Lu Evans
Yo tenía siete años cuando me perdí en las montañas
Jemez. Era otoño, y en esa época del año, las copas de los álamos adquieren
brillantes tonos dorados y anaranjados llameantes. Pero no fueron las coloridas
hojas las que me llamaron la atención hasta el punto de alejarme del campamento
y perderme. Lo que me distrajo fue la apariencia de sus troncos blancos y
delgados. Tenían ojos. No ojos de verdad, claro, pero el caso es que sus
caparazones se arrugaban de tal manera que formaban el contorno perfecto de un
ojo humano, incluida la pupila. Pero para una niña de siete años, esos ojos
pueden ser muy reales.
La fértil mente de una niña, sola en un bosque oscuro,
no me sirvió de nada. Perdida entre los álamos, tenía la sensación de que los
árboles, todos a la vez, me observaban. Cada ojo tenía una forma única. Algunos
eran estrechos, otros almendrados y grandes, otros anchos y asustados. Cada uno
tenía una expresión única y a veces indescifrable. Sin embargo, en un momento
dado, tuve la impresión de que todos no solamente me miraban, sino que me
juzgaban y criticaban por invadir su territorio. Me sentí como Blancanieves en
aquella animación antigua, cuando la princesa se pierde en el bosque y se
siente observada por los árboles. Para colmo, los oía respirar, y el sonido iba
acompañado del lento movimiento de los troncos inflándose y desinflándose, una
imitación perfecta del pecho de una persona.
Pensé que moriría de hambre, frío o miedo, y cuando no
pude soportarlo más, me desmayé. Al día siguiente, me desperté rodeada por el
grupo de búsqueda y rescate. El peligro había pasado.
Ahora, totalmente recuperada de aquella terrible
experiencia, soy guarda forestal y vivo en una cabaña en la misma montaña,
densamente poblada de los mismos álamos que me persiguieron en pesadillas
durante toda mi infancia y primera adolescencia.
Pero, como he dicho, superé el trauma y ahora vivo
aquí sola. Durante el día, cumplo con mi función profesional; por la noche,
aprovecho la tranquilidad del lugar para relajarme, viendo películas, leyendo y
escuchando música. Rara vez salgo en la oscuridad. La gente de los alrededores
suele decir que aquí ocurren cosas extrañas, como la presencia de hombres lobo
y pies grandes, aves prehistóricas que se comen a la gente y extraterrestres
que visitan el lugar con regularidad, entre otros seres sobrenaturales de
pésima reputación. Pero yo no creo nada de eso. La montaña no es sólo mi hogar,
sino también mi lugar de trabajo. Sé que aquí no hay nada fuera de lo común. No
salgo de noche por los peligros reales: osos, pumas, coyotes, lobos y
serpientes.
Hoy, sin embargo, mi monótona vida recibió un golpe.
Al llegar a casa, me di cuenta de que uno de los árboles estaba... fuera de
lugar. Sacudí la cabeza. Al fin y al cabo, los árboles no caminan. Pero tuve la
impresión de que estaba en otro sitio, lejos de la masa arbórea del lado de la
casa.
Y me miraba con todos sus ojos.
Sin saber qué pensar de la situación, entré, cerré la
puerta y me di una ducha, repitiéndome a mí misma que debía estar cansada e
intentando convencerme de que el árbol siempre estuvo allí, después de todo, a
nuestro cerebro le gusta jugarnos malas pasadas, de vez en cuando, fabricando
falsos recuerdos. Debe ser eso, un falso recuerdo. El árbol siempre estuvo más
cerca de la casa que los demás, pero yo no me había dado cuenta antes. Mi
esfuerzo por hacérmelo creer no me llevaba a ninguna parte, pues sé muy bien
que la zona del lado de la casa está libre de árboles a lo largo de unos diez
metros, terminando en una línea de álamos. Así pues, el árbol en cuestión no
podía estar dentro del círculo despejado de vegetación, a unos cuatro metros de
distancia de los demás. ¡Cuatro metros es mucho!
¿Estaba alucinando, volviéndome loca?
Después de ducharme, me pongo un camisón cómodo, voy a
la cocina y me preparo un bocadillo que como en el sofá, viendo las noticias.
Ya ni siquiera pienso en el árbol, pero es entonces cuando un ruido me
sobresalta. Silencio el televisor y presto atención.
Silencio, luego, un golpe en la ventana del lado de la
cabaña. El miedo me deja paralizada. Los segundos pasan lentamente, luego me
estremezco con otro golpe.
Ya no hay duda, no es mi prodigiosa imaginación. Hay
alguien fuera, llamando a la ventana, y necesito saber qué es. De puntillas, me
acerco a la ventana y abro las cortinas, apretando la cara contra el cristal.
Lo único que veo es el árbol solitario. Una de las ramas, sacudida por el
fuerte viento, vuelve a tocar la ventana. ¿Pero cómo puede ser si momentos
antes lo veía a muchos metros de la casa? Las ramas no crecen en cuestión de
minutos. Presto más atención y veo que el árbol está a un metro y medio de la
casa. Sus ojos están fijos en mí, y el tronco se contrae y se expande
lentamente, inspirando y expirando. Sobresaltada, cierro las cortinas y
retrocedo.
No sé qué pensar. El fenómeno va en contra de toda mi
comprensión de lo que es natural, de lo que es real... Pienso un poco... Quizá
haya alguna explicación científica de por qué el árbol cambió de ubicación. Si
la hay, tengo que averiguarla, de lo contrario me volveré loca.
Me siento en la mesita del comedor y abro el portátil.
Nada más teclear la pregunta “¿pueden caminar los árboles?” Obtengo una
respuesta sorprendente.
Originario
de los bosques tropicales de América Central y del Sur, el árbol Socratea exorrhiza,
también conocido como "palmera que camina", puede desplazarse de una
zona sombreada a un espacio con mayor luz solar para favorecer su crecimiento.
Caminar es posible porque hace crecer sus raíces en la dirección a la que
quiere ir, al tiempo que provoca la muerte de las raíces que se encuentran en
la posición contraria. Algunos estudios indican que el proceso dura años, otros
afirman que la palmera puede moverse hasta tres centímetros al día, mientras
que otros aseguran que la historia no es más que un mito.
El árbol que cambió de posición no es del mismo tipo,
es más, ha caminado varios metros desde el momento en que salí de casa esta
mañana, por lo que esta teoría no puede aplicarse al caso.
Sigo investigando y leo algunos artículos sobre
árboles en terrenos húmedos que se deslizan junto con el suelo desde un punto
más alto a otro más bajo. Esta sería una buena explicación si... el árbol en
cuestión no hubiera tomado, de hecho, el camino contrario, es decir, viniera de
un punto más bajo. De lo contrario, si viniera de la parte trasera, que está
inclinada hacia arriba, tendría que trazar una trayectoria circular alrededor
de la casa, lo que habría sido aún más asombroso. Otro elemento que no apoya
esta posibilidad es el hecho de que el suelo es duro y rocoso, con poca
humedad, ya que hace meses que no llueve. Además, habría observado montones de
tierra esparcidos por la zona en caso de que el árbol se deslizara por la parte
trasera.
Sin encontrar una explicación plausible, me voy a la
cama. Quién sabe, tal vez unas buenas horas de sueño me ayuden a averiguar qué
está pasando. Pero la rama araña y golpea la ventana durante toda la noche,
haciéndome imposible descansar. A veces tengo la impresión de que el árbol
golpea el cristal siguiendo un patrón. Empieza con tres golpecitos, se detiene
un poco y luego da dos golpecitos muy rápidos.
Tap... Tap... Tap............. Tap, tap.
A veces los golpecitos no siguen ningún ritmo
definido, pero eso no los hace menos desconcertantes. Intento despejar la
mente, después de todo, ya no soy una niña asustada. Por otra parte, tal vez
crea que he superado la experiencia de la infancia, pero todo el trauma estaba
encerrado en lo más profundo de mí y por alguna razón hoy ha salido a la
superficie. He oído que el cerebro reprime los traumas como forma de preservar
la integridad mental. En cualquier caso, reprimir los traumas no es una buena
táctica. Siempre acaban volviendo más fuertes que antes. Y aparentemente, eso
es lo que me está pasando. Cuanto más lucho por controlar mi miedo y
demostrarme a mí misma que los recuerdos ya no me afectan, más me consume el
miedo.
Cuando los primeros rayos de sol se cuelan entre las
copas de los árboles, me levanto y voy a la cocina, agradecida de que sea mi
fin de semana libre, porque odio trabajar después de una noche en vela. Preparo
un café cargado que bebo a pequeños sorbos, luego voy a buscar mi motosierra,
decidida a cortar la inoportuna rama.
Lista para la tarea, salgo de la cabaña con paso
firme, pero cuanto más me acerco, mejor veo sus ojos estilizados, abiertos y
salvajes.
Mi corazón se acelera.
No me cabe duda de que está ocurriendo de nuevo. El
árbol me observa, me juzga, me critica.
¡Debo acabar con él! Cortar la rama no será
suficiente. Debo cortar en pedazos toda la maldita cosa.
Enciendo la motosierra y la levanto un poco, pero
antes de que la hoja dentada y giratoria toque la corteza, el árbol, con un
grito de guerra, me quita la sierra de las manos con sus ramas y la arroja
lejos. Luego me agarra por los hombros, suspendiendo mi cuerpo sin ningún
esfuerzo. El árbol me lanza. Vuelo en la distancia, cayendo entre sus hermanas.
Me duele el cuerpo de pies a cabeza. Las álamos me
miran, cada ojo tiene una expresión diferente: terror, ira, abominación. Uno de
ellos me agarra por los pies, me pone boca abajo y sacude mi cuerpo
violentamente. Temo que los otros cometan la locura de golpearme sin piedad. Si
deciden hacerlo, estoy muerta.
Sin embargo, "solo" me tiran colina abajo.
Ruedo durante un buen rato, sintiendo cómo se rompen algunos huesos y también
cómo me arañan y cortan la piel. Luego me golpeo contra el pavimento de la
carretera.
Ya está. Recibo el memorándum. Quieren que me vaya.
No sé de dónde saco fuerzas para levantarme y
arrastrar mi dolorido cuerpo por la carretera, distanciándome de los álamos. Ni
siquiera miro atrás.
Nunca volveré a estas montañas. Jamás.
Versión en castellano de la autora.
Lu Evans es
brasileña, licenciada en Periodismo y estudiante de Antropología en el Central
New Mexico College/USA. Ha publicado dieciséis libros, algunos de los cuales
han sido traducidos al inglés y al español. También es dramaturga, cuyos textos
de teatro infantil y para adultos han sido representados y premiados en Brasil.
Sus cuentos han aparecido en antologías y revistas nacionales e
internacionales. Es miembro del Centro de Literatura y Cine André Carneiro, de
la Academia Internacional de Literatura Brasileña y de la Speculative
Literature Foundation/USA, de la que es jurado en los concursos A.C. Bose y Diverse
Worlds + Diverse Writers. Coordina el proyecto Fantastic Literature by Women/US
y Fantastic Writers (con Rozz Messias). Algunas de sus colecciones incluyen
autores de distintos países: América Fantástica, Fator Morus, Vozes
Intergalácticas, O Último Dia do Futuro y Terra Mágica.
Gracias!
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