lunes, 18 de marzo de 2024

EL DÍA QUE MURIÓ INTERNET

Boris Glikman



Era ampliamente conocido que Internet había estado enferma durante algún tiempo. Su mala salud la había hecho bastante descuidada en la ejecución de sus deberes. Algunos tenían que soportar días de frustración hasta que se establecía una conexión en línea, mientras que para otros la conexión seguía yendo y viniendo cada segundo, como una bombilla parpadeante.

Por un tiempo, Internet flotó en una condición medio muerta, con un pie en la tumba, y la humanidad contuvo la respiración, temiendo que Internet continuara deteriorándose y luego se rindiera por completo.

Y luego llegó el día en que Internet exhaló su último aliento y nadie podía creer su mala fortuna. Era difícil entender que Internet ya no habitaba en el mundo y que la carga de vivir nunca más se aligeraría con la siempre presente alternativa de escapar hacia una existencia en línea. Ya nadie tendría el privilegio del lujo de tener dos mundos en los que vivir.

Los técnicos informáticos más eminentes de la tierra fueron asignados a la tarea de realizar la autopsia. Su conclusión unánime fue que Internet había muerto de causas virtuales. Lo que nadie había sospechado era que Internet poseía una vida finita. Todos siempre habían asumido que estaría ahí para siempre, sin embargo, también llevaba dentro de sí las semillas letales de la desconexión eterna.

El siguiente problema más apremiante fue el entierro. Problemas nunca antes considerados necesitaban ser abordados con urgencia, pues la vista de una Internet sin vida yaciendo postrada en el suelo era demasiado desgarradora para que el mundo lo soportara. ¿Dónde debería celebrarse la ceremonia fúnebre? ¿En qué idioma o código informático debería realizarse el servicio conmemorativo? ¿Quién debería dar el elogio fúnebre? ¿Dónde enterrarla?

El problema más intratable de todos fue a quién invitar al servicio. Se reservó un cierto número de boletos para aquellos más afectados por la muerte de Internet: adictos a la pornografía en línea, marginados sociales, introvertidos arraigados, celebridades obsesionadas con Twitter, los herederos de príncipes nigerianos y residentes a largo plazo en el mundo virtual de Second Life. De lo contrario, era casi imposible determinar quién estaba genuinamente afligido y quién solo quería asistir a la ceremonia para ser parte de esta ocasión histórica.

Finalmente, estos asuntos se resolvieron, aunque no dejó satisfechos a todos, y el mundo le dio a Internet el adiós que se merecía. Justo después del funeral, el mundo se apagó, lamentando la partida de Internet y recordando con nostalgia cómo podía responder cualquier pregunta; satisfacer todas las necesidades emocionales, mentales, espirituales, intelectuales y corporales; emocionar la mente y los sentidos; proporcionar información instantánea, entretenimiento, relajación, gratificación y excitación, así como permitir la comunicación instantánea con personas de todo el mundo, e incluso curar la soledad. Trágicamente, dada la magnitud y profundidad de la pérdida, algunos no pudieron soportar continuar viviendo en un mundo sin Internet y cerraron sesión permanentemente en este mundo.

Una vez que la ola desenfrenada e histérica de dolor finalmente se calmó, la humanidad se serenó y gradualmente se dio cuenta de que Internet había degradado y desfigurado realmente sus vidas.

Recordaron con horror y consternación cómo Internet había atrapado a las personas con sus innumerables tentáculos, haciendo que desperdiciaran sus vidas en el intrincado pantano del mundo virtual; cómo buscar en Google había reemplazado la sabiduría que viene con la edad, la experiencia, el aprendizaje y cómo, con información instantánea siempre al alcance de la mano, se perdía el valor del conocimiento; cómo la realidad en línea se convirtió en el único mundo y la realidad real fue abandonada y olvidada, como la hermana sencilla de una chica hermosa; cómo Internet robó a la vida su riqueza y belleza multifacéticas y redujo el mundo a una pequeña pantalla rectangular; cómo el mundo en línea se convirtió en una prisión en la que la humanidad se encerró voluntariamente y luego tiró la llave, junto con sus vidas.

La humanidad reconoció ahora cómo Internet había alterado fundamentalmente la naturaleza de las relaciones sociales y la naturaleza de la relación de uno consigo mismo. Inventada para facilitar la comunicación y unir al mundo, Internet, en cambio, se convirtió en la herramienta perfecta para la disimulación, distorsionando la verdad y separando a la gente del mundo, permitiendo así que las personas no solo tergiversaran sus verdaderos pensamientos y sentimientos, sino que falsificaran sus vidas enteras y la esencia misma de su ser, tanto para otros como para ellos mismos.

La gente descubrió que los dedos no eran solo para escribir y mover el ratón, sino que también tenían otros usos; que de sus torsos se extendía un par de extremidades inferiores que podían usarse para caminar por la dimensión espacial; que la evolución había equipado sus cuerpos con el medio ideal para transmitir pensamientos y sentimientos; que sus caras poseían músculos bien desarrollados que podían emplearse para señalar emociones como (entre muchas otras) sorpresa, molestia, felicidad y frustración. En consecuencia, se podía lograr una comunicación exitosa sin dispositivos electrónicos intermediarios. Lo más sorprendente de todo fue la revelación de que otras personas no eran idénticas a sus iconos, planas y siempre atrapadas en la misma pose con la misma sonrisa en sus caras, sino que eran seres tridimensionales, moviéndose y cambiando sus expresiones faciales.

Tener amigos y parejas en el mundo físico significaba que estabas libre de la precariedad, la incertidumbre y la falta de fiabilidad de las amistades y relaciones en línea, y ya no estabas sujeto a las acciones y decisiones caprichosas de tus amigos en la web, para quienes, después de todo, solo eras una entidad etérea y abstracta que podía ser eliminada instantánea y permanentemente de sus vidas con solo hacer clic en un ratón. En consecuencia, la constante amenaza de que los amigos y amantes en línea cesaran inexplicablemente todo contacto y desaparecieran para siempre había desaparecido por completo.

Los tutoriales "De vuelta a la realidad" resultaron ser muy populares y útiles, cubriendo temas como "Aprender a hacer una sola tarea"; "Conociendo al sol y al cielo" y "Cómo sobrevivir en un mundo que no se puede retocar con Photoshop".

La vida recuperó lentamente su significado a medida que la humanidad salía, paso a paso, del abismo en línea que había cavado para sí misma. Sin Internet, ya nadie tenía que lidiar con el problema de cómo equilibrar su vida entre los dos mundos. El tiempo comenzó a fluir más lentamente; ya no se anhelaba la gratificación instantánea; la contemplación y la paciencia revelaron su verdadero valor. Ahora estaba claro que la realidad en línea proporcionaba solo un significado parcial y efímero; que las emociones sentidas en el mundo web eran solo sentimientos artificiales fugaces; y que la verdadera autoestima no venía de la popularidad en las redes sociales, sino desde dentro.

Cada ser humano ahora experimentaba la vida directamente, en lugar de a través del lente distorsionador, disminuyente y vicario de una pantalla de computadora; enfrentando las cosas buenas y no tan buenas en sus vidas sin escapar al mundo en red y evitando así la realidad de su existencia; y siendo fieles a sí mismos, en lugar de esconderse detrás de sus iconos e identidades en línea. Solo entonces las personas se dieron cuenta de cuán profundamente e intrincadamente Internet había tejido su hilo fatal en cada aspecto de la existencia humana y cuánto se había ganado el día en que Internet murió.

 

Título original: The day Internet died

Traducción del inglés. Sergio Gaut vel Hartman

 

Boris Glikman es escritor, poeta y filósofo. Las mayores influencias en su escritura son los sueños, Kafka, Borges y Dalí. Sus historias, poemas y artículos de no ficción han sido editados en revistas electrónicas y publicaciones impresas. Boris ha aparecido varias veces en la radio, incluyendo la radio nacional australiana, interpretando sus poemas e historias y discutiendo el significado de su trabajo. Dice: "Escribir para mí es una actividad espiritual del más alto grado. La escritura me da el conducto a un mundo que es inalcanzable por cualquier otro medio, un mundo que está poblado por Verdades Eternas, Preguntas Inefables y Belleza Infinita. Es mi esperanza que estas historias mías permitan al lector echar un vistazo a este universo".

Principio del formulario

 

 

1 comentario: