domingo, 7 de abril de 2024

CUENTOS (BREVES) CONJETURALES (59)

 

JULIA

Claudia Isabel Lonfat

 

Julia Parisi vivía con sus padres en una coqueta casita en un barrio de clase media del noreste de la provincia de Buenos Aires. Algunos llamaban al lugar “La pequeña Italia”, ya que el italiano era el segundo idioma, y se podía escuchar en una variedad de dialectos; al punto que ni siquiera se entendían entre ellos.

Julia llevaba una vida cuidada y tranquila como cualquier otra chica de su edad, al menos en apariencia. Cursaba su último año del comercial, y estaba a meses de recibirse de perito mercantil. No pudo viajar a Bariloche con sus compañeras para festejar el egreso debido a esa extraña fiebre que se había apoderado de sus tardes y no la abandonaba hasta la mañana siguiente. El médico de la familia dijo que era por el crecimiento, algo pasajero, y como Julia se había estirado hasta pasar el metro setenta, les pareció lógico.

La fiebre volvía cada tanto, y la dejaba sin fuerzas; entonces le medicaban vitaminas, reposo, analgésicos, antibióticos, como si fueran golosinas; pastillas de diversos colores y sabores fueron poblando su mesita de luz. Era primavera cuando un vómito de sangre espesa y oscura interrumpió la pálida calma de la siesta familiar, aunque el invierno parecía no querer irse y el gris de una neblina pegajosa cubría hasta las almas.

Conrado, el padre de Julia, escuchó el grito ahogado de su hija, interrumpido en la garganta por la urgencia de otro vómito sanguinolento. La vio desplomarse con su camisón rosado, salpicado de manchas rojas y coágulos oscuros. El miedo lo dejó estaqueado dentro de los límites de la baldosa donde lo detuvo el espanto, como si estuviera jugando con Julia a la rayuela o a la mancha inmóvil. La madre y el hermano, corrían nerviosos de un lado para otro, buscando cosas que se hacían liquidas en la memoria. Lloraban o se agarraban de los pelos, pero no se animaban a mirar lo que había salido del cuerpo de Julia.

Conrado reaccionó y la tomó en sus brazos. Salió de la casa en pantuflas, vestido con un viejo piyama de franela celeste a rayas. Apenas podía ver por dónde andaba. Se dio cuenta de lo frágil y liviano que era el cuerpo de Julia, cuando tuvo la sensación de cargar solo su camisón rosado, y hasta se escuchó a si mismo decir, sin detenerse en reflexiones, como si fuera un fantasma, ¿dónde está tu cuerpo, hija?

Encendió el auto y se marchó, dejando tras de sí al resto de su familia, que la neblina se encargó de borrar. Condujo directo al hospital. Allí, Julia fue rápidamente atendida, estabilizada con suero y oxígeno. Las placas mostraron la tuberculosis pulmonar, con el lado izquierdo afectado. No hacía falta ser médico para notar cierta ausencia, justo donde señalaba el médico. Ahora correspondía completar con un esputo y análisis de sangre.

Julia debía quedar internada, hasta que los bichos que le devoraban el pulmón sucumbieran a la medicación.

 Conrado consiguió que le dieran una habitación cuya cama daba a unos ventanales hermosos y muy iluminados. Una enfermera le contó que antiguamente ese sector era para los ricos, que tenía hasta música funcional, más otros lujos, como una capilla propia con su cura, que daba misa semanal y luego pasaba por cada habitación para dejar sus bendiciones y escuchar a los enfermos. Bastaba con seguir por el pasillo y doblar a la izquierda para encontrarse con imágenes de algunas vírgenes y santos, varias hileras de asientos y un hermoso altar adornado con flores de tela.

Los días eran interminables. Al principio, madre, padre y hermano, rodeaban su cama. Hablaban pavadas y chismes sin parar, o inventaban cosas graciosas para sacar esa tristeza tatuada en los ojos de Julia. Pero la tristeza de la joven era infinita, traspasaba la piel, los músculos, las arterias. Viajaba por su sangre donde todo estaba corrompido y olía a muerte.

Con el correr de los meses, las visitas diarias se fueron espaciando, hasta que empezaron a ser semanales. Julia fue cambiando imperceptiblemente, perdiendo sus características hasta quedar irreconocible. Los tratamientos no funcionaban. Su piel era cada vez más transparente y etérea. Ella miraba todo a su alrededor, no estaba desconectada de su entorno, veía la muerte rondar, sabía que estaba en la última estación de su recorrido; ahí donde los condenados ya no pueden volver, y en su cabeza tenía la forma de una pequeña isla con paredes altas; tan altas que no se podía ver nada más.

Un día, la parca se llevaba a alguien que alguna vez había sido fuerte, pero que de a poco se había ido deshilachando como un trapo viejo, hasta deshacerse entre las manos, y concluir en ínfimas hebras volátiles. Otro día, le tocaba a un niño; un ser que no conoció otro color que el gris ni otra condición que el dolor y la ausencia de aire. Entonces el miedo le subía por los pies para estallarle en el pecho. Tanto, que la electricidad le sacudía hasta las entrañas. Una fuerza desconocida la invadía, y los olores intensos del día la hacían danzar y reír. El miedo se esfumaba.




Julia, con esa energía nueva, era capaz de todo. Bajó corriendo las escaleras directo al parque trasero del edificio. Siguió corriendo entre los árboles. Se detuvo y abrazó uno, lo olió. Luego rozó lo áspero de su corteza, con la misma suavidad con que acariciaría la mejilla de un niño. Y fue de un árbol a otro, como si tuviera nariz de perfumista. Después rodó por el pastó, y vio que muchas personas surgidas de quién sabe dónde, que la miraban sonrientes; ella les devolvió la sonrisa. Parecían de otras épocas, de otras vidas.

Corrió o levitó por todos los pasillos del hospital. Vio dolor, pero también esperanza. Percibió el miedo mediante el olfato, como los perros. Se le agudizaron todos los sentidos y se dejó ir, como un pájaro más.


Claudia Isabel Lonfat es una narradora y poeta argentina, nacida en Caseros, provincia de Buenos Aires que actualmente reside en la localidad de Tortuguitas, de la misma provincia. Participó en antologías, tanto de narrativa como de poesía géneros, nacionales e internacionales, como Grageas 3Cuentos de terrorPrimera antología de escritores de Malvinas Argentinas, Sin fronteras y muchas otras. Es una de las fundadoras del grupo “EIMA” (escritores independientes de Malvinas Argentinas) que promovió la edición de una antología local. También colaboró como columnista en un diario digital, tocando temas sociales y políticos (México). Publicó Casi un libro de cuentos en coautoría con Luis Venosa y Los nombres que me nombran (cuentos, 2023). Además está terminando otro libro de relatos breves.

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