ruidos de pasos sobre la hierba,
provenientes de la espesura. Alarmados tomamos unas ramas secas para
defendernos. No pasó mucho tiempo hasta que un viejo de porte vulgar, flaco y
encorvado apareció ante nuestra vista. Riéndonos de nuestro miedo lo invitamos
a comer con nosotros y le hicimos un lugar en el corro, al tiempo que le preguntamos
si no conocía la leyenda de la criatura que asolaba el bosque. Sin hablar
asintió con la cabeza y, ante este gesto suyo el bosque entero enmudeció.
Quedamos expectantes ante tan extraño suceso y la voz del viejo se hizo oír. Contrario
a todo lo que esperábamos sonó potente y retumbó como si estuviéramos en una
caverna y no en el claro del bosque.
—Tal vez yo existía de antes y solo esperaba a un
alma inocente de la cual alimentarme y crecer, o tal vez soy el fruto de la mente
de un niño precoz al que serví. Para el caso poco importa; ahora soy real.
»Nunca he conocido a un estudiante más genial que
él; a los siete era ya un consumado poeta de versos lóbregos, fantásticos,
morbosos, que causaban el asombro de sus preceptores. Tal vez la
razón de su precocidad deba buscarse en la esmerada educación privada
que recibió desde muy temprano y en los excesivos mimos que colmaron su
existencia. Fue hijo único, con fragilidades físicas que fueron el desvelo
de sus amantísimos padres, quienes no dejaban que en ningún momento
estuviera lejos del alcance de la vista y de sus excedidos cuidados. Nunca
nadie lo vio fuera de su casa sin estar flanqueado por su niñera y podría
decirse que jamás llegó a jugar libremente con los demás niños. Todos estos
factores operaron sin duda alguna forjando en él una vida interior peculiar,
reservada, reprimida, con una sola vía de escape: la imaginación. Que no
desapareció al llegar la etapa adulta, sino que se volvió más frondosa; como un
árbol joven que echa copa y tiene sus raíces hundidas en el infierno. Desde muy
temprana edad lo secundé en sus escapadas nocturnas al bosque, adonde torturaba
a los animales más indefensos. Luego, me convertí en su cómplice y nos llegó la
liberación al matar a sus progenitores. Tras dar este primer paso, debió
enfrentarse a un mundo hostil, para el cual no estaba preparado. Fue bajo mí
guía de que emprendió un camino sin retorno y se transformó en un ser oscuro».
El viejo no había tocado la comida y el fuego de la
hoguera languidecía, sin que nadie se atreviera a abandonar el círculo en busca
de leña, aún faltaban un par de horas para el amanecer y su voz seguía resonando
por todo el bosque.
»A medida que su maldad aumentaba, se volvía un ser
más violento y los lugareños comenzaron a desparecer. Hasta que al fin los
habitantes del pueblo lo encerraron en la antigua mansión y le prendieron fuego.
Desde entonces una extraña criatura asoló los bosques. Aparecieron hombres y
mujeres mutilados y comidos. Mientras él se alimentaba de sus cuerpos yo lo
hacía de sus almas.
En el momento mismo en que morían la hoguera y el
relato, pude ver detrás del viejo una sombra monstruosa. Un instante después se
escuchó el primer grito.
AL BORDE DEL TABLERO
Stefan Zweig & Oscar De Los Ríos
Me encontraba charlando, luego de una ausencia de dos años, con mi amigo, el maestro Soria. Café de por medio me puso al corriente de las novedades en el mundo ajedrecístico, siendo la noticia más impactante la reclusión del Zurdo López en una institución psiquiátrica.
—La locura del Zurdo —dijo Soria— se manifestó luego de que a Manuel de Pauli le diera un infarto mientras disputaban la partida de la cual saldría el campeón rosarino.
—¿Y los médicos que opinan?
—Creen que se debe al shock postraumático por la muerte de su compañero y contrincante.
Ambos nos largamos a reír. Sabíamos que se odiaban, y Manuel debió aceptar la muerte con una sonrisa, con tal de que el Zurdo no saliera campeón. Así sucedió: ese año el campeonato quedó acéfalo.
Después de despedirme de Soria me dirigí a la clínica donde estaba internado el Zurdo.
Encerrado en una habitación acolchada, lo observé desplazarse de una punta a la otra repitiendo como un loro: “a4, h5, g7, f6…”, para recomenzar, luego de una pausa: “a4, h5, g7, f6…
Consternado por verlo en esa condición, estaba por retirarme cuando el doctor Sergio Márquez me preguntó si comprendía el significado de aquellos monosílabos, ininteligibles para él. De más está decir que le manifiesté que se trataba de la nomenclatura ajedrecística que se utiliza para asentar el movimiento de las piezas y poder, por ejemplo, repetir una partida.
—¡Ah!, así que era eso —me dijo—. Esto le da un nuevo enfoque a la situación, me gustaría hacer un experimento. ¿Sería usted tan amable de acompañarnos a la Asociación Rosarina de Ajedrez, donde se originó todo? Solo usted, el paciente y yo. No es peligroso.
Nos trasladamos al local donde se realizó el torneo. Dejaron al Zurdo en el centro mismo del salón y este comenzó a caminar.
Lo miramos, un tanto asombrados, pero nadie más que yo, porque me llamó la atención que, a pesar de toda la violencia de ese nervioso ir y venir, sus pasos medían siempre el mismo espacio. Era como si hubiese una barrera invisible en medio del vasto salón que lo obligaba a chocar y regresar. Y, espantado, reconocí que su caminata reproducía inconscientemente la medida de su reciente prisión; exactamente así debía haber ocurrido en los meses de su encierro, como un animal enjaulado, con los puños cerrados igual que en aquellos momentos, convulso, con los hombros encogidos; así y solo así debía haber caminado mil veces, con las luces rojas de la demencia encendidas en la mirada fija y no obstante febril.
Algo hizo clic dentro de mí y terminó de caerme la ficha. Le pedí al presidente de la asociación la planilla del encuentro entre el Zurdo y Manuel y me dirigí hacia él. A poco de avanzar creí chocar contra el borde de un tablero. Un escalofrío me recorrió la espalda; estaba entrando en su mundo paralelo. Consulté la última movida de Manuel, que era al mismo tiempo un jaque. Visualicé un tablero imaginario y me situé en la casilla que ocuparía el rey saliendo del jaque. El desconcierto del Zurdo ante mi irrupción duró apenas un instante. Enseguida se desplazó como lo haría un alfil, para clavar un caballo. Así seguimos hasta que dio jaque mate. Luego se desmayó. El doctor Márquez y los enfermeros estaban anonadados y no comprendían nada.
—En su mente aún estaba esperando el desenlace de la partida que lo coronaría campeón. El mate en seis era inevitable y lo que hicimos fue terminarla —les dije a guisa de explicación.
A la semana de estos acontecimientos llamé al doctor Márquez para saber cómo seguía el Zurdo. Me informó que su recuperación había sido notable y que pronto le darían el alta. Luego de brindarme la información me preguntó quién hablaba. Corté sin contestarle, estaba ansioso por la revancha y, bajo mi pie derecho, volví a sentir el borde del tablero.
Stefan Zweig (Viena, 1881 - Petrópolis, Brasil, 1942)
fue un escritor enormemente popular, tanto en su faceta de ensayista y biógrafo
como en la de novelista y cuentista. Su capacidad narrativa, la pericia y la
delicadeza en la descripción de los sentimientos y la elegancia de su estilo lo
convierten en un narrador fascinante, capaz de seducirnos desde las primeras
líneas. Es sin duda, uno de los grandes escritores del siglo XX, y su obra ha
sido traducida a más de cincuenta idiomas. Entre sus libros más relevantes se
pueden mencionar Carta de una desconocida,
1922, novela; Noche fantástica, 1922,
novela; Veinticuatro horas en la vida de
una mujer, 1927, novela; Viaje al
pasado, 1929; Las hermanas, 1936; Caleidoscopio,
1936, conjunto de relatos breves; El
candelabro enterrado, 1937, novela; Novela
de ajedrez, 1941 (Schachnovelle).
Henry James (Nueva York, 1843 - Londres, 1916) fue un
escritor y crítico literario estadounidense, nacionalizado británico,
reconocido como una figura clave en la transición del realismo al modernismo
anglosajón , cuyas novelas y relatos están basados en la técnica del punto de
vista, lo que permite el análisis psicológico de los personajes desde su
interior. Entre sus obras se destacan las novelas Los europeos (1878), Las bostonianas (1886), Otra
vuelta de tuerca (1898), La copa
dorada (1904), La fuente sagrada
(1905) y La protesta (1911).
Howard Phillips Lovecraft (Providence, Rhode Island,
Estados Unidos, 1890 - Providence 1937), fue un escritor estadounidense, autor
de relatos y novelas de terror y ciencia ficción. Se le considera un gran
innovador del cuento de terror, al que aportó una mitología propia —los Mitos
de Cthulhu—, desarrollada en colaboración con otros autores, territorio que
continúa siendo visitado y utilizado por inumerables autores actualmente. Es
posible dividir la obra de Lovecraft en tres etapas. La inicial es la de Weird
Tales, que en 1917 le publicó el primero de sus relatos fantásticos que vería
la luz: “Dagon”. Siguieron otros cuentos, la mayor parte en la misma revista,
alternando los escritos en ese momento con otros, producidos durante la
adolescencia. La segunda etapa fue la “fase dunsaniana”, en la que, deslumbrado
con la fantasía del irlandés, le copió en cierto modo el estilo. Finalmente
llega la época de los mencionados Mitos de Cthulhu, en la que se consolida
definitivamente el universo de horror que lo haría póstumamente famoso. Entre
sus obras pueden ponerse de relieve La
ciudad sin nombre, 1921; Herbert
West, reanimador, 1922; La llamada de
Cthulhu, 1926; La búsqueda en sueños
de la ignota Kadath, 1927; El caso de
Charles Dexter Ward, 1927; El horror
de Dunwich, 1928; El que susurra en
la oscuridad, 1930; En las montañas
de la locura, 1931; La sombra sobre
Innsmouth, 1931; Los sueños en la
casa de la bruja, 1932 y El que
acecha en las tinieblas, 1935.
Oscar Luis De Los Ríos es un escritor argentino,
nacido en Rosario, provincia de Santa Fe. Comenzó a escribir después de los
cuarenta años y a partir de entonces sus cuentos aparecieron en la revista Cametsa de Perú, en el blog Sinergia, en el podcasts El buen cruel
de México, donde sacó el segundo lugar en el concurso de crónica literaria, y
en la antología argentino-boliviana Estaño
y plata. Publicó, en colaboración con el escritor Alejandro Bentivoglio el
libro de microficciones Esta historia
continuará (O no).
Comenzando mis lecturas por la "dupla" junto a Lovecraft (mi ídolo) puedo afirmar taxativamente que Oscar Luis De Los Ríos pudo ser, a principios del siglo pasado, un afortunado miembro del "círculo" que A. Derleth o Clark Ashton Smith conformaron en torno al maestro de Providence.
ResponderEliminarMuy interesante tu comentario acerca de Oscar y Lovecraft, justamente porque H.P. escribió con frecuencia "a dos cabezas", no solo con los miembros de su "Círculo" sino también con aficionados que le enviaban cuentos imperfectos e inconclusos y él los terminaba y corregía. No obstante, no son pocos los que, a la inversa, tomaron trabajos inconclusos de Lovecraft y los terminaron. Siguen apareciendo cuentos de ese estilo y creo haber visto un libro que recoge muchos de ellos.
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