NADA PERSONAL
Claudia Isabel Lonfat
Estamos viviendo un extraño fenómeno. Hace algunos meses que no llueve y la tierra se fue agrietando. Al principio se produjo de manera imperceptible, pero no para los observadores de la naturaleza como yo.
Lo noté el día que un ciempiés se detuvo en mi camino y actuó de manera extraña; cambió de rumbo girando ciento ochenta grados. Quilópodo pero no boludo, pensé, mientras lo miraba ir hasta perderse posiblemente en su cueva, que quedaba del otro lado de la grieta. Antes de su periplo, hacia dónde quizás habría depositado los artrópodos que engulliría, o tal vez, si fuera hembra, sus huevos. De tratarse de un macho iniciaría una danza para dejar su esperma que sería retirado luego por la hembra. Por un instante, me pareció percibir sus ojos enfocados en los míos, o tal vez solo fueron esos pares primarios de patas que, en realidad, parecieran cumplir otra función. Pasaron solo unos segundos o quizás lo imaginé.
Las grietas se fueron agrandando y yo carecía de herramientas para el riego, que antes no hacían falta, bastaba la lluvia y el rocío matinal para que el césped se mantuviera verde. Ahora se veía seco en su totalidad, quemado, y los informativos ya estaban anunciando incendios por todas partes, incluso en lugares donde jamás habían ocurrido por su constante humedad. Las grietas no solo tenían un tamaño cercano a los cuatro centímetros, sino que casi podrían ser consideradas abismos para algunas especies de insectos y mamíferos pequeños.
Metí una varilla de dos metros en la misma grieta donde vi al quilópodo, y pasó de largo como si nada; eso me asustó, pero también me alarmó el hecho de ver al insecto saliendo de la grieta con una lombriz. Era imposible saber si se trataba del mismo bicho de antes, ya que son todos iguales. El espectáculo me pareció escalofriante, desconocía el comportamiento de esta especie, pero siempre se dice que son buenos para la naturaleza. No es que dudara de eso, pero lo que estaba viendo era horrible. Le clavaba ese primer par de patas y se la estaba comiendo viva. Otra vez tuve esa extraña sensación, de que el quilópodo me observaba directo a los ojos.
El pronóstico del tiempo no cambiaba, seguía sin anuncios de futuras lluvias. En los noticieros no solo se empezaban a ver imágenes apocalípticas de incendios a lo largo y ancho del país, sino de lagunas y lagos casi secos, repletos de esqueletos y de peces agónicos aleteando desesperados, abriendo sus bocas buscando una bocanada de aire, y sin la posibilidad de obtener oxígeno de un medio que no se los podía proporcionar. Incluso, las cataratas estaban sin agua; apenas hilos discontinuos de lo que alguna vez mostraba toda la potencia de la naturaleza.
Me desperté en el más absoluto silencio. No ladraban los perros, no cantaban los pájaros, ni se oían las chicharras. Desde la calle no llegaba ningún sonido. Alarmado me asomé a la ventana. Las grietas ya eran visibles de lejos. Salí desesperado y fui llamando a cada perro por su nombre, silbé, y me pareció escuchar un llanto lejano. Entré en pánico, me temblaban las manos, me dolía el estómago. Volví a entrar y me tomé dos miligramos del ansiolítico, el doble de la dosis acostumbrada durante la pandemia para aliviar mis ataques de pánico, y esperé a que bajaran las palpitaciones. No solo desaparecieron las palpitaciones, sino los temblores y el miedo de que el apocalipsis estuviera iniciándose.
El quilópodo estaba frente a mi cuando abrí los ojos. Por alguna razón que escapa a mi inteligencia observé el tamaño que había adquirido. Ahora sus patas se podían apreciar en detalle, también su cara. Le hablé.
—¿Vos sos el ciempiés con quién me crucé en la grieta? —le dije sorprendido de mi espontanea pregunta.
—Sí, soy el mismo, con algunas adaptaciones al medio, crecí bastante y puedo hablar —respondió con absoluta tranquilidad, como acostumbrado a las preguntas.
—Todavía no entiendo qué pasó —murmuré, pero me escuchó.
—Si le sirve de consuelo, no es la primera vez que pasa, seguro conoce muy bien el dicho de que el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra.
—Estoy perplejo hablando con un insecto gigante y atemorizante, tampoco creo que se parezca a Gregor Samsa, usted tiene mucha personalidad y determinación.
—Sus palabras me enaltecen aunque no sepa quién es ese Gregor —dijo moviendo algunas de sus patas.
De pronto me asaltaron varias dudas, si antes comía lombrices, ahora, con ese tamaño, ¿de qué se alimentaría? No creo que sea herbario. Tampoco que coma otros insectos; tendría que juntar de a miles para mitigar su voraz apetito.
—No se preocupe, no me comí esos animales de cuatro patas —dijo con absoluta tranquilidad—, en realidad los ayudé a salir, y créame que les hice un favor, ya que ahora podrían formar parte de mi cadena alimentaria, pero como ellos nunca intentaron comerme cuando era pequeño, yo decidí hacer lo mismo —agregó algo agitado. Y antes de que pudiera entender la situación, con su primer par de patitas, me tomo del cuello. Sentí un leve pinchazo similar al de las agujas que usan los dentistas y luego se te duerme todo—. Lo siento, tenía que elegir, y los humanos me parecen más nutritivos, sepa disculpar, no es nada personal —agregó mientras mis extremidades se relajaban hasta desplomarme bajo sus patas, que no eran cien, sino muchas menos.
Claudia Isabel Lonfat es una narradora y poeta
argentina, nacida en Caseros, provincia de Buenos Aires que actualmente reside
en la localidad de Tortuguitas, de la misma provincia. Participó en antologías,
tanto de narrativa como de poesía géneros, nacionales e internacionales, como Grageas 3, Cuentos de terror, Primera antología
de escritores de Malvinas Argentinas, Sin fronteras y muchas otras. Es una
de las fundadoras del grupo “EIMA” (escritores independientes de Malvinas
Argentinas) que promovió la edición de una antología local. También colaboró
como columnista en un diario digital, tocando temas sociales y políticos
(México). Publicó Casi un libro de
cuentos en coautoría con Luis Venosa y Los
nombres que me nombran (cuentos, 2023). Además está terminando otro libro
de relatos breves.
Buenisimo!!!
ResponderEliminarComo siempre, Claudia nos sorprende. En su narrativa he podido disfrutar de toda la buena literatura, muchas veces inspirada en su profunda e intensa observación se lo pequeño y natural. Profunda e intensa es también su literatura.gracias Clau
ResponderEliminarMuy buen cuento, te va llevando con lentitud hacia el final inesperado y sorprendente.
ResponderEliminarMuchas gracias por su lectura y comentarios
ResponderEliminarAbrazo grande