Esta vez son ciento tres microficciones de otros tantos escritores de veinticuatro países (si no conté mal). Insisto: la cantidad es indiscutible. Espero que los lean y puedan apreciar la calidad de las mismas.
Palomitas al maíz
Álvaro Alcaide
El gato molesta. Siempre está en el medio, maúlla, llena los sillones de pelos.
Un vecino me sugirió tirar maíz en el jardín del fondo. Santo remedio; el maíz atrae a las palomas y el gato se pasa todo el día agazapado esperando que alguna llegue.
La casa está tranquila ahora. Pasó una semana y fui al jardín a tirar más maíz. Me encontré con una convención de catorce gatos y un cementerio de palomas.
Alejandro Fabián Alberto Aguirre
Estrujó contra su pecho esa carta con emoción pero no se animó a leerla en ese instante porque cientos de imágenes regresaron a su mente, en ellas era feliz junto a su amor, aquél que había partido hace meses a esa maldita y despiadada guerra. Por fin, luego de semanas, la existencia de una señal de que estaba con vida estaba en sus manos.
Cabe decir que desde que él se había marchado su ansiedad había provocado su completo aislamiento respecto a sus amigos y seres queridos. Lejos de todo ocupó una pequeña casa donde decidió vivir todo el sufrimiento de la espera. Todos los días fueron crueles pero con esa carta todo era diferente.
A la mañana siguiente salió de la oscuridad de esa casa y se dirigió al pueblo para encontrar a alguien con quien compartir la noticia de esa carta.
Desconoció el lugar pero no le importó, sintió el cansancio de sus piernas y sin embargo siguió. A punto estaba por llegar a la pequeña plaza cuando le disgustó sobremanera cómo era observada y fue entonces que cruzó una calle para poder ver su reflejo en una vidriera. Cuando pudo ver su imagen se aterrorizó, ella era una anciana vestida con trapos sucios. Ante semejante descubrimiento solo atinó a gritar que le devolvieran su juventud mientras los presentes no salían de su asombro. Quiso salir corriendo a la plaza pero no pudo, recordó entonces a su amado y con desesperación abrió esa carta y cuando lo hizo vio caer letras rojas al suelo y fue allí cuando supo la verdad, la muerte había terminado con todo. Luego de eso, arrodillada y con los brazos hacia arriba emitió un alarido que fue ensordecedor.
Intersticiales de los polvos estelares de Arturo
Daniel Alcoba
Los intersticiales
habitan las fisuras y grietas de los asteroides, meteoros, aerolitos, rocas y
pedruscos de las más amplias órbitas elípticas de Arturo. Aunque tienen una
densidad (D), próxima a 36, en época de celo, cuando llega la primavera
arturiana, pasan de la fase sólida a la gaseosa para aparearse uniendo ambos
vapores en soplo único. Hechos un solo gas, se hacen humo de a dos, en pareja.
Durante el verano, se dilatan con
descomunal amplitud hasta volverse atmósfera del asteroide, o velo del pedruzco
orbital o aerolito que habiten.
De ahí los versos del pentacéfalo
Trypkzsj, poeta barroco de esa región galáctica:
A menos de tres verstas siderales las polillas en órbita
se protegen del ardor de Arturo con amantes sombrillas.
En el otoño saturnal pululan larvas
metálicas en los asteroides y pedruscos y arrecian las lluvias de meteoritos
procedentes del noroeste galáctico. En esas condiciones, durante la estación de
la tristeza pasan infancia y adolescencia. En invierno, adultos en fase sólida,
son esféricos y tenaces como las bolas de los rodamientos o rulemanes, aunque
nueve veces más densos o pesados. De ahí estos versos zumbayoinos en vocativo
del propio Trypkzsj, una de cuyas cinco cabezas escande los endecasílabos en
lengua zumbayoínica:
Boluda juventud intersticial
Tan infeliz, esférica y global.
Boluda juventud intersticial.
Boluda juventud intersticial.
La media
Maru Alzugaray
Un mate a medio tomar. Una rodaja de pan a medio morder.
Un pucho a medio
fumar.
Mientras se
viste, se acomoda el pelo, se pone las botas, las chatitas, las sandalias
(según sea la estación), se pinta los labios y renuncia al delineador y al
rímel y a las sombras.
Recuerda a su
mamá, tan pendiente del maquillaje y piensa en ella misma, la hija, tan a cara
lavada y se sonríe sin mirarse en el espejo.
Sale a la calle,
por enésima vez en su vida. Sube al colectivo.
Se baja. Camina
más de cuadra y media.
Pisa la baldosa
con la llave en la mano.
Y sabe que su
media vida (o lo que quede de su media vida y de ella) dejarán de existir en el
momento en el que pise el escalón.
La partida
Armando Azeglio
Nunca supo con exactitud cuál fue el
momento. El instante en el que se terminó de mimetizar con la ola gris de
oficinistas que a las siete de la tarde volvían a sus casas. Cientos,
miles, millones en todo el mundo iban y
volvían a sus trabajos detrás de las mismas cosas: mismos autos, mismas
vacaciones, mismos objetos, mismos tipos de relaciones. A eso le llamaban
libertad. A la posibilidad de elegir entre un tipo de gaseosa u otro. A eso le
llamaban policromía, a esa mezcla
apremiante de tonalidades que surgía de los anuncios publicitarios. Gris, no
había colores.
Lo cierto es que un día se vio
a sí mismo con los mofletes caídos vistiendo en esa coloración. Se
vio a si mismo átono y mirando mas allá de las vidrieras. Sentía un agujero
negro en el centro de su alma que devoraba todo lo que el percibía: casas,
autos, homo sapiens disfrazados.
Llegó a su departamento. Lo
esperaba una mujer inverosímil. La
escrutó vacilante. Con minucia. Con cierta incertidumbre.
—Vamos —le dijo ella—. Ya es
suficiente. —Él tendió su mano.
Definitivamente ligados
Jorge Carlos Barberini
Hubo ocasiones en las que experimenté eso de leer un libro y escuchar un
disco, al mismo tiempo y por primera vez. El resultado es que ambos quedan
definitivamente ligados dentro de mi cabeza, aunque en el fondo nada tengan que
ver entre sí.
Me pasó por ejemplo, allá por mis diecisiete,
con Relayer, de Yes, y las Crónicas marcianas de Ray Bradbury.
Desde entonces cada vez que suenan Las Puertas
del Delirio surgen en mi mente las máscaras de plata, las barcas de arena, la
trágica extinción de los marcianos a causa de la rubeola, la tardía,
desesperada e inútil rebelión de Jeff Spender, el encuentro de dos seres de
tiempos distantes, el sobreviviente que adopta una y otra forma hasta que es
demasiado, el kiosco de salchichas inevitablemente destinado al éxito, el
rostro de los nuevos marcianos reflejado en los canales.
Inversamente, basta tomar en mis manos el
libro (mi añejo ejemplar de Minotauro con hojas sueltas y que huele a canela) y
deslizarme sobre “El verano del cohete” para que la música suene
automáticamente y con toda claridad dentro de mí.
Una experiencia sorprendente.
Sigue siéndolo aun después de tantos años.
La recomiendo.
(Y por supuesto, hubo una dama sobrevolando
esa época, ese disco y ese libro. Ella también reaparece, y la recuerdo con
cariño y gratitud…)
El vicio de la lástima
Joyce Barker
No es
lo mismo tomar una taza de café al día, que cuarenta. La dosis hace al veneno,
pensaba Joaquín, acordándose de Paracelso. Tomó otro sorbo, sentado en su Mini
Cooper, en el estacionamiento de su ahora ex oficina de arquitectura. No te
preocupes, no necesitaré venderte. Acarició el volante de su auto color acelga.
Lo habían despedido. Es mejor así: fueron muchos años diseñando para estas
ratas.
Al volver a su casa vio que su vecino, parado en la reja,
sollozaba; y a pesar de no haberle hablado antes, lo invitó a tomar un café a
su casa: sintió un placer incómodo al pensar que otros estaban peor que él. El
vecino habló sin parar de su separación; Joaquín sólo escuchó, y no le dijo
nada acerca de su despido.
—Ven cuando quieras —fue la frase culpable que propició
las siguientes y reiteradas visitas del vecino. Cuando sonaba el timbre, sentía
que su ánimo descendía, pero escuchar historias tristes le provocaba placer y
un extraño bienestar, a pesar de su ya extendida cesantía.
Un día, agotado de recibirlo casi a diario, le pidió que
no fuera tanto o, por último, avisara antes; pero el vecino reaccionó como si
lo hubieran traicionado nuevamente. Superó la dosis de mi empatía, pensó
Joaquín, cada día más débil; es como el parásito del almohadón de Horacio
Quiroga: está drenándome. Pero sentía lástima recordando las historias que le
contaba, que ya no eran de su separación sino tragedias de otros; esa lástima
que lo reconfortaba, haciéndolo sentir afortunado, a pesar de ya estar sin un
peso, en los huesos, ojeroso y con la piel amarilla. A veces, hasta babeaba. Le
diré que estoy ocupado, que no puedo recibirlo…, balbuceó intoxicado, mientras
ponía dos tazas en la mesa, ansioso de su dosis diaria.
Los hilos
Sandra Barrera Andrada
Las manos mueven los títeres: viejos con barbas, con bastones, con
botones y sacos largos; los llevan al cine, a las citas, a las carreras. Las
manos crean historias, los hacen discutir, pelear o amarse. Los niños ríen
tanto, tanto, que cuando ya cansados se van a dormir, el dueño de las manos
deja que los muñecos los aterroricen en sus sueños para que aprendan que la
vida no es tan bella.
Delivery
Patricio
G. Bazán
Eructó libre, salvajemente, con
la plenitud de los impunes. Pensó durante dos segundos si valía el esfuerzo de
limpiar las evidencias de la matanza, pero ¿quién vendría a meter la nariz en
una cabaña perdida en lo profundo del bosque? Más importante era conseguir un
antiácido: después de devorar a la abuelita y su nieta, sentía el vientre a
punto de estallar.
Fuertes golpes a la puerta reclamaron su atención. Quedó
inmóvil, ¿quién podría visitar a la anciana tan tarde? Carraspeó antes de
atender, recordando cómo sonaba la voz de su víctima.
—¿Quién es?
Muy rasposa, maldijo para sus adentros. Lo suyo no era la
imitación.
—¡El leñador! —oyó gritar, y a continuación se abrió la
puerta.
Un joven alto y bronceado irrumpió jovialmente en la cabaña.
A la luz del fuego que danzaba en la chimenea, podía apreciarse la potente
musculatura contenida a duras penas por la ajustada camisa a cuadros.
—Soy tu hombre salvaje de los bosques, Abuelita... ¡como
todos los viernes a la noche! —añadió con gesto cómplice, mientras comenzaba su
sensual rutina de desnudista a domicilio.
¡Vaya con la vieja!, pensó el Lobo Feroz.
Predilección por la
derrota (esos perfectos masoquistas)
Alejandro
Bentivoglio
Cómo nos gustan las derrotas. Las morales, las pragmáticas, las ficticias y las reales. Cómo nos gusta saber que aún pudiendo haber ganado, nos echamos para atrás. Rompimos filas y huimos. .
Qué placer cada vez que sacamos la bandera blanca y nos rendimos. O mejor aún, cuando ni siquiera hay tiempo para eso y el enemigo nos aplasta, nos barre y echa sal sobre nosotros para que nada vuelva a crecer.
Qué satisfacción la de no tener que cargar con ese yugo de la victoria, de esa constante dicha de salir siempre airoso. Qué bueno reunirse al final de la noche y comentar que hoy también, hoy también nos molieron a palos.
Psiquiatraman contra los duendes del
desorden
Ricardo Bernal
Sonríes.
Lo que tú no sabes, pobre idiota, es que del otro lado de la línea telefónica un Duende del Desorden con dedos de cuchara devora los ojos y la lengua, bebe lentamente la sangre de Psiquiatramán, asesinado hace más de una semana.
El mensaje
Iván Bojtor
El asteroide registrado como 7335 (1989 JA)
fue clasificado previamente como "potencialmente peligroso" por la
NASA debido a su tamaño y a su proximidad a la Tierra. Según los cálculos, el
asteroide pasará cerca de nuestro planeta a una velocidad de 76,000 kilómetros
por hora el 27 de mayo. Los expertos estiman que estará a aproximadamente
cuatro millones de kilómetros de distancia de nosotros, lo que equivale a diez
veces la distancia entre la Tierra y la Luna.
¿No hay respuesta? No la hay. Claro que no. Ni siquiera sé qué esperamos de ellos. Hemos estado enviando estos mensajes durante un millón de años, pero aún no han descifrado ninguno. La ciencia apenas ha avanzado. Aunque para nosotros está claro que se pueden sacar formidables conclusiones de ese pequeño cuerpo celeste a partir del material que lo compone, su tamaño y forma, pero no han logrado hacer ninguna deducción. En mi opinión, no son seres inteligentes. Digo que debemos poner fin a este proyecto y comenzar uno nuevo. ¿Qué deberíamos hacer con ellos? Lo mismo que con el grupo de prueba anterior, con esos enormes seres escamosos.
Título original: Üzenet
Traducción del húngaro: Sergio Gaut vel Hartman
El retorno del viajero
Hernán
Bortondello
Fernando López,
capitán de la nave exploradora “Gitana”, acaba de regresar a la Tierra dos
siglos después de emprender un viaje interestelar de cinco años. Había sido
preparado para enfrentar, a su regreso, los más variados escenarios. No lo
hubiera sorprendido encontrar un mundo hipertecnológico donde homos robóticos
reemplazan a los sapiens, y tampoco que la civilización terrestre se hubiera
autodestruido con la consiguiente bestialización de la humanidad. Incluso
barajaba alternativas utópicas como la de descubrir a una sociedad ignorante de
lo material, seducida por un movimiento neo-hippie, entre otras.
Pero la realidad se manifestó ante él
quitándole el piso bajo los pies. El puerto espacial Jorge Newbery lo recibió
inexplicablemente desolado, pulcro y demasiado familiar. Atónito por la ausencia
de personas, comenzó a caminar adentrándose en su entrañable Buenos Aires. No
cabía en su asombro, la capital estaba tal cual la recordaba, excepto que
reinaba un silencio imposible, abrumador.
Tras una hora de andar, el
inconfundible rasgueo de una escoba casi lo sobresaltó. Cerca de la esquina
hacia la que se dirigía, barría el cordón de la vereda un empleado municipal.
Ansioso, apuró su paso hasta alcanzarlo.
—Buenos días, señor… disculpe, pero…
¿dónde están todos? —le preguntó conteniendo el pánico.
El hombre, alzando la vista, lo observó
extrañado.
—No sé, jefe, no sé… Sólo quedamos los
necesarios —dijo con serena resignación y un ligero levantar de hombros.
—¡Cómo que no sabe! ¿Los necesarios
para qué, amigo? —el expedicionario sentía que le faltaba el aire.
—No lo sé. Un día no hubo nadie. Sólo
quedamos los de mantenimiento, ¿sabe?, barrenderos, basureros, bomberos,
técnicos y pocos más.
—¡Madre de Dios! ¿Pero… qué supone que
ocurrió?
—Escuche, frente a nuestras casas
aparecen packs de supervivencia, y no aparecen si no trabajamos. ¿Quién sabe…?
Supongo que ellos desean que les cuidemos las instalaciones.
Rocas
en el agua
Gastón Caglia
Si arrojas una piedra sobre el agua, de
tal modo que rebote sobre la superficie, verás que las ondas que genera
terminan afectando otros objetos ajenos a la piedra, inclusive las distintas
ondas se rozarán entre sí.
De la misma manera, en
la vida, cada acto u omisión nuestra repercutirá en la vida de otros. A esa
conclusión estaba arribando Luis cuando sin darse cuenta se lanzó a cruzar la
calle cuando no tenía paso y una desesperada conductora no pudo evitar
arrollarlo con su frenada. Quien circulaba detrás corrió la misma suerte y
nunca llegó a destino en hora.
Tocar la luna
Miriam Cairo
Para qué le voy a mentir. Yo suelo tocar con bastante frecuencia la luna. A veces en compañía, a veces, en la más absoluta soledad. Tendida como un velo, los insectos brillantes de la noche se me aferran a los muslos, se aprietan al hueso de mi pecho y puedo partirme en dos tiempos y lugares. Qué más le puedo decir, ya que estoy en extremo confidente. Con sus peces redondos y sus piedras danzantes, la luna siempre se deja alcanzar por mi mano, sea en compañía, sea en soledad. La luna y mi mano son una unidad de músculo y misterio. Qué se le va a hacer. Una es una con sus crestas y sus abismos. Negar la realidad sería tan absurdo como nunca negarla.
El roce
Mario Capasso
El hombre, ya bastante
viejo, desde hacía un buen tiempo, pasaba gran parte del día estudiando la
alcantarilla correspondiente a la esquina norte de su casa. Con la mirada algo nubosa,
analizaba las posibilidades que podía llegar a ofrecerle. Tenía varias ideas
con respecto a ella, suposiciones más bien. Entonces ocurría que, en especial
los domingos, después de planear el acceso, recorría la cuadra una y otra vez e
imaginaba todo un mundo bajo el asfalto, un mundo donde tal vez él todavía
podía resultar necesario, aunque fuera para silbar aquella vieja canción,
acariciarle el lomo a las ratas y ser rozado por ellas.
Espacio
aéreo
Miguel Carqueija
Fue
una guardia movida, aquella; un día de muchas persecuciones; y cual no sería mi
sorpresa cuando trajeron, en sendas camillas, a dos sujetos disfrazados, uno de
murciélago y otro de araña, ambos completamente reventados. Antes de iniciar el
recauchutaje de los tipos quise saber, de boca del oficial de policía que los
acompañaba, lo que realmente había sucedido. Él no se hizo rogar: —Es muy
simple, doctor. Parece que Batman decidió arreglar unos asuntos en Nueva York.
Estaba persiguiendo al Comodín, que venía huyendo de Gotham City en un
helicóptero. El Hombre Araña estaba atrás del Duende Verde. Como esos sólo
saben movilizarse colgados en telas kilométricas o baticuerdas, terminaron
colisionando entre sí.
Título original:
Espaço aéreo
Traducción del
portugués: Sergio Gaut vel Hartman
The x-files
Julio
Estefan
La noche que me
abdujeron me dormí en el horario de costumbre. De pronto sentí cómo me
llevaban. Desperté en una enorme nave, muy blanca, llena de luces que me
encandilaban. No podía moverme y estaba en el centro de una mesa metálica.
Entonces entraron ellos, con sus dedos largos y fríos, tan fríos que me
estremecía cada vez que me tocaban. Comenzaron a introducirme unos tubos
delgados y flexibles en el abdomen y sentí cómo exploraban mi interior. Luego
extrajeron algo por mi ombligo (o quizá me pusieron algo por allí, no lo sé).
Cuando desperté estaba nuevamente en mi cama, al lado de mi esposa. Pensé:
“¡Qué locura! Estoy mirando demasiados episodios de The X-Files”; pero entonces
palpé mi abdomen y allí estaban, como mudos testigos, tres pequeñas cicatrices
en semicírculo alrededor de mi ombligo; y en él, un apósito con unas leves
manchas de sangre.
Nadie me cree, ni siquiera mi esposa.
Ella insiste que me hicieron una cirugía laparoscópica de vesícula, aquí, en la
Tierra…
Alfonso extraña
Sandro
Centurión
En el arte de
extrañar, Alfonso es el mejor capacitado, un especialista en la inefable tarea
de extrañar amores imposibles. Su técnica es efectiva por lo simple y
contundente. Primero siente un nudo en la garganta, un nudo de esos que
sostienen las anclas de los barcos, de esos barcos que suelen llevarse
recuerdos, y regresar con esperanzas. Luego, Alfonso agranda el pecho, lo
hincha como si fuera un globo, de esos globos que suelen escaparse de las manos
de los niños, de los que revientan lejos en la inmensidad del cielo,
absolutamente solos.Por último, y recién entonces ocurre el extrañamiento
genuino y verdadero que sólo lo padecen los que aman lo inalcanzable. Todo el
cuerpo se le inflama y es como si tuviera un mar dentro, un mar de olas
embravecidas por el viento, un viento que hunde barcos y arrastra globos. Y es
tan inmenso ese mar que corre dentro de Alfonso que de a ratos se le filtran
gotitas de agua de mar por la comisura de los ojos.
La ley de las palabras
Paulo
César
No fue el dolor
de huesos, ni las marcas en la piel, ni el pelo descolorido, ni mucho menos el
olor a naftalina los que marcaron mi llegada hacia la vejez… fueron las
palabras…
Aparecieron de la nada, como dibujadas
grotescamente en el horizonte. Mientras más me acercaba a ellas, más se
alejaban.
Jeans, Hipster, F, LOL, Random,
iniciaron un desfile interminable de expresiones que vertiginosamente me
divorciaron del mundo moderno.
Finalmente, convertido en un tal viejo
boomer, exiliado de la gran tertulia, tomé mis palabras y mi hate(ismo) y me
mudé hacia el olvido de los recuerdos.
Personajes secundarios
Guillermo
Corte
Nicanor
Companiucci estaba enojadísimo. Le habían avisado que su personaje moría minutos
antes de grabar la escena. Y para colmo, se trataba de una muerte ridícula:
hipnotizado por el antagonista, el médico que lo operaba le clavaba el bisturí
en el ojo.
Mientras hablaba con su abogado,
atravesó casi al trote el zaguán de la casa de Patricio Velazco, el director de
Arpegios de amor.
—¿No se les pudo ocurrir algo más pelotudo? —exclamó ofuscado—. No sé...
qué se yo... que se ahogue con acuarelas, que lo muerda una serpiente o lo
cuelguen de la luminaria...
—Bueno, lo de la serpiente ya lo hicimos
—le retrucó Velazco, irónico. A Nicanor le pareció oír unas risas de fondo.
—¡Parece un guion escrito por un
informático!
—Es que no lo entendés, nuestro show es
una metáfora de la vida moderna.
El actor se quedó perplejo ante
semejante imbecilidad.
—No puedo creer que rechacé Fireforce por esta basura...
—Tranquilo, compa, tenemos muchos
personajes secundarios ahora mismo... pero por ahí volvés con un parche en la
cuarta temporada....
Indignado, el artista dio media vuelta
y se marchó pateando un tapial de hormigón e ignorando completamente que él
mismo era un personaje de comedia.
En
el cine
Rosa
Lía Cuello
Estoy en el
cine con mi mamá viendo la película del hombre que se vuelve invisible.
—Yo quiero ser como él, mami.
—Bueno —me contesta ella sin apartar
los ojos de la peli.
—Ya lo decidí, cuando sea grande voy a
ser como él, porque ahora soy chico, ¿cierto mami? —No me contesta y la agarro
del buzo. Ella se desprende de mi mano y me empuja con bronca.
—Dejá de molestar —me dice en voz baja.
Yo me golpeo con el filo de la butaca y me quedo quieto un rato largo. Creo que
me dormí.
—Voy al baño, mami —le digo; me parece
escuchar
—Esperá, no vayas solo, ya termina.
—No aguanto —le digo. Y salgo corriendo
hasta el pasillo, parece que voy en cámara lenta, aunque me duele un poco
cuando quiero respirar. Ahí me espera el hombre invisible que se salió de la
pantalla.
—Dale —me dice—, antes de que tu mamá
se de cuenta. —Me da la mano y nos alejamos por el pasillo, hacia el fondo. Cruzamos
por la pared y salimos al cielo, en medio de una nube. El hombre me dice—: mirá
allá abajo, en el cine; tu mamá hizo prender todas las luces y te zamarrea.
—Mami, no te asustes —le digo—. Acá
estoy. —Pero ella no me escucha. Parece que ahora ya soy invisible.
Tal juego
Krzysztof Dąbrowski
Lo odiaba. Él
destruyó mi vida. Primero criticó, luego calumnió. Incluso creó una teoría de
la conspiración y fabricó pruebas para etiquetarme públicamente como un
monstruo.
Desafortunadamente, tuvo éxito: la
gente, en su ingenuidad, creyó toda esa mierda, independientemente de las
afirmaciones de que la supuesta evidencia no se mantendría en ningún tribunal
de justicia.
Él destruyó mi vida.
Me suicido
Pero en lugar de morir, siento algo en
mi cabeza.
Lo quito. Es un casco futurista.
De repente me doy cuenta de que es un
juego y mi amigo, a mi lado, estaba haciendo el papel de mi enemigo.
Enviado en castellano por el autor.
El lector
Rogelio
Dalmaroni
Luego de unos meses y con algunos cuentos ilegibles de tan corregidos,
la idea de que no tenía sentido continuar escribiendo se volvía más recurrente
y agobiante.
Fui
perdiendo paulatinamente el entusiasmo.
En
otoño comencé a sentir una levedad creciente.
Me
fui transformando en un papel con mis cuentos agonizando; arrugándome más y
más…me hice un bollo…y caí en el cesto.
En
el basural un cartonero abrió el papel leyó los cuentos y se emocionó.
Decisión
Graciela De Gaetano
Estaba harta, cansada de esperar. Había aguardado siempre su llegada, que
no se fuera, que le regalara algo más que las caricias morosas de siempre. Pero
no. Él siempre se iba, y ella siempre esperaba. A veces, se le terminaba la
paciencia, y arremetía contra sus tesoros. Era un placer tirar al suelo los
anillos, y verlos rodar lejos, inalcanzables, debajo del más pesado de los
muebles de la casa. Se relamía pensando en el tiempo que perdería buscándolos.
Sabía que él no imaginaría que lo suyo era un desquite; que romper con ahínco
sus libros era su venganza.
Decidió
cambiar, que su estrategia ahora sería la ausencia. Se asomó al balcón y miró
hacia abajo. Tres pisos. Serán suficientes, se dijo. Cerró los ojos y se dejó
caer. Tarde, recordó que era inútil. Las gatas caen siempre paradas.
El mal
postergado
Oscar De Los Ríos
Era una persona que hablaba todo el tiempo, jamás se
cansó de hacerlo; cada disputa verbal la hacía suya y, hoy bien podía tomar
parte por uno como mañana por su enemigo… enemigo era todo aquel que refutara
su palabra.
Un
día escuchó la conversación entre un joven y un viejo.
El
joven sostenía que lo peor que le podía pasar en la vida ya había ocurrido.
El
viejo, en cambio, aseguraba que lo peor que le podía suceder en la vida aún no
había ocurrido.
Ante
tan extraña situación no supo en principio de que forma participar. Después de
mucho cavilar decidió interrumpirlos y hacer su declaración
―Sus
males no llegan ni a la mitad del mío. Lo peor que podría pasarme en la vida
está sucediendo en este momento.
Cada
uno por su lado, el joven y el viejo, sacaron sendos cuchillos y la apuñalaron.
El mago
Rolando
José Di Lorenzo
El mago Xantón agitó el pañuelo rojo,
sacudió la pequeña mesa gritando palabras extrañas y cuando descorrió el velo,
vio con ojos desorbitados que nada había sucedido, pero la gente aplaudió
igual, habían ido para ser engañados. El público pedía a gritos la repetición y
pedían más y más, el los miró incrédulo, sacó de nuevo su pañuelo rojo, lo
volvió a sacudir repetidas veces, lo dejó caer y tampoco el pajarito apareció
en su mano. Entonces la gente se rompió las manos aplaudiendo. Seguían viendo
lo que querían ver. Pensó entonces en hacer su último intento, tomó una tela
mucho más grande; también roja, dijo cosas, hizo ademanes y se cubrió con ella
por completo y cuando se descubrió, ya no estaba, aunque igual podía escuchar a
su público que gritaba y aplaudía a rabiar. Había realizado un acto por fin,
quizá su único y último acto.
Paisaje
Luciano Doti
Sus ancestros le habían enseñado lo que sucedería con su alma desencarnada. La tradición oral de su pueblo era muy rica al respecto. Algún día, la brisa que soplaba sería su aliento y haría mecer las aguas. El paisaje se le mimetizaría. Ella se convertiría en el árbol, en el agua y en todo.
Y el día llegó, y la anciana ofrendó su alma al universo. La esencia etérea de su ser impregnó el aire, dibujando su rostro en el cielo; pero su rostro no lucía decrépito como recién, sino joven, renovado, símil a las flores que brotaban del árbol junto al río.
Hambre
Esteban Dublín
Antes de lanzarse sobre Madame Bovary, Cómell Litreas siente un
incontenible deseo de ir al baño. Se pone de pie y sale de la sala de lectura.
En cuanto lo ve salir, el libro cobra vida y se mueve tembloroso en busca de un
refugio. Crimen y castigo, otra de las obras desparramadas sobre el
escritorio, se arroja al suelo y se esconde detrás de una repisa. Ficciones de
Borges se apresura a escapar y de un salto se escabulle por la ventana, Lolita de
Navokov, Los viajes de Gulliver de Swift, un compilado de
cuentos de Poe y cientos de ejemplares más empiezan a huir aterrorizados, a
sabiendas de lo que les espera. Cuando el hombre vuelve del baño, todos los
libros que no atinaron a huir quedan inmóviles de nuevo. Cómell se sienta
frente a su escritorio, se relame y, como es la hora de la cena, devora el
primer texto que encuentra.
La criatura
Eri Echilley
Beowulf se adentró en la cueva de Grendel. La madre de
este último se llevó a su mejor hombre en venganza por la muerte de su hijo.
El
tío de Wiglaf, persiguió a la horrible criatura y se sumergió en la superficie
pantanosa de los aposentos de estas bestias, esto implicó mucho trabajo.
De
pronto, un llanto desmedido sorprendió a Beowulf y se vio peleando con unas
manos pequeñas y pegajosas.
Una
perfecta y pequeña criatura de rara especie balbuceó mi nombre y destrozó el
cuerpo de Beowulf. Victoriosa sostenía una página en la mano, mientras gritaba
“agutata, apurrrr".
Vigencia del miedo
Jorge Etcheverry
¿No te has detenido nunca a
contemplar algunas casas viejas que quedan en el sector Avenida Matta, casi el
pleno centro de Santiago, calle y ciudad que van como ejemplos? ¿No te has detenido a escudriñar la cara de
las viejas beatas que salen de la Iglesia de San Francisco los domingos,
después de la misa de 11? ¿Has visto la
expresión del público que repleta las salas que ocasionalmente pasan las
películas basadas en las novelas de Stephen King? ¿Has visto al inchi-mali, también conocido
como imbunche, en tus ocasionales correrías por la provincia de Arauco, y que
representa un poco el Alma Nacional?
¿Leíste alguna vez el Informe Rettig? El folclore de Chiloé y de la zona
del Maule te llenarían de espanto. Si
tienes los medios y la habilidad tecnológica, el torrente de degeneración y
crueldad que circula solapadamente en el mundo virtual de sitios web dedicados
a las últimas depravaciones del cuerpo, la mente, la cultura y el espíritu te
dejaría deprimido(a) por más de una semana. Trata por lo tanto de identificar
el lomo del dragón dormido que vela el (aparente) sueño de la ciudad. No hay que descuidar tampoco el papel aparentemente
insignificante que cumplen o cumplían grupos como el de Arrigó, el Poder Joven
de los sesenta, los Caballeros Americanos
del Fuego, que todavía andan por
ahí. Un grupo de sacerdotes ibéricos, orgullo de las congregaciones españolas,
no pudo resistir ese llamado.
Actualmente compiten con las machis en Arauco. Yo sostuve, en tiempos pasados, largas
conversaciones con algunos de ellos.
Ellos
Santiago Eximeno
No sentí miedo cuando ellos vinieron
y se llevaron a todos mis conocidos. No sentí miedo cuando los sustituyeron por
unos dobles perfectos, cuerpos sin alma que no experimentaban las sensaciones
más básicas. No sentí miedo cuando descubrí con pesar que no se relacionaban
conmigo, que nunca se acercaban a mí; que nunca me hablaban. No, en aquel
momento no sentí miedo. El pánico se desató cuando ellos vinieron a por mí y, tras observarme con atención durante una
eternidad, decidieron que no era necesario sustituirme.
Luna de la maldición
Carlos María Federici
Me estoy muriendo.
La vida se
me escapa en chorros escarlatas que no puedo contener. Igual que los demás...
Me descuidé. La horrorosa visión me conmovió de tal manera que olvidé la
prudencia. Debió de haber visto mi sombra... o quizás hice algún ruido.
Ahora está
a salvo. Yo era el único que sospechaba de él. ¡Nadie lo creería!... Parecía
uno de tantos, a pesar de su reserva y de sus costumbres algo raras. Yo fui el
único que recordó que él conocía a todas las víctimas. Y todas las muertes
habían ocurrido en noches de luna nueva. Y las heridas... ¡Solo uno de ellos
podía causar esas heridas!
Pensé en
las viejas leyendas... y me dediqué a vigilarlo de cerca.
Y ahora
confirmo mis sospechas. Pero me muero, y ya nadie lo sabrá...
Aún lo
distingo, aunque cada vez con menos claridad, erguido frente a mí sobre sus dos
patas blancas..., su repulsiva desnudez sin pelo, y su hierro tronador humeante
todavía. Y ríe... ríe, ¡con la espantosa risa roma de los lobos-hombres!
Castigo
Lídia Fedina
Cuando el cuchillo de Bicskás le apuñaló en el corazón, sintió una terrible ira por su propia muerte, pero no tuvo tiempo de reflexionar sobre la situación, porque comenzó la caída. En un instante. Lágrimas y sangre, repugnancia y terror mortal marcaron el camino. Era impactante revivir todo de nuevo, pero aún así tuvo que reír. ¡Este espectáculo no lo iba a ablandar! ¡Siempre había sido el fuerte!
Sabía que la inmensa habitación poco iluminada en la que había entrado era solo un escenario. De pronto, brilló ante él una luz gris dorada. Se sorprendió, pero lo abandonó la arrogancia que lo caracterizaba.
—¡Hola a todos! Me voy al infierno, ¿no? ¡No hay problema! Será mejor que hagan fila. Voy a enseñarle modales a toda la banda, ¿de acuerdo? ¡De todos modos ustedes no pueden conmigo!
La voz se le acercó con un zumbido penetrante y melódico:
—¿Crees que puedes evitar el castigo?
—¿No es castigo suficiente enviarme al infierno?
—Escucha el veredicto, humano. Regresarás a la Tierra...
—Eso no está mal...
—...¡pero ahora serás el débil!
Y solo entonces tuvo miedo.
Título
original: Bűnhődés
Traducción
del húngaro: Sergio Gaut vel Hartman
Imprevisto
Camilo Fernández
—¿Qué es eso al frente? —preguntó el capitán al oficial científico. Avergonzado, el oficial se incorporó de golpe en su butaca y comenzó a ejecutar rutinas en la computadora.
—Lo estoy analizando, señor.
Ante ellos se cernía una especie de nebulosa rosada, particularmente oscura en el centro.
—¿Tiempo para contacto?
—Cuatro minutos cuarenta segundos, señor.
—Sigo sin comprender de dónde salió.
Con el capitán observando de cerca, el preocupado oficial continuó el estudio de la nebulosa. Por momentos parecía alejarse, y aunque se movían a velocidad Warp 5 la distancia no se acortaba conforme a lo esperado. Calculó la composición del fenómeno, pero la computadora le devolvió “Desconocido”. Evaluó la masa y recibió “Infinito”.
—Descienda a Warp 1 —le indicó al navegante—. ¿Alguien me puede decir qué demonios es esa cosa?
—No estoy seguro, señor Parece una anomalía del espacio-tiempo; como una fisura. Recomiendo que la evitemos.
—¡Continuamos a Warp 5, señor y los controles no responden! ¡Nos acercamos a la anomalía!
—¡Evasión!
Ingresaron en el aura rosada, rumbo al centro oscuro. De repente, la nada los envolvió.
—¿Qué es eso al frente?
El volador
Marcial Fernández
Apagó
el televisor y la guerra contra el mal estaba declarada. Pedrito iba a ser el
primer niño Superhéroe. No obstante, para ello tenía que volverse diestro en el
arte de volar, acción que en realidad no presentaba mayor problema, pues tan
sólo consistía en saltar al vacío desde el séptimo piso de donde vivía y
extender los brazos como Clark Kent cuando se convierte en Supermán. Así que
Pedrito abrió la ventana de su habitación. Miró a la banqueta. Padeció vértigo.
Dudó un instante; lo pensó dos veces. Sin embargo, valerosamente se arrojó al
precipicio. Y "voló al cielo", según dice su epitafio.
Gestión de la
contingencia
Itzel
Alejandra Flores García
―Ayer lo vi.
―¿Qué dijo?
―Nada.
―Entonces, le habrás dicho tú lo de la
catástrofe.
―No me dio oportunidad.
―Entonces, ¿cómo va a saber que no debe
volver a salir?
―Es demasiado tarde. Los ojos le
sangraban.
―Ya veo. Será nuestro deber avisarles a
los demás del peligro.
―No será necesario, todos estuvimos en
contacto. El aislamiento fue la perdición.
Los quitapesares
Ruth Ferriz
He cumplido el ritual. Bajito, muy bajito para que solamente ellos me
escucharan, les conté mis penas. Los puse después bajo la almohada y esperé.
Todo inútil, mi deseo de que el hombre no regrese por la noche y me someta a
sus caricias, es en vano. La próxima vez, en lugar de los muñequitos, pondré el
cuchillo de la cocina bajo la almohada.
La era de los rescates
memoriales
Sebastián
Fontanarrosa
Esa tarde tuve
suerte de no haberle echado un ojo a la final de la Copa Libertadores. Meses
después del atentado pudo saberse qué el artefacto utilizado había sido
programado para encenderse al movimiento número 99. Marlengo, último jugador en
hacer contacto con el balón, activó aquél extractor de recuerdos sintonizado a
la energía vibratoria de expectación generada por el evento. Los psicohakers del espacio exterior
vaciaron de recuerdos futbolísticos a espectadores presenciales, virtuales e
incluso a los propios jugadores para luego cobrarles rescates “memoriales” a
cambio de oro a las instituciones desesperadas por recuperar a jugadores y
socios.
Las personas impresionables pueden saltearse este cuento
Daniel Frini
Dizque eran dos especies: los humanos y los t’ho’h’im (léase «tójim»).
Los humanos, bueno, sabemos cómo lucen. Los «tójim» eran parecidos a… nada. Ni
siquiera tenían estructura celular. Eran como una explosión constante y fría,
de la que, a veces, salían apéndices como rayos viscosos a modo de ganchos para
interactuar con el mundo físico.
Las
dos especies creían en un Dios único. Las dos tenían un Libro. En ambos libros
–las dos especies creían que era
Ambas
especies se encontraron en las cercanías de una estrella de clase G, en los
suburbios de la galaxia. Casi de inmediato descubrieron la cuestión teológica.
Hace uno coma siete E diecinueve períodos de radiación correspondiente a la
transición entre los dos niveles hiperfinos del estado fundamental
del isótopo ciento treinta y tres del átomo
de cesio, medidos a cero grado Kelvin, que humanos y «tójim» están en
guerra. Mientras tanto, el Dios, consciente de su metida de pata, mira para
otro lado, y silba, bajito, un tango.
El ojo del Hormigón
Ramiro Gallardo
Mi tío Miguel es arquitecto. Un día iba por la orilla caminando con Luis,
que también es arquitecto. Miraban un edificio que estaba construido muy pegado
a la playa y hablaban del hormigón, no sé qué cosa del hormigón y del edificio.
Yo era muy chico y los acompañaba en silencio: para mí, siempre ese edificio
había tenido los rasgos de una cara, como un rostro de perfil mirando de
costado hacia el mar: una inclinación de la fachada se asemejaba a la nariz,
unos relieves formaban la boca rectangular, y el ojo de buey del primer piso
parecía un ojo. Resultaba indiscutible la presencia de la cara, ¿pero de un
hormigón?
Con el tiempo
crecí y comprendí que aquella conversación no se refería en lo más mínimo a una
hormiga gigante, sino que hablaban acerca de la materialidad del edificio, del
hormigón, del hormigón armado. Pasó a ser una anécdota divertida de mi
infancia, se lo conté a mi tío y toda la familia se moría de risa. Siempre que
pasábamos nos descuajeringábamos. Hasta que un día de mucho calor y playa llena
se movió la arena y el ojo de buey se abrió, el ojo del hormigón que se paró y
se comió a una bañista. Y después regresó a su lugar.
Ahora en el
primer piso vive el encargado.
El nacimiento de la
nada
Boris
Glikman
El Universo
había renunciado a la materia. Los átomos, las moléculas y la solidez le habían
decepcionado: nunca cumplieron el papel que el Cosmos había planeado para ellos
y decidió dar al vacío la oportunidad de florecer en toda su miríada de formas
y permutaciones.
Y así, la humanidad, que vivía sus últimos
días, ya que toda la materia estaba siendo lentamente desmantelada para dejar
sitio a la nada, vio cómo nacía el primer bebé del vacío. Este niño no estaba hecho de materia, sino
más bien definido por contornos en el aire, por espacios vacíos, pero no
obstante era un ser real y el Universo albergaba grandes esperanzas para su
nueva Creación.
Título original: The birth of
nothingness
Traducción del inglés. Sergio Gaut vel
Hartman
Tribulaciones de un
escritor
Myriam
Goluboff
Cada atardecer,
al llegar del trabajo se encerraba con
el e-book y la computadora portátil, en
busca del anhelado silencio. La energía de su deseo iba modificando la
arquitectura que lo rodeaba. A medida que su baño iba creciendo, las habitaciones le cedían superficie y casi no dejaban lugar para el paso.
Un lunes, su esposa, preocupada porque
no aparecía, buscó la llave y entró. En la enorme bañadera no había nadie y el
inodoro, que había crecido en forma inquietante, no sostenía su cuerpo. Miró adentro y vio, flotando en la superficie del agua, el e-book
y la computadora portátil…
La
chica del domingo
Dora Gómez Q
Comencé a tener
una relación virtual con un señor de España. A veces cenábamos con el monitor
enfrente, con la ilusión de estar haciéndolo en persona.
El domingo, les conté esto a mis
amigas del club, que se alegraron por mí, y yo sentí alivio de que ya dejarían
de buscarme candidatos.
Ese mismo domingo conocí allí a
una chica, hermana de una compañera de tenis, con la que nos hicimos amigas.
Una tarde, en los vestidores, de
manera repentina, la chica me dio un beso apasionado, dejándome en estado de
shock. “Seguramente el hecho de buscarla todos los domingos para hacer todas
las actividades juntas, la confundió”, pensé
Mi terapeuta sugirió que tal vez me gustasen
las mujeres: que había salido demasiado pronto a buscar otra pareja, que
necesitaba un tiempo de duelo, y que tenía que hablar más de los motivos de mi
divorcio… ¡uf!
Pero como no soy lesbiana, sino
una mujer de valores morales, me sentí ofendida. Lo sucedido con la chica el
domingo, y lo que sentí, tal vez tuvo que ver con algún trauma infantil, y ella
no me estaba ayudando a resolverlo.
Cambié de terapeuta por otra que no era
freudiana y con la que me sentí más cómoda, ya que no hablábamos tanto de sexo.
El martes fui a buscar al aeropuerto a mi
amigo virtual, que dejaría de ser “una cara en el monitor”.
Los pasajeros iban saliendo, entre ellos una
hermosa pelirroja; tuve ganas de girar la cabeza para mirarla de atrás, pero no
lo hice, con esfuerzo mantuve la vista en la puerta de salida hasta que el
español apareció, saludándome sonriente.
No le había preguntado cuánto tiempo se
quedaría, aunque esperaba que no fuera por muchos domingos.
Caminé hacia él, también sonreí.
El
Nerón de los llanos
Juan Pablo Goñi Capurro
Me acusaron de loco, me expulsaron de la comisión de
festejos del club de bochas, me declararon persona no grata en el bar de Chito
y me prohibieron la participación en el torneo de canasta. Argumentaron que solo
un demente quemaba sus maíces a punto de cosechar, poniendo en riesgo a todo el
partido, para levantar una pirámide ¡de tierra!, que además estaba torcida. Ese
es el único punto que acepto; estaba torcida, sí, ¿cómo quieren que construya
una pirámide perfecta con una excavadora y de noche? Pero loco no estoy.
En una
asamblea convocada por el cura, que hubiera estado feliz de poder excomulgarme –castigo
imposible de ejecutar sobre quien no se ha bautizado ni concurre a la iglesia–,
dijeron que era un mal ejemplo para la juventud, destruyendo la propiedad
aunque fuera propia. Los más enojados eran Lizo, el dueño de las cosechadoras,
y Poroto, el de los camiones, a quienes mi acto había hecho perder dos
trabajos.
Callado
la boca, no les respondí, que pensaran lo que quisieran. Demasiado feliz estaba
como para deschavarme, explicándoles que había quemado el campo para disimular
el círculo de fuego, y que con la pirámide había tapado los metales retorcidos.
Que se quedaran ellos con sus propiedades y sus sanciones; yo me quedé con ella.
Y lo
volvería a hacer mil veces; que me sigan diciendo “El Nerón de los llanos”, ni
se imaginan lo que es vivir con una extraterrestre.
Estallido
de vasijas
Jorge Guerrero de la Torre
El doctor Cooper construyó una máquina del tiempo usando una
maqueta cinematográfica adquirida en e-Bay.
En el
viaje inaugural, fallaron los crono-nanocircuitos gravitónicos, y el físico
viajó hasta el inicio del universo, cuando el espacio-tiempo era una
singularidad de densidad infinita. La llegada de Sheldon y su aparato,
desestabilizó al punto primigenio haciéndolo estallar, y ambos –máquina y
hombre– fueron lanzados de vuelta al presente. Como todo ocurrió en menos del
tiempo de Planck, el doctor Cooper no tuvo conciencia de lo ocurrido, y
frustrado por el aparente fracaso, desmanteló la máquina.
Sin
embargo, esa noche soñó que era Dios.
Percepción
Lucila Adela Guzmán
Las frecuencias de luz que
perciben los humanos son decodificadas de manera tal que sus cerebros las
puedan entender, siempre tratando de asemejarlas a lo ya conocido. Solo
nosotros, que vemos un rango de luz ilimitado, las entendemos de esta forma
inenarrable. ¿Cómo explicar el color de la muerte a un terrícola? ¿Ve? Es
imposible. Así es que, yo que usted, ni lo intentaría. A ellos les gusta eso del
“eterno retorno de lo mismo”. Sin ir más lejos, el otro día encontré a uno que
me vio... ¡Sí! ¡Sí! Estoy seguro que algo percibió, pero cuando quiso
interpretar lo que veía, me colocó un gorrito rojo en la cabeza y me dibujó
duende.
Anastasia
Ricardo
Guzmán Wolffer
Es mi pulga
preferida. No sólo porque le puse un detector de respiración y escucho en las
bocinas de toda la casa cuando le da taquicardia o se sofoca; no, es la más
amigable. Bueno, conmigo. Es depredadora de garrapatas y liendres, lo cual ayuda
un poco a la higiene doméstica. A mí me lengüetea la cara en señal de amistad.
A veces me chupa los granos y escupe el pus amarillo. Si tengo el rostro limpio
es gracias a ella. A mis hijos no les va tan bien, pero es culpa de ellos:
insisten en bañarse y echar insecticida por toda la casa: como era de
esperarse, Anastasia les clava unos cuantos descendientes entre los calzones
para defenderse. Ya ni reprendo a mis hijos; al final, ella es mi mascota.
Hoy se ganó el respeto de todos. Los
vecinos de al lado, enojados por la invasión de los hijos, nietos, tataranietos
y decenas de generaciones expulsadas por el vientre de Anastasia,
contraatacaron con ácaros y gorgojos. Pues la tremenda Anastasia los aplastó a
todos: se subía a los nidos de pulgas del techo y paredes y se arrojaba con
odio frenético sobre los invasores. Uno a uno los fue reventando, mientras las
bocinas atronaban con su ritmo cardiaco. De los millones de combatientes, ni
uno quedó vivo.
Espero que Anastasia sea igual de
efectiva para luchar contra las ratas y cucarachas que se apelotonan en la
puerta de la entrada para comerse la pasta de insectos aplastados: debe ser su
delicioso aroma lo que los atrae.
Ángel de ébano
J.
J. Haas
Los paramédicos
llevaron a Roger Bancroft a la sala de urgencias y aparcaron su camilla junto a
una anciana negra en coma. Roger seguía desmayándose a causa de la conmoción
cerebral que había sufrido en un accidente de coche, y sintió que volvía a
desmayarse mientras miraba sin comprender a la anciana.
Cuando perdió el conocimiento, sintió
que su espíritu se desprendía de su cuerpo, se elevaba en el aire y atravesaba
el techo. Ascendió por el hospital planta por planta y pronto se encontró
flotando sobre el tejado.
Allí le esperaba el espíritu de una
adolescente negra, desnuda, etérea y hermosa.
—¿Quién eres? —le preguntó.
—¿Acaso importa? Somos libres. —Ella lo
envolvió en sus largos y vaporosos brazos.
—Estoy casado —dijo él.
—Aquí no, no lo estás. —Ella lo besó
suavemente en los labios y pronto sus lenguas translúcidas se entrelazaron—.
¿Quieres? —le preguntó. Pero antes de que Roger pudiera responder lo rodeó con
sus piernas plumosas y él la penetró sin esfuerzo.
Cuando terminaron, ella lo soltó con
una sonrisa y flotó en el cielo sin él.
—¿Adónde vas? —preguntó. Pero ella ya
se había ido.
—¡Señor Bancroft! —Uno de los
paramédicos despertó a Roger—. Por un momento creí que le habíamos perdido.
—¿Dónde... dónde está?
¿Dónde está quién? Oh, la anciana. Me
temo que se ha ido. Pero parecía bastante tranquila, murió con una sonrisa en
la cara.
Roger volvió a recostar su cabeza
palpitante en la camilla y deseó poder haber ido con ella.
Título original: Ebony angel
Traducción del inglés: Sergio Gaut vel
Hartman
El terrícola
Michael
Haulică
Ha sido un
contacto muy agradable. Especialmente después de esa caricia prolongada desde
el espacio. Casi lamento el fracaso en la fusión. Pero estamos hechos de
sustancias incompatibles. De todos modos, me quedo con el recuerdo del toque.
¡Debo entender que no se puede hacer el amor con cualquiera en esta galaxia!
¡Curioso! Me he dividido. Ahora hay más
de mí. Soy múltiples entidades. Esto sucedió poco después del contacto.
Significa que de todos modos he
procreado. Eso es lo que he visto por aquí. Las entidades racionales, o lo que
sospecho que podrían serlo, procrean multiplicándose. En nuestro caso es al
revés. Procreamos fusionándonos en entidades más fuertes, más dotadas, más
resistentes.
¡Qué mentalidad tan extraña! ¿Cómo
pueden imaginarse que perdurarán dividiéndose, disipando su poder en fragmentos
progresivamente más pequeños, más insignificantes?
Cada vez me resulta más difícil reunir
mis pensamientos, formularlos. Esta división que no se detiene, la disipación
en el espacio, estos Yoes cada vez más diminutos, más débiles... Es difícil.
Muy difícil. Pero me he acostumbrado a la forma de ser de estas entidades, a su
modo de procrear.
Ahora los siembro. Aunque ya no me
queda nada del poder que tenía antes del primer contacto, cuando me llevaron
con ellos, pegado a ellos. Estoy aquí, así que debo vivir como ellos. Y aquí
estoy, siendo como ellos. Uno de ellos. ¿Terrícola, no es así? Parece que así
se llaman a sí mismos.
Título original: Pământeanul
Traducción del rumano: Sergio Gaut vel Hartman
Viviana
Rhys
Hughes
Allí estaba yo,
en la pampa, caminando entre la hierba como si no hubiera nada más que hacer en
la vida que dejarse acariciar, cuando ella vino hacia mí a toda velocidad sobre
su caballo, con las boleadoras girando alrededor de su cabeza. Las tres bolas
parecían pequeños mundos mientras atrapaban la luz del sol y yo estaba
demasiado distraído y atónito para tomar medidas evasivas. Ella lanzó las
boleadoras que se enredaron alrededor de mis piernas; quedé inmóvil, su
prisionero.
Me habían dicho que las gauchas eran
tan brutales y eficientes como los gauchos y ella demostró que los rumores eran
ciertos. Primero me ató y me colgó de su caballo y luego cabalgó sin prisa en
dirección a Buenos Aires, que estaba muy lejos de donde estábamos, al sur, en
la región de los duelos a puñal y el mate bebido en calabazas a través de
bombillas de metal. ¡Qué sacudida!
Pasaron las semanas y llegamos. Buenos
Aires me recuerda a París, más descuidada y desatendida, pero París misma puede
ser descuidada y desatendida, así que ¿quién puede comparar y contrastar con
certeza? Viviana me llevó por muchas escaleras y me dejó en un apartamento en
lo más alto edificio. Este sería mi hogar, mi prisión. Hice lo mejor que pude
para ella por la noche, entre sus fuertes muslos.
—¿Por qué te asombra que te haya
capturado de esta manera y te haya hecho mío? —me dijo—. ¿Qué piensas que son
los planetas sino las boleadoras del sol, que las hace girar una y otra vez
para lanzarlas hacia otra estrella, una estrella de la que está enamorado, una
estrella de Andrómeda, la galaxia más deseable? Él está esperando que ella se
acerque un poco más para asegurar su disparo. Ahora, ámame de nuevo, mi
querido.
Título original: Viviana
Traducción del inglés: Sergio Gaut vel
Hartman
Fugraine
Mike
Jansen
Miles de
acantilados, arrecifes, fiordos, glaciares y volcanes, Fugraine tenía tanta
actividad tectónica que el planeta era un paisaje constantemente cambiante de
agua y fuego, hielo y vapor. No era realmente lo que todos los visitantes
venían a buscar. Fugraine proveía para necesidades exóticas, sin importar cuán
extremas fueran.
Varias franjas de hierba estrechas
rodeadas de estabilizadores tectónicos albergaban los hoteles turísticos y las
pequeñas viviendas del personal. La población local vivía en casas flotantes de
piedra pómez, endurecidas y agujereadas, que podían los embates de las mareas y
la violencia de la naturaleza, lejos de los visitantes rudos y a menudo
desagradables.
Rara vez era necesario recurrir a la
policía extraplanetaria. Fugraine tenía suficiente violencia, incluso para los
humanos. Aún así, se había cometido un asesinato que requería intervención.
Hans Jungsen aterrizó con su skiv en la
larga bahía frente al hotel Tungsten. El director lo saludó y lo llevó
directamente al cuerpo del desafortunado turista.
El hombre, que había estado haciendo un
recorrido por los volcanes locales, parecía una estatua helada. Hans dio unos
golpecitos en el rostro del hombre. Duro, pero no frío. Rascó la superficie con
sus uñas. Sal, una capa gruesa, obviamente. A medida que investigaba la escena
del crimen, Hans recibió un mensaje del satélite que orbitaba y vigilaba al
planeta, que le advirtió de ocurrencias anómalas, como el inicio de un
terremoto, una erupción volcánica o ambas cosas.
Fugraine podría ser un planeta
violento, pero había una cierta justicia en el flujo de fuego que surgió de
debajo de los hoteles turísticos. Hans Jungsen vio la violencia y recordó los
acontecimientos bíblicos en los que también hubo personas congeladas en la sal.
Giró sobre sí mismo y corrió hacia el skiv, sin volver la vista atrás. Caso
cerrado.
Título original: Fugraine
Traducción del inglés: Sergio Gaut vel
Hartman
Basura de marca
Salma
Jilani
El gusano
continuó devorando ávidamente todas las hojas hasta que el árbol se convirtió
en un tronco desnudo y despojado y él en una gorda bola de mantequilla. La niña
se preguntó con decepción cómo un gusano tan gordo podía hilar seda con
eficacia, por lo que lo arrojó al agua de alcantarilla que fluía fuera del
huerto. Después de comerse toda la basura y el musgo de las aguas residuales,
el gusano hiló un tipo diferente de tela cruda que obtuvo una demanda mucho
mayor en el mercado que la seda más lujosa. La chica vio el nombre de la marca
en la etiqueta y pagó encantada el elevado precio del vestido, para lucirlo en
su Swayamvara, la ceremonia que se celebra en la India que las muchachas elijan
a su futuro esposo entre muchos candidatos.
Título original: Branded garbage
Traducción del inglés: Sergio Gaut vel
Hartman
Judas
Leonardo Killian
Entre los innumerables evangelios apócrifos que
conserva la rica tradición oral oriental, está el que cuenta una curiosa
versión de la llamada última cena.
Parece que el vino que alegraba la misma comenzó a escasear, lo que llevó
al Maestro a hacer recriminaciones cada vez más insidiosas a Judas quien, esa
noche, era el encargado de abastecer a los trece comensales con la bebida
necesaria.
Algo
picado, Judas le respondió irónico a su querido Rabí.
—¿Por
qué no repites el milagro de las bodas convirtiendo la insulsa agua de Galilea
en un buen vino griego, si es tan grande tu antojo?
El
Maestro, con gesto de fastidio le habría contestado algo que, traducido al porteño
coloquial sería:
—Flaco,
¿por qué no te colgás?
Flaco
era uno de los seudónimos de Judas dado su magro aspecto y su proverbial
palidez.
Otros
testigos, más alejados de la mesa, creen haber escuchado un: “¡Matate, Flaco!”.
La cosa es que por la mañana, preso de una de sus habituales crisis
depresivas pos alcohólicas, Judas hizo caso al consejo del Maestro y se ahorcó,
colgándose de una de las antiguas higueras que, según la tradición databan de
los tiempos del rey David.
Así,
como diría un tango, encontró el fiel y obediente Judas su trágico final.
La escalera
Roberto Rufus
Soy un hombre mayor, vivo en un tercer piso por
escalera. Ese día, tal vez porque regresé demasiado cansado de la calle, dos
pisos me parecieron tres. Quise girar la llave, un hombre de rostro familiar
con un bebé en brazos y un niño a su lado,
abrió la puerta. Pedí disculpas y
subí un piso más. Pero el suceso despertó mi curiosidad y al día siguiente
golpeé en la puerta del primer piso.
Abrió un joven de cabello largo y desgreñado, escuchaba música a todo
volumen. Volví a disculparme y seguí
escaleras arriba. Soy un hombre mayor y llego cansado de la calle, mi falta de
energías es una buena excusa para no averiguar quién abriría la puerta en el
cuarto piso.
Llaves
César Klauer
No supo qué pensar cuando la llave de la puerta de su
casa no abrió. La levantó delante de sus ojos, como si pudiera determinar si
aquellos dientes irregulares eran los correctos. Maldijo. Miró la puerta: Era
su casa. ¿Qué mierda pasaba? Examinó sus llaves. La primera abría la puerta que
da a la calle. La segunda, la puerta de madera del edificio. La tercera servía
para su departamento. La siguiente correspondía a su dormitorio. La última
pertenecía al armario. Resopló. Se rascó la cabeza y se fue a pensar debajo de
la escalera donde vive hasta hoy.
Ella
Ada Inés Lerner
—Y entonces apareció ella, volaba desde la luna —contaba él mientras intentaba sacarse el chaleco—, vestía de plata y traía un arpa de lágrimas. Después sobrevino la vida, nos hirieron el vino, la demencia, los delirios, la locura...
—Yo abrí esa botella de pena, con recuerdos y soledad, le serví un trago y comencé a hablar del miedo —dijo ella—. ¿Qué pretende usted de mí?
—Escribirás una novela. Comenzará con una tormenta y vientos fuertes, rayos atronadores… —susurró él.
¿Y para eso me trajiste hasta el bosque?, pensó ella.
Mi amigo
Claudia Isabel Lonfat
Desde que me levanto, nunca antes de
las cuatro, entro a otra dimensión, las titulo como si fueran historias. No son
hermosas, ¿para qué? Seria crear envidia entre sufrientes o regodearse en el
dolor ajeno y uno ya tiene su propio karma, nada que medio rivo no pueda aplacar, ¿verdad? Claro, de lo contrario, ¿cómo levantar
las miserias de dos perros viejos que cagan por todos lados? Los intestinos de
esos perros están muertos, junto con el resto de sus órganos, pero aún así se
agarran a esta vida de falsas ilusiones y no les puedo dar un rivo, sería inhumano. Me golpearían la
puerta las viejas protectoras de animales, por tener a los perros viejos y
destartalados, total, ¿a quién le importa que tengan como veinte años? Que
serían, actualizados, más de ciento veinte años de los nuestros, y yo no sé si
llego a los setenta. No aprenden más, me los van a querer sacar. Si los perros
respiran por mí, son mañosos, les cocino arroz con vegetales, se los licúo y
después se cagan en todo. Antes que se me pase el efecto del rivo, me tomo otro. Últimamente no
enciendo la radio, siempre hablan de Peluca y en esos casos tengo que reforzar
la dosis. Lo mismo me pasaba con Reposera y, en menor escala, con el que tocaba
las canciones de Almendra en lugar de gobernar. Y ahora esto, nos quieren
licuar a nosotros. Empiezan con nuestra guita, después… yo no sé rezar, solo
tengo un amigo, que me susurra al oído: duérmete.
Libres
Javier López
Ese día las puertas de todas las cárceles del mundo se
abrieron a la vez. A las 6 de la madrugada, hora UTC, los prisioneros oyeron
desbloquearse las cerraduras de sus celdas, mientras anunciaban por megafonía
que debían abandonar el presidio en menos de diez minutos. Recogieron sus
pertenencias y salieron sin terminar de asimilarlo, buscando incrédulos la
mirada de los guardianes, esperando que todo fuera una trampa. Pero nadie les
impidió salir. Ya sólo nos quedaba aguardar, dentro de nuestros refugios, la
reacción de los cuerpos de los condenados a la nefasta radiación, tras la
catástrofe nuclear.
Cenizas
María Elena Lorenzin
Todavía
le sorprende cómo logró sobrevivir a la erupción del volcán en Guatemala
y cuánto le costó convencer al oficial de aduanas en el aeropuerto de que ese
polvo blancuzco que llevaba envuelto en el vestido que usara aquel
nefasto día era un recuerdo del volcán, su más preciado recuerdo, lo
único que le había quedado de ese viaje que iniciaron juntos. El oficial,
poco convencido, llamó a un subalterno para que tomara muestras y las
analizara. Poco después, le devolvió el vestido con una sonrisa ambigua.
Es el
mismo vestido que lleva ahora mientras se interna en el mar para cumplir lo
prometido.
La
tarde se apaga y los últimos rayos del sol se reflejan con rubor en el
gran espejo antes de quebrarse en la playa. El oleaje la viste de
espumas y algo más.
Yamila
Víctor Lowenstein
Se me ocurrió llamar a Yamila, con quien no me hablaba desde hace cierto
tiempo. Marqué su número en el celular y por el Messenger de mi compu escribí a
Hernán, viejo amigo en común, comentando mi intento de comunicación. Hernán me
respondió casi de inmediato: “Yami falleció hace dos años. Un cáncer de
garganta terminal. Ni condolencias tuyas recibimos. Y ahora bromeás con algo
tan delicado.”
Quedé
estupefacto. No atiné ni a contestarle. Su respuesta era del todo impropia,
como si me culpara de algo. Quedé en shock, oyendo el tono del móvil, hasta que
una voz ronca me atendió tal como siempre lo hacía. Dijo y repitió “hola” tres
veces. Apagué el celu, la compu y la luz, y me fui a dormir. Quizá mañana
olvidase lo sucedido.
Mi mascota ET
Maritza Macías Mosquera
La kuiska, es mi mascota alienígena. Su peloplumaje va en degradé, desde el azul eléctrico hasta
un celeste aguado en la cabeza. Sus dos patas traseras parecían imitar a las de
una rana; en cambio, las tres delanteras son casi idénticas a las manos de un
chimpancé, pero el tono lila las diferenciaban de las de este primate. La nave
de la kuiska cayó hace como veinticinco años en el mar, cerca de la playa en la
que está emplazada mi casa, lejos de casi todo. No tuvo la menor dificultad
para salir del agua, ya que nada a la perfección y tan velozmente que podría
batir todos los récords existentes. Su apariencia es, de hecho, muy rara, y
aunque he tratado de compararla con algún animal conocido, eso es imposible.
Pero lo mejor de la kuiska es su buena disposición; va a todos lados conmigo y
jamás se molesta por nada. Fue difícil aprender a alimentarla, y cuando lo
asimilé, ya se había comido buena parte de las paredes de madera de mi casa.
Voces
Rafael
Martínez Liriano
La primera vez que escuché las voces
pensé que habían entrado ladrones, pero después de buscar por todas partes sin
resultado, decidí culpar a alguna alucinación. Sin embargo, las voces se
hicieron más frecuentes, no eran ya ruidos aislados, eran conversaciones
comunes y corrientes: niños riendo mientras juegan, y una pareja que pasa los
días hablando de sus asuntos. Por un momento pensé que serían fantasmas, pero
deseché esa idea cuando hablaron de la pandemia. Se refieren a esta maldita
fiebre española que de seguro nos matará.
Navaja de Ockham
Cristian Mitelman
No imaginan que el hombre muerto en la habitación contigua vio mi
rostro en el momento en que la navaja le incordiaba el pecho. La explicación es
compleja y se revierte al pasado: lo frecuenté en la juventud, seguí sus
andanzas, conocí ciertos secretos; sé que traicionó vilmente a una mujer. Yo
amaba a esa mujer.
Frente
a la iniquidad del mundo, me hice sacerdote. El destino volvió a presentármelo
en este convento.
Una
pelea que tuvo con un fraile fue la ocasión que esperé durante años. Esa noche
toqué la puerta de su claustro; no vio en mí al enemigo de horas atrás. Dejó
que entrara. Minutos después, lo maté con obscena impunidad.
Al
otro día comenzaron las indagaciones. Comprendí que más de un monje (por causas
diversas) deseaba hacer lo que yo hice. Dejé escapar una teoría que satisfizo
los ánimos: la explicación más simple siempre es la más adecuada. Me creyeron.
Todos tenían motivos para desear esas palabras.
El
monje que el día anterior había mantenido la discusión con mi velado enemigo
fue llevado por la soldadesca. No sé qué será de él. Acaso lo cuelguen en uno
de los nogales que convergen en la gran vía del Norte.
Ahora
debo seguir ahondando la teoría de la sencillez. Comienzo a derribar siglos de
escolástica y silogismo. Acaso de este modo surjan siempre las ideas.
Mirada
Iván Molina Jiménez
En 1969 mi bisabuelo se aproximaba a cumplir la edad que yo tengo ahora: setenta y siete años. Todavía estaba completamente lúcido, conducía un Rambler inmenso y cada diciembre posponía un año más su jubilación: era ingeniero. Le fascinaba contar cómo, a lo largo de su vida, el mundo en el que nació fue transformado por la electricidad, el teléfono, los automóviles, los aviones, la radio, las superautopistas, los rascacielos, la navegación submarina, la televisión, la energía nuclear, las computadoras y los viajes espaciales.
–¡No se imaginan siquiera todo lo que han visto estos ojos– solía decir.
El 21 de julio de aquel año, pasadas las dos de la tarde, sus diecisiete bisnietos, todos estudiantes de los primeros años de escuela, estábamos en la amplia sala de su casa: sin decir una palabra, contemplamos cómo, en su mirada infinitamente sorprendida, Neil Armstrong dejaba la primera huella humana sobre la superficie de la Luna.
Musas
Juan Manuel Montes
Los poetas
no creen en las musas. En vez de eso siempre se enamoran de una mujer de
belleza inalcanzable a la que aman en silencio y a escondidas. Por las tardes,
la siguen mientras sus obscuros cabellos se vuelven ocres con la miel del sol.
Ya de noche, estas atormentadas almas le dedican innumerables versos que
adornan con brillantinas y papel glasé. Por la mañana la ignorante musa
descubre que la puerta de su casa se encuentra tapizada de hojas y hasta su
auto rebosa de papeles febrilmente escritos. Ella, apurada por su clase de spinning, arranca los del parabrisas y
acelera por las inclementes calles de la ciudad. Sin saberlo, el viento y la
velocidad fabrican un pequeño otoño de poemas que riegan las avenidas. Por
estos versos, los enamorados le agradecen al dios del destino y recitan en voz
alta las enternecidas palabras. Y así las enamoradas creen que ellas son las
musas.
Vengador sucesivo
Diego
Muñoz Valenzuela
Lo atravesó con una certera
estocada y murió ipso facto. El desdichado contendor se derrumbó y el
espadachín lo abrió en cruz. Por el tajo salió un hombre más pequeño que el
anterior. De inmediato se tornó belicoso y atacó al asesino de su predecesor.
El diestro esgrimista se apresuró a darle muerte y cuando -de acuerdo a su
inveterada costumbre- lo destripó, de su interior emergió un enano furioso.
Aunque menudo, el chico era de cuidado; con un salto se precipitó al cuello del
criminal, que aprovechó el momento para demediarlo con un solo alfanjazo. Una
vez más, de los restos mortales surgió un vengador tan furioso como minúsculo.
Y así sucesivamente, hasta que el adversario alcanzó el
tamaño de un ínfimo mosquito. El espadachín no pudo asestarle ni un solo golpe,
y el ente microscópico se introdujo por el oído hasta el cerebro y le ordenó
cortarse en dos a sí mismo. Obedeció. No tenía a nadie más en su interior.
No son todas...
Relja
Antonić
Anoche conocí a una bruja
encantadora. Era Halloween y llevaba el atuendo adecuado. No hice ningún
comentario sobre su falta de originalidad, porque era muy mona: delgada, pelo
oscuro rizado, maquillaje verde... Yo también le gusté.
Era fuerte como el infierno: me levantó, me llevó como a una
novia a través del portal. Al salir de la fiesta, intenté ser gracioso.
—¿No son todas brujas por dentro? —dije, tratando de
parecerme a Bugs Bunny.
Entonces ella se volvió hacia mí: su maquillaje se modificó,
convirtiéndose en piel, la escoba se transformó en una escoba encantada.
Ahora estoy hirviendo en un caldero, esperando a que me
coman.
Realmente apesta ser un dios embaucador.
Título
original: Aren’t they all…
Traducción
del inglés: Sergio Gaut vel Hartman
Una muerte en
cómodos plazos
Lidia Inés Nicolai
El abuelo era metódico y puntual. Desde temprano
trabajaba en el jardín de nuestra casa hasta que mamá lo llamaba para comer. Un
verano, los pájaros empezaron a dañar los rosales y el abuelo, por cada rosal
dañado, plantó dos. Así, poco a poco el jardín fue abarrotándose y perdiendo su
antigua belleza. Un mediodía el abuelo no acudió al llamado de mamá. Entonces
ella, desconcertada, salió al jardín. El abuelo estaba parado en el centro con
los brazos extendidos a los lados y le dijo muy sonriente: “Lo que faltaba era
un espantapájaros”.
21357
Gustavo
Nielsen
Nos peleamos
con Carola justo al comienzo de la guerra del Golfo. Prince tocó media hora
menos de lo que esperaba la gente, y le cantamos "oleé, olé, olé, olein,
Saddam Hussein". Ella me dijo "no te quiero" y un Patriot de USA
interceptaba un misil francés. Lo vi por la ventana redonda de su aro. Lo
interceptó en el medio del círculo, y la explosión desbordó los límites de la
oreja y la cabeza de Caro. El cielo estaba verde musgo cuando empecé a llorar.
Me volví a casa caminando entre tanques y soldados, con la frente baja. Los
bolsillos llenos de arena. Bagdad.
Nadie me la
quitará
Leon Nunes
Contacto
de primer grado. La policía me ignoró. Ponerla en el baúl fue difícil. La
fronda cerrada tenía ojos-garra para dificultarme el trayecto. La sangre
escurriendo en hilazas. Demoré horas hasta encontrar la visitante (llegar al
local tampoco fue fácil). Me sentí un rey. Guardián.
Hice la parte sucia del trabajo. Estacioné el auto medio atravesado, medio en
declive. El motor prendido apenas para que los faroles la iluminaran. Primeras
señales encima de la casa; secuencia de extender la vista a kilómetros de
distancia. Linterna en la siniestra, hacha en la diestra. Golpe, ¡salivé!
Salpicó sangre en mi ropa; poca, sin embargo. Estaba a algunos metros. Mi
sueño: encontrar especie semejante, cara a cara. Golpe certero. Chillido
horripilante, situación temeraria. No contuve el ímpetu. Quería la emoción del
momento. Situé el haz de luz en su semblante. Solita. Me bastaba. Pecho
jadeante, el de ella y el mío; ella desfallecida, yo, excitado. Otro golpe.
Respiración lenta. La puse dentro con cautela. La traje a casa; su cuerpo hiede
en el garaje. No sé de dónde vino, tampoco adónde iba. Su cuerpo verde
comprueba teorías en las que creía. Me importa un bledo si en el planeta de
donde mi criatura vino hacen velorio.
Ella vino para quedarse. La amo. Sus escamas la hacen diferente a todas. La
deseo. Muerta. Y alienígena como es.
Versión
en español: Profesor Hector R. Corveiras Johnson
Romeo y Julieta
José
Manuel Ortiz Soto
El libro fue a estrellarse contra el cristal de la ventana, que
aguantó firme el impacto. Cuando el tintinar de vidrios rotos no fue más que un
temor sin fundamento, el bibliotecario abandonó su sitio en el sillón y
contempló satisfecho su obra.
—No
siempre se tiene tan grande honor —dijo levantando el libro del piso—; ser un
par de moscas haciendo el amor y morir aplastadas por William Shakespeare.
El
hechizo de Van Gogh
Araceli Otamendi
Buenos
Aires, septiembre de 2007.
Querido Vincent:
Sé que te debía esta carta y disculpame por haber entrado en tu cuarto
sin pedir permiso. Me he sentado en la silla, al costado de la cama, para ver
mejor el entorno. Esta habitación me hace sufrir un indecible hechizo y
seguramente, por eso escribo.
Quiero felicitarte por el éxito obtenido en tu última exposición, la
venta de tus cuadros ha sido increíble, los precios han subido mucho en
relación con la muestra anterior. Los críticos hablan maravillas de tu obra.
Sos un artista reconocido y amado, ejemplo para las generaciones venideras,
bien tratado por una sociedad que no solamente mide el éxito por las ventas de
unos cuadros. Ahora estoy frente a la ventana, apenas entreabierta; cantan los
pájaros y afuera se adivina un día de sol, aunque el aire está fresco. Sé de
tus desavenencias con Paul Gauguin, pero también sé que tu alegría es grande
porque él vendrá a la casa. Has pintado las habitaciones de amarillo, el color
más lleno de luz que se pueda imaginar. Me preocupa que tu violencia ante las
injusticias se transforme en algo contra tu vida y vos lo sabés también, por
eso pintás, por eso el arte, para que el sufrimiento disminuya y no sólo eso,
para que parte de la venta de tus cuadros ayude a los campesinos y artesanos,
los que tejen, los que no tienen nada.
Te mando un fuerte abrazo desde esta ciudad y este tiempo. Sigo bajo el
hechizo de tu cuadro.
Sorpresa
Delia
Margarita Aceves Pacheco
Las hojas caen en una enorme cascada, agitadas
por el fuerte viento. Yo apenas si me he movido de mi tienda de campaña; es
grato ver cómo cambia el clima y el entorno mientras mis ojos inocentes recorren
el exterior. Se oye el canto dulce de las aves del bosque, como el cardenal,
que se posa de rama en rama, siempre siguiendo un ritmo muy particular.
Finalmente me atrevo a salí de mi refugio, en este enorme bosque
templado de la Sierra Norte de Oaxaca. Retrato los bellos árboles a la luz del
sol con mi cámara y tomo fotos para capturar mi asombro.
No parece haber nadie, aunque quizá tras algún árbol estén escondidas
las brujas nativas que suelen transformarse en nahuales para comer el alma de los
seres puros que pasan. Seguro ya notaron la presencia de este incauto turista
de la ciudad.
Oigo el sonido de ramas secas que se quiebran. ¿Lugareños? ¿Animales? Un
chillido extraño hiere la tarde. ¿Alguien ríe? ¿Quién? Mi ánimo queda perturbado
por todos los incomprensibles eventos que me acosan. Ingreso a la tienda en
busca de seguridad.
De repente, algo salta de un lugar a otro y choca con la tienda de
campaña. El inocente turista, yo, tiembla de miedo. No es un ciervo, ni un
perro, ni un lobo. Se escucha de nuevo un quejido muy leve. ¿Acaso es un león?
Espero que no.
Y cuando parece que ya nada se mueve, la criatura ingresa a mi refugio y
grito de terror. Es una ahuízotl, un ser mitológico nahuált. No
quise creer las advertencias de los lugareños, que bien lo conocen, y jamás pensé
que terminaría topándome con ella. Mi escepticismo no ha servido de nada y me
preparo para morir.
La
palabra
José María Pallaoro
Cuando suponía que tenía hambre, mi padre me daba de comer. Aunque no
siempre. Aun así lo esperaba ansioso, se acercaba hasta el borde de la pared,
miraba hacia donde su intuición le indicaba encontrarme, y luego de su fracaso,
se iba. Pero antes, hacía el simulacro de alimentarme. Mi padre tenía esas
cosas, y otras curiosidades. El día de lluvia, o de las prolijas lloviznas,
envuelto en un pedazo de lona, llegaba, con su gorra marrón empapada, y
juntando los labios y haciendo un chirrido parecido al de algunos de esos
animales pequeños, me llamaba. Yo no salía, por temor, aunque sabía que al otro
sol o al otro, sería castigado. Él tenía esas cosas, extrañas. Lo extraño
surgió de una conversación acercada por el viento. De esa noche conozco
la palabra sin comprender del todo su significado. Un día mi padre no
apareció. Fue reemplazado, y no fue lo mismo. Aún extraño esos días de lluvia.
Aún extraño la melaza del viento.
Pasaje
Serguéi Páltsun
Los miembros del equipo de Darkforce estaban parados junto al portal
que conducía al calabozo, discutiendo sobre el monstruo de hoy. Algunos ya
habían salido victoriosos y orgullosamente mostraban los puntos de vida
ganados. Todos estaban de acuerdo en que los artefactos no funcionaban en el
monstruo, y que los pergaminos y libros de hechizos lograba detectarlos y
neutralizarlos incluso antes de que comenzara la batalla seria. Los bonos o las
habilidades de inteligencia y memoria desarrolladas fueron de gran ayuda. Pero
Darkforce no tenía ni pergaminos, ni libros, ni las habilidades necesarias...
Solo quedaba confiar en la suerte. Tomando un par de pergaminos de sus amigos,
Darkforce entró en el portal condenado. La cabeza redonda del monstruo, con sus
ojos de vidrio brillante, se cernía sobre la mesa justo frente al portal.
Darkforce cerró los ojos y haciendo clic al azar en la mesa. Hizo clic... y
sintió cómo algo cambió a su alrededor. Darkforce abrió los ojos y vio en sus
manos una hoja con el rune "Círculo de la Felicidad". El monstruo señalaba
con desdén hacia el portal. Claro, el punto de vida que el rune proporcionaba
era mínimo, pero debería ser suficiente hasta el próximo monstruo... En la
noche, a Darkforce feliz le llegó un sueño con la salida al tercer nivel con la
inscripción "Segundo curso". Y la sesión apenas comenzaba.
Título original: Прохождение
Traducción del ruso: Sergio
Gaut vel Hartman
Sobrevivientes
Ernesto Parrilla
Lo tenía de vista desde hacía tiempo, pero recién lo conocí
personalmente en 1927, en las afueras de un colegio inglés. Volvimos a
cruzarnos veinte años después, en una devastada Alemania.
La tercera vez que
coincidimos, Centroamérica estaba en ebullición. En los setenta lo encontré en
Argentina. Desde hacía tiempo que no nos deteníamos a charlar. Un saludo desde
lejos y cada uno seguía su rumbo.
En 1993 volví a
verlo, en Egipto. En vísperas del 2000 en Finlandia. En 2020, en una desolada
calle de Italia, en plena pandemia. La última vez fue en lo que era Japón, en
2031, hace exactamente cuarenta años. La sensible ausencia presagia su partida.
Me cuesta creer que
soy el último atlante con vida, pero es un aliciente saber que eso significa el
reinicio de todo, una vez más. Ojalá poder vivir también tantos años en la
próxima existencia.
Cercanías
de Plutón
Iván Prado Sejas
La nave “Nuevos Horizontes” pasó cerca a Plutón sacando fotografías del
planeta enano –que por cierto, no había sido tan enano como se pensaba–, y los
encargados de la NASA lanzaron gritos y hurras de alegría. Mientras que en el
Centro de Observaciones Espaciales de Plutón, dos asistentes de observación
plutonianas, que habían hecho el
seguimiento de la nave, reían a carcajadas por las fotos retocadas que los de
la NASA le daban a conocer a los pobres terrícolas.
Probar no cuesta nada
Fernando Andrés Puga
No es sencillo hacer el amor con una hembra de otra especie; ni hablar si cayó del cielo.
Son otras sus zonas erógenas y recorrer el mapa de su cuerpo se hace cuesta arriba cuando no estamos entrenados. Nada está en el lugar esperado, nada resulta como se preveía, vamos perdiendo el interés si no surgen las respuestas adecuadas a nuestros devaneos sexuales.
Lleva tiempo. Se sufre. Nos genera desconcierto. Nos espanta. Sin embargo, al cabo de un corto tiempo y si logramos superar las dificultades, el premio nos hará ver que bien valió el esfuerzo.
Adelante entonces. No hay nada más estimulante que abrirse a nuevas experiencias. Aunque después de todo, las hembras, aún las más cercanas, siempre nos parecerán extraterrestres.
Revolución
Mohamed Said Raihani
¡Viva Pugachev, líder de la revolución campesina! ¡Viva Pugachev, líder de los campesinos rebeldes! ¡Pugachev, viva!
“Viva Pugachev” era cantado por treinta mil campesinos alzados contra la política de la emperatriz Catalina II, agitando sus armas en el aire detrás de Emelian Ivanovich Pugachev, un desertor del ejército que afirmaba ser el emperador asesinado por la zarina. Le había prometido a sus seguidores que aboliría el sistema feudal, liberaría a los siervos y campesinos y les daría el control de la tierra que cultivaban.
Pugachev había encabezado la cabalgata en dirección a las grandes ciudades, confiado en su peso, en la lealtad de sus seguidores y en la bendición de los monjes a lo largo del camino, antes de saltar aterrorizado del lomo de su caballo, escapando hacia las rocas y arbustos del valle para evitar la frenética persecución de sus propios seguidores, que acababan de enterarse de que Catalina II daría una sustanciosa recompensa a quien le entregara a Emelian Ivanovitch Pugachev, vivo o muerto.
Título
original: Revolution
Traducción
del francés: Sergio Gaut vel Hartman
El Grimorio
Patricio Ramos Gatti
Bajo
la lúgubre luz de la luna gibosa, Asik Blackwell exploró los pasadizos
prohibidos de la antigua biblioteca de Nekrham. Sus dedos temblaban al
deslizarse sobre pergaminos polvorientos y tomos antiguos, cuyas cubiertas
parecían susurrar secretos olvidados.
Una inexplicable
llamada resonó en su mente mientras avanzaba más profundo, como un eco de
terrores primigenios. Encontró un volumen encuadernado en piel humana, sus
páginas impregnadas de la esencia de lo insondable. Al abrirlo, una presencia
ancestral se alzó, envolviéndolo en una neblina de pesadillas.
"Él que
aguarda en el abismo eterno, el devorador de sueños y la encarnación de la
locura cósmica", susurró la voz en la oscuridad, mientras sombras danzaban
a su alrededor. "A través del portal de la desesperación, lo
despertarás".
El aire se volvió
denso, y el arte decadente de las paredes pareció cobrar vida. Los murmullos de
antiguos cultos resonaron en la penumbra. Asik, ahora prisionero de un
encantamiento ancestral, se sumió en el abismo de su propia mente. Visiones de
dimensiones incomprensibles desgarraron su cordura.
En su delirio, se
encontró frente a un portal desgarrado entre dimensiones, una boca oscura que
exhalaba la esencia misma de la condena. Un ser indescriptible emergió, sus
extremidades de sombra serpentearon hacia él, fusionándose con su ser.
La biblioteca se
desvaneció, dejando solo un abismo sin fin. Asik, convertido en un testigo mudo
de la vastedad cósmica, contempló horrores que desafiaban toda lógica y
racionalidad. El tiempo, la realidad y la cordura se desmoronaron, y en la
eternidad sin forma, se convirtió en una nota discordante en la sinfonía del
caos primordial.
Amor
quirúrgico
Rogelio Ramos Signes
La
primera vez que me rompiste el corazón, me operaron y estuve internado hasta
después de las Fiestas.
La segunda vez que
me rompiste el corazón, escuché que el médico le decía al instrumentista que
estaba cansado de idiotas reincidentes.
Cuando sientas que
es inevitable romperme el corazón por tercera vez, te ruego que lo pienses. Me
he quedado sin obra social.
Congelado en el
tiempo
Frank Roger
El hombre sentado a mi lado en el bar giró de repente su cabeza hacia
mí y me dijo:
—Hay
algo que me gustaría contarle. Recientemente he hecho un asombroso
descubrimiento científico. Tras años de concienzuda búsqueda, he logrado
desarrollar una técnica para detener el flujo del tiempo. Esto representará un
hito en la historia de la ciencia.
—¿De
veras? —respondí amablemente—. Estoy impresionado. Por favor, muéstreme cómo lo
hace.
—No hay
problema.
El
hombre pareció concentrase, me miró fijamente a los ojos y dijo:
—Observe.
He congelado el tiempo.
—¿Cómo
podría ser aplicada esta técnica? ¿Qué posibilidades ofrece?
—He
congelado el tiempo —repitió el hombre.
¿Había
oído mi pregunta? Le hice unas pocas preguntas más, pero por toda respuesta se
limitó a repetir:
—He
congelado el tiempo.
Me
encogí de hombros, fui al servicio y cuando volví advertí que el hombre no se
había movido ni un centímetro. Le oí por casualidad diciendo 'He congelado el
tiempo' al hombre sentado a su izquierda.
Para mi
estaba bastante claro que la técnica para congelar el tiempo tenía un interés
limitado y muy probablemente no llegaría a ser el hito que su inventor había
esperado.
Título
original: Frozen in time
Traducción del
inglés: Santiago Eximeno
Publicado en
Efímero Nº 108
Quién sabe Alicia
María Cristina
Rolnik
Encontraron a Alicia frente al espejo. Vestía harapos y medias blancas,
zapatos de charol. Había fogatas de fotos, fotos de niñas sepias, en cada
rincón. Aferraba un frasco “Bébame”. Todos los relojes de bolsillo se
detuvieron. Desde entonces, té y lágrimas para los no cumpleaños. El críquet
continúa siendo el deporte nacional.
Periplo
Gloria Salas
Salió del hotelucho a ciegas. Necesitaba aire después de esos días encerrado. La calle mal iluminada le hizo pensar en que si la viera en una película francesa le parecería sugerente y en realidad era una porquería. La basura ventilaba miseria y los gatos trataban de hacerse la diaria.
El también tenía hambre y también era un pobre gato de barrio.
Sombras extrañas daban vueltas. Pensó: a lo mejor salen a desaburrirse del aburrimiento que viste la aburrida vida de los infelices que encima creen que si trabajan, comen y fornican decentemente van a salvar sus almas.
Antes soñaba con comerse al mundo. Pero se casó. Por suerte no tuvieron hijos que siguieran la ronda de reclutas de la rutina.
Sigue si marcha. Cautelosamente.
De pronto, la puerta. Saca la llave y entra procurando no hacer ruido.
La luna parece la ceja de aquella bailarina de cabaret.
la real
Carlos Enrique Saldívar
Mariela se preguntaba el porqué de aquel extraño sueño: se hallaba en su
cama, recostada, cómoda; en cierto momento se caía hacia abajo, como si el
lecho estuviese hecho de papel.
Estaba
sumergida en agua, era líquido marino, lo sentía salado, lleno de goce y
misterio.
Mariela se
percibía allí como una sirena que buscaba la liberación «simbólica»: salir a la
superficie para cantar y atraer a un marinero. Intentaba, mas no podía
abandonar el océano.
Esta noche
descubre que solo es una mujer que contiene la respiración.
La
verdadera sirena se aproxima a ella para devorarla tras el naufragio.
Haciéndolo después de mucho tiempo
Carlos Eduardo Sánchez
Nunca antes la había tenido tan cerca; me turbaba su perfume, lo hallaba
exquisito. A su lado, la música romántica que inundaba el lugar, sonaba lejana.
—¿Hace mucho que
no lo hacés…? —me preguntó con una sonrisa pícara.
—Que no hago qué —le
contesté, haciéndome el desentendido.
—¡No te hagás el
tonto! —protestó como una niñita—. ¿Alguna vez lo hiciste con una mujer como
yo? —insistió, mientras, abriendo los brazos, retrocedía, para que pudiese
verla completa. Estaba hermosa.
—No existe otra
mujer como vos —hablé mirándola a los ojos.
—¿Entonces?
—La última vez
fue hace mucho tiempo —dije avergonzado.
—Vení — expresó con
dulzura y me tomó de la mano, guiándome.
Mientras lo
hacíamos, me hablaba con afecto, como una maestra a su alumno.
Me había dicho
que sería sólo una vez, pero después, fue otra y otra… me costaba seguirle el
ritmo.
En cuanto pude,
le pregunté:
—¿Cómo lo hice?
—Aunque varias
veces me pisaste los pies, no estuviste tan mal —dijo sonriendo. Creo que
mentía.
Algún
uso debería tener
Federico Schaffler
La digna decisión estaba tomada.
La humanidad se
extinguiría por su propia mano, antes que doblegarse ante el invasor que
pretendía hacer de la Tierra su hogar.
Recibirían un
planeta muerto, radioactivo, difícil de limpiar. La victoria final estaría así
asegurada. De ninguna manera compartirían los humanos su planeta con nadie más.
Las explosiones
fueron simultáneas con la orden que recibieron los seres marinos de Atosh de
cancelar la invasión. Acababan de comprobar que las contaminadas aguas de los
océanos terrestres les eran fatales.
Tendrían que buscar
un nuevo hogar en algún otro sitio.
Guantes ensangrentados
Manuel Serrano
A mi hijo Álex
Al salir de la habitación me di cuenta de que mi vida no iba a ser la misma después de lo que acababa de pasar entre aquellas cuatro paredes. No sé si fue al mirarme los guantes ensangrentados, con el olor a hierro aún asentado en lo más profundo de mi cerebro, o cuando recordé los gritos y lamentos de la mujer mientras le cortaba la carne. Ese “instante decisivo”, sin embargo, estaba ahí, mirándome desde una esquina y recordándome en silencio que nada sería igual. Tampoco, aunque ella no lo sabía, iba a serlo para la niña. Seguro que no se acordaría cuando fuera mayor, pero alguien se preocuparía de contárselo. Yo lo había planeado miles de veces. Sabía perfectamente en qué ángulo tenía que entrar el filo en la piel, de qué dimensiones tenía que ser el corte. Cada paso estaba estudiado, pero aún temblaba de escuchar los llantos de la niña. Dios, era tan pequeña, casi parecía un juguete que no dejaba de llorar. Nadie me lo había dicho. Leerlo no es lo mismo que verlo con tus propios ojos. No dejé de temblar hasta que mi residente vino a darme la enhorabuena por mi primer parto.
Linaje
David
Slodky
Casi sin descendencia, estábamos extinguiéndonos. Languidecíamos. Nuestros
cuerpos pestilentes no tentaban mujeres que cobijaran nuestros purulentos penes.
Cuando accedíamos a ellas con violencia para lograr progenie, eran tal el asco y
el horror que abortaban luego.
Pero
ahora nuestra estirpe está repoblando la tierra: violamos sistemáticamente
niñas aterradas, idiotas contrahechas. La Santa Iglesia Católica, los Comités
de Bioética, los Grupos Provida, hacen el resto. Nuestro Señor, Belcebú, sonríe
satisfecho.
Carta a mi madre
Marina
Sosa
Ma. Vos y yo fuimos una sola. Yo sé qué
es eso de andar por ahí con alguien a cuestas, las burbujas, el movimiento
abrupto, un pie que busca comodidad. La psicóloga me pide que te escriba desde
el enojo y no puedo. Tal vez sea el terror de perderte, de pensar que un día
puedas no estar.
Yo creo que a las madres (y a los
padres también) habría que resetearlos antes de… si alguien hubiera sacado de
tu alma ese trato tan despectivo, las peleas entre tus viejos, la pasividad de tu
mamá frente a una situación que debió quebrarse de una… pero no. No se puede.
Vos no pudiste y así te fue conmigo y
con mis hermanos.
Yo creo que no creíste en mí todo lo
que debías haber creído. Mil personas en este mundo pueden creer en alguien
pero si su propia madre no lo hace es candidato a estrellarse contra el piso
desde una torre de cuarenta pisos.
No tengo ganas.
La penumbra de la violencia
La violencia deshace los colores, los desteje hasta dejarlos
minúsculos en las paredes. Lo oscuro se vuelve tentación, arranca raíces,
arruina los sentidos y los perversos se ocultan en cuevas libidinosas.
La vida de una mujer queda
destrozada, noches congeladas, inconsciencia letal en sus labios. Un dolor que
arde, cortado en pedacitos por todo el cuerpo. Las manos se tiñen de
gris, los días ya no tienen luz.
Náuseas no deseadas,
rostros ajenos, desconocidos con caras de monstruos que
golpean las calles con sus pasos.
Los ojos gritan, gimen
desde un fondo, el final es un relámpago que parte su pecho en dos.
Asesino
Yanni Tugores
Jamás había matado nada ni a nadie. Pero ahora estaba
dispuesto a hacerlo.
No
sabía por qué. Era un hombre incapaz de matar una mosca. Pero estaba decidido.
Lo movía la curiosidad de saber qué
sentiría al hacerlo.
Ella
estaba muy cerca de él. No le temía. Lo conocía de hacía bastante tiempo. No
sospecharía jamás que él podría dar fin a su existencia.
Se
sentía raro. Ya gozaba con la idea y estaba decidido. ¡Lo haría!
Sentado
en su sillón de mimbre, se hamacaba y pensaba. “Lo haré con un cuchillo. Con un revólver. ¡No, no! ¡Lo haré con mis
propias manos! Nada de ruidos, nada de sangre”.
Tarareaba
una vieja canción mientras cavilaba el maquiavélico plan.
Mientras
tanto, ella, caminaba tranquilamente por el jardín.
Al
fin se decidió. Se levantó muy suavemente y fue por detrás.
Ella,
abstraída, observando el suelo no notó su presencia.
Él
la tomó por el pescuezo. Ella, pataleó y luchó. Fue en vano. Él la apretó con
todas sus fuerzas. La desdichada, al cabo de unos minutos, quedó inmóvil.
Entonces
el asesino, orgulloso de su obra, gritó:
—¡Vieja,
ya te maté la gallina pal puchero.
En brazos de la mujer oculta
Tanya Tynjälä
En brazos de
Sofía, sintiéndola palpitar con cada uno de mis besos, mordisqueando sus
pezones, perdiéndome en su geografía, sus montañas, valles y selvas. Su olor a
hembra en celo me enloquece. Me olvido de todo cuando estoy con ella, de la
monotonía de mis días, de los estereotipos, de las imposiciones sociales.
Soy lo que ella
quiera: serpiente, tigre, dragón dorado o espada o cetro o lanza. Me pertenece
y es mi dueña. Me convierto en lo que ella necesite durante esa hora compartida.
Luego… lo de
siempre, la despedida furtiva, cuidando que los vecinos no la vean salir. Y
hago la cama, (pero no cambio las sábanas), empiezo a cocinar, esperando la
llegada de Miguel.
Abre la puerta,
murmura un saludo, finge un beso que apenas roza mi mejilla. Nos sentamos a la
mesa. Simulo escuchar con interés sus historias del día. Vemos la tele hasta
las 11 (“Porque mi santa madre siempre decía que para evitar el insomnio, había
que dormir antes de las 12.” Sí…sí) Nos metemos en la cama. Él se acerca
bruscamente, sin preliminares. Lo evito como ya sé hacerlo. Le digo que hoy no,
que me duele la cabeza y le doy la espalda para poder soñar tranquilamente… con
los brazos de Sofía.
Beso y la ciudad
Héctor Ugalde
El ciudadano se asombra de ver una larga fila. Sigue la cadena de personas y encuentra que todos están formados para probar suerte y besar a la Bella Durmiente.
Una multitud está reunida para presenciar tan extraordinario suceso. Hay cámaras de televisión y reporteros de otros medios cubriendo el evento.
Algunos avispados aprovechan para vender y ofrecer sus productos. Camas, colchas, batas, piyamas, pantuflas... ahora está de moda parecer dormido. También hay lociones relajantes, cremas humectantes para los labios resecos y otros artículos diversos, sin faltar por supuesto las camisetas con una gran variedad de leyendas.
Uno a uno van entrevistando a los candidatos hurgando en su vida para ver sí encuentran datos jugosos que aviven más el espectáculo.
Finalmente, después de varios días, se termina el interés y todo mundo vuelve a sus labores. Queda un reguero de basura y en el centro la mujer dormida.
El ciudadano, aquel del inicio del relato de los hechos, no se ha ido, ha quedado prendado de su belleza. Se acerca y la besa.
La Bella Durmiente despierta y le sonríe.
Se toman de la mano y se alejan en el atardecer...
Nadie ha visto esto, ni siquiera yo, porque el amor es un acto privado entre sólo dos...
La percepción de lo irreal
José Luis Velarde
El dibujo se compone de líneas desangeladas como si el ilustrador no hubiera querido mostrar la apariencia verdadera de su modelo. Al aproximarse, un observador podrá distinguir manchas coloridas que se expanden como si procedieran de una explosión, pero si el testigo incrementa la distancia que lo separa del boceto, la imagen comenzará a definirse con mayor claridad.
El espectador no podrá alejarse demasiado sin que regresen los trazos imperfectos. Nunca encontrará la verdadera distancia focal, aunque en ciertas fases del recorrido la juzgará exacta.
La impresión no durará demasiado por las sombras empeñadas en confundir el punto de vista ya impreciso. El testigo se alejará unos pasos antes de retroceder de nuevo. La duda irá en aumento al no poder describir con exactitud lo entrevisto. Sólo sabrá con indefinible certeza que ahí se oculta un espejo que repite algunos detalles de un rostro sorprendido al no poder reconocerse.
Ningún día
João Ventura
Sabía que iba a ser un día aburrido cuando la begonia no me dio los buenos días. Sé que llevaba una semana sin regarla, pero podría haber sido por la rabieta.
Salí de casa y el pastor alemán del piso de enfrente estaba triste porque había perdido a su dueño. Murmuré unas palabras, le acaricié la cabeza y seguí a lo mío.
Entré en la pastelería y la máquina de café no paraba. La noche anterior había estado en la feria de electrodomésticos y había encontrado una cