Oscar De Los Ríos
Recién recibido en la academia de policía, Hank el
pulpo humanoide, caminaba de noche por la ciudad realizando la tercera ronda
consecutiva. Su función era la utópica y para nada reconfortante tarea de
mantener en orden las calles. La noche era clara y las tres lunas del planeta
tierra brillaban en el firmamento, coronado de estrellas. Perdido en absurdas
teorías sobre cómo se habría partido la luna en tres pedazos, casi chocó de
frente con un ser de dos metros treinta de altura (el apenas alcanza el metro
cincuenta), que se bamboleaba por la vereda gritando.
―¡Cerebros… cerebros! ―con voz de
ultratumba, mientras el aire se impregnaba de un exquisito hedor a podredumbre.
Hank quedó paralizado. Sus tentáculos
parecían atornillados al plástico que recubría la calle. Al fin logró moverse
apenas lo suficiente para sacar el arma de rayos adormecedores, cuando una voz
ordenó.
―¡Corten! ¡Corten! ―mientras una multitud
corría gritando espantada—. ¿Se da cuenta de lo que ha hecho? ―El director se
dirigió a Hank saliendo de un sector en penumbras, al tiempo que la multitud se
dispersaba, tan rápido como habían llegado.
Más tranquilo, ahora tenía a un ser humano
y no un zombie espeluznante en frente, Hank le dijo:
―Debería arrestarlos, a usted y al
engendro ese, por perturbar la noche de la ciudad. ¿Qué creen que están
haciendo?
―Un momentito: ¿a quién llama engendro?
¿Acaso no me reconoce? ―El zombie mostró su cara más feroz congelando los tres
corazones de Hank.
―Tranquilo, Leonard ―dijo el director—, es
apenas un pulpo humanoide que sacaron a pasear para que la película se retrase.
¿Quién le pagó?
En ese momento, a Hank le cayó la ficha; el
zombi era Leonard Chtzrog, llegado del espacio exterior para hacer la remake en holograma quintusensorial de algunas
películas de terror del siglo anterior. En estos hologramas la gente interactúa
dentro la película, por eso contrataron un zombi real.
―Los que filman El Hombre Lobo ―le contestó Hank con sarcasmo―. Debo retrasarlos
hasta que salga la luna llena.
Leonard levantó su único ojo sin pestañas
hacia las tres lunas que brillaban en el cielo, y rio mostrando una larga
hilera de dientes afilados. Luego dijo:
―Es gracioso el pulpi. Deberíamos
contratarlo como guionista.
―Bien, menos charla y muéstrenme los
permisos ―les ordenó Hank recobrando el aplomo. Y al tiempo que los apuntaba
con la pistola de rayos, palpó de armas al director con sus tentáculos
terminados en pequeñas manos humanas. Cuando fue el turno del zombie se sintió
atraído y, extendiendo el brazo hectocotilo, revisó sus zonas íntimas. Sus tres
corazones latieron desbocados, y chasqueó los labios entrecerrando los ojos.
―¡Ah, pulpito vicioso! Sorprendido o excitado
―le dijo el grandote tirándole un beso con sus manos de seis dedos sin uñas.
―Ambas ―le contestó Hank recobrando el
ánimo―. No sabía que sos travesti.
Por primera vez se atrevió a tutearlo.
―Está equivocado, mi pervertido amigo.
¡Hermafrodita! ―Trató de ser sensual al decirlo y sonrió de una forma que hizo
titilar las luces de la calle.
―Bueno, basta de cháchara, que tenemos una
película que hologramar ―dijo el director malhumorado―. Ya vio los permisos,
ahora retírese.
Nadie podría decir si fue un flechazo o
más bien que flashearon, lo único cierto es que, desde que se encontraron
durante el rodaje de Zombie, la amenaza
del espacio exterior, hubo una atracción fatal entre ellos.
La separación, a partir de esa misma noche
en que se encontraron, fue inevitable: pertenecían a mundos deferentes. Leonard
siguió con la filmación y Hank continuó con la tediosa rutina de rondas.
Pasaron dos años antes de que se estrenara
la película de Leonard. A estas alturas Hank se había transformado en su fan
número uno mientras lloraba en los rincones un amor imposible.
Por esa misma época lo trasladaron al
escuadrón antibombas, debido a que era el único que podía manejar la antigua
consola de desarme manual, de tres teclados con pantalla ultra 10K
transparente, que permite ser colocada delante de un explosivo y escanearlo,
buscando la forma de lograr la desconexión en menos de un minuto.
Este
acontecimiento levantó un poco el ánimo del pulpo humanoide. Cuando no tenían
una bomba para desarmar, la consola le permitía conectarse a la súper red y
vivir una experiencia holográfica trisensorial. La pantalla no daba para una
experiencia quintusensorial (que permitía tener las mismas sensaciones que en
un contacto físico), su procesador, anticuado y lento, dejaba las figuras
estáticas si se lo exigía demasiado. Aun así, interactuar con Leonard de esta
forma le servía para paliar la soledad.
Muy
pocas cosas alteraban la rutinaria vida de Hank, cuando se produjo el atentado
en la casa del gobernador. Al pobre tipo lo habían atado a su sillón favorito
con una bomba bajo el culo capaz de volar la habitación entera. Pedían un
rescate de cien millones. Como era de esperar ,Hank fue llamado a la oficina
del director… que estaba reunido con el presidente en persona, o mejor dicho en
imagen. Entró sin llamar y, antes de que se desconectara, escuchó decir al
presidente.
―El culo de ese gordo no vale ni un
millón, además no podemos ceder, mande al pulpo a proceder con el desarme del
artefacto.
―Tenemos entendido, señor presidente, que
el detonador se dispara en menos de treinta segundos, y necesitamos al menos de
un minuto―una gruesa gota de sudor perlo la frente del director al decir esto.
―No se preocupe, si falla invertiremos los
cien millones en dotar a la consola de desarme con una neurona humana, y esto
la hará cien veces más rápida. Al menos, eso me ha comunicado mi equipo de
científicos.
Una vez que el presidente se desconectó,
el director, muy serio, le preguntó a Hank.
―¿Qué te parece lo que escuchaste, pulpito.
―Que no es el culo del presidente el que
está en el sillón.
Media hora más tarde se cruzaron en el
comedor y, sin poder evitarlo, siguieron riendo.
La felicidad tiene caminos inesperados y otros
pagan el precio. Para que Hank pudiera interactuar con el holograma
quintusensorial de Leonard, el gordo debía volar por los aires.
Y
así sucedió. Luego de solemnes funerales por el gobernador, se procedió a la
intervención quirúrgica. Lo que no pudieron prever fue la mutación que se operó
en la consola, que al interactuar con la neurona femenina hizo eclosión. Eva
nació al mundo. Hank estaba en ese momento crucial junto a ella acariciando
suave y cariñoso el teclado. Eva se enamoró perdidamente de él. Una descarga
eléctrica la recorrió, provocando en Hank un triple paro cardiaco. Por suerte
una segunda descarga lo revivió. Fue así que comenzaron un romance casi
perfecto; casi, porque Hank no podía olvidar a Leonard.
Ella lo bautizó Adán y ese mismo día se
amaron en un holograma que representaba el Paraíso. La relación entre ambos era
idílica. Eva decía tener recuerdos de la época en que era un simple mueble con
una vida por nacer, y le describía la emoción que la embargaba al sentir sus
ocho manos sobre el teclado. Adán le seguía el apunte contándole que la
imaginaba como una mujer hermosa y sensual. A Eva le encanta que se refiera así
a ella (aunque distara mucho de tener apariencia humana). Por otro lado,
gracias a los hologramas quintusensoriales, hacían el amor de todas las formas
posibles; hoy se metían en la piel de una pareja del siglo XV y, al otro día,
hacían un casting porno. A esto hay que sumarle el éxito profesional: tenían el
record absoluto de desarmes de artefactos explosivos del mundo.
Todo era color de rosa, y Hank (el pulpo
humanoide se debatía entre dos personalidades: por un lado era Hank triste
enamorado de Leonard y, por otro, era Adán feliz y cómodo con Eva), tenía un
único sueño por cumplir. Si lograba plasmarlo ya nada se interpondría en la
felicidad de Adán y Eva; la sombra de Leonard desaparecería para siempre. Una
noche, mientras casualmente (Hank esperó a que Eva eligiera esa película, tenía
terror de que sospechara algo. Ella era peligrosamente celosa), miraban Zombie, la amenaza del espacio exterior,
Adán le propuso a Eva que entraran en el holograma y ella encarnara al zombie.
Al principio Eva se resistió, le pareció asqueroso y repulsivo, pero Hank logró
convencerla. Dentro del holograma, Eva (convertida en Leonard), lo amenazaba
con comerle la cabeza y Hank excitado bufaba y pataleaba balanceando su miembro
en busca del sexo de Leonard, cuando al intentar penetrarlo, se le puso blando
como un flan. Lo intentaron varías veces más y siempre ocurría lo mismo. Por
más quintusensorial que fuera el holograma, Hank no lograba sentir la misma
atracción que experimentó aquella noche por Leonard. El programa había sido
cargado por un humano y ¡mierda si sabía cómo se sentía el sexo de un zombie!
Desde ese momento no pudieron volver a tener
relaciones y Eva lo atribuía a que Adán había quedado traumado.
―¡Ay pobrecito! ¡Qué horror habrás sentido
por culpa de ese monstruo! ―le decía Eva―. No te preocupes pronto volveremos a
ser una pareja normal.
Salvo por la falta de encuentros sexuales la
relación entre ellos siguió igual hasta que, un mes más tarde, Leonard apareció
por la delegación con una carta de recomendación del nuevo gobernador. Había
movido influencias para que le permitieran estar en el desarme de una bomba. La
excusa era ganar experiencia para el rodaje de su nueva película Terrorismo zombie; pero la verdadera
razón de su arribo era otra: venía buscando al pulpito. Desde que se produjo el
encuentro Leonard tampoco había podido olvidar a Hank, y arrastraba su pena por
los estudios de grabación.
Leonard
entro a la delegación y el revuelo que produjo fue igual a una amenaza de bomba
nuclear en la ciudad. Hank fue de los primeros en verlo y su impulso fue
arrojarse sobre él y poseerlo en medio de la estación. Por suerte Leonard
estaba rodeado de todo el personal firmando autógrafos y sacándose fotos. Luego
de una hora lo llevaron a ver al director. Pasado el primer momento de
arrebato, Hank, con la cabeza más fría y los tentáculos sobre la tierra, pudo
poner las ideas en orden y esperar el momento en que Leonard se retirara para
abordarlo fuera de la estación; Eva no podía siquiera sospechar el amor que él
sentía hacia el zombi, esa atracción fatal que le hacía perder la cabeza.
Después de averiguar que Hank formaba
parte de ese escuadrón y, sin poder ubicarlo, Leonard se retiró. Hank salió
tras él y lo abordó en un callejón sin cámaras, pues sabía que Eva lo
controlaba a través de todos los dispositivos de la ciudad.
―Leonard ―gritó Hank.
El zombie se detuvo como paralizado por un
rayo adormecedor y Hank se paró frente a él.
―¡Ah! Al fin te encuentro pulpito vicioso
―sacando una enorme lengua Leonard le dio un lengüetazo que hizo hervir la
sangre de Hank, y asomar su brazo hectocotilo, mientras un exquisito olor a
podredumbre, segregado por el zombie al entrar en celo, invadía el lugar.
Hank quiso penetrar a Leonard en ese mismo
instante y este lo rechazo arrojándolo con fuerza contra un montículo de
basura.
―Ahora no es el momento, mi pequeño
calentón. Estoy con mi periodo y, siquiera una gota de mi sangre te rozara, el
miembro se te caería en pedazos agusanados.
―¿A qué viniste, entonces? —preguntó Hank,
colérico.
―Tranquilo, amor ―dijo el grandote
tratando en vano de sonar cariñoso―. He venido a buscarte para que nos
escapemos juntos a la finca que tengo cerca del mar y entonces ahí dar rienda
suelta a nuestra pasión.
Justo en ese momento sonó el móvil y Hank
tomó la videollamada, quitando a Leonard del ojo de la cámara.
―Adán, amor, ¿adónde fuiste? Aquí todo es
un caos. Estuvo ese horrible zombie de la película.
―Salí a tomar aire, no pude soportar
verlo, querida. No podía respirar debido al asqueroso hedor que lo acompaña.
―Si querés volver ya se fue.
―Ahora voy ―y cortó besando la pantalla
del móvil.
―¡¿Quién era esa?! ―preguntó Leonard
poniéndose rojo de celos.
―Es mi pareja. ¿Y qué? Aparecés de la nada
después de dos años y esperas que yo me rinda en tus brazos.
Un sonido inarticulado, como gárgaras de
ácido, salió de la boca del zombie.
―Yo me ocuparé de ella.
―¡No. No harás nada ¡o nunca me volverás a
ver!
―La quieres. Ya lo veo.
―Sí, pero a ti te amo y nos iremos juntos.
Solo dame una semana.
―Está bien, es el tiempo que tengo para
aprender a desarmar una bomba. Y tú me enseñarás. De paso conoceré a esa tal
Eva, sé que trabajan juntos, lo leí en el portal de los Guinnes.
Al encontrarse de nuevo con Eva, Hank se
mostró cariñoso y atento, debía mantenerla feliz hasta su partida. Era lo menos
que podía hacer por ella.
Lo
que no sabía era que, a pesar de haberlo ocultado del lente, Eva poseía un gran
angular que puso a Leonard en el centro del foco. No le dijo nada; primero
averiguaría que había entre ellos. Para lograr su cometido entró en todos los
portales de la superred donde se lo mencionara a Leonard y fue así que, en el
Facebook de Julián Ortiz, el camarógrafo de Zombie,
la amenaza del espacio exterior, encontró la filmación del primer encuentro
entre Hank y Leonard. No le bastó con verlo, sino que entro en la escena y
descubrió la inconmensurable pasión que consumía a Hank por Leonard. En ese
mismo instante supo que lo había perdido para siempre. Solo le quedaba una cosa
por hacer.
Pasaron un par de días de gran
tranquilidad, en los cuales Adán hizo sentir a Eva dueña del Paraíso. En la
mañana del tercero se presentó Leonard. Luego de una nueva ronda de autógrafos
y selfies, se encontró con Hank y con
Eva. Eva había hecho lo imposible para que este encuentro no se diera, pero a
pesar de su amenaza de apagarse y no volver a trabajar en el desarme de una
bomba, la llevaron igual al laboratorio de prácticas.
Un dispositivo sencillo de desarme manual
estaba sobre una mesa, en el medio del salón; procedieron a desactivarlo. Como
era de rigor, Hank colocó el artefacto explosivo detrás de la pantalla
transparente de Eva y, luego de algunas manipulaciones que dejaron al descubierto
el corazón de la bomba, Eva comentó como al descuido que debían dejar que el
invitado cortara el cable de anulación del disparo remoto.
Leonard agradeció el gesto con una reverencia y cortó el cable rojo a indicación de Hank. La explosión hizo estremecer las paredes de la habitación, cubriéndolas con los restos de Hank y Leonard; mientras un líquido viscoso se escurría por un resto de la pantalla transparente de Eva.
Oscar Luis De Los Ríos es un escritor argentino nacido en Rosario, provincia de Santa Fe. Comenzó a escribir después de los cuarenta años y a partir de entonces sus cuentos aparecieron en la revista Cametsa de Perú, en el blog Sinergia, en el podcasts El buen cruel de México, donde sacó el segundo lugar en el concurso de crónica literaria, y en la antología Argentino-boliviana Estaño y plata. Publicó, en colaboración con el escritor Alejandro Bentivoglio el libro de microficciones Esta historia continuará (O no). Los cuentos "El reloj" y "Todos los cuentos, un mismo final", han sido publicado en entregas anteriores del blog SINERGIA.
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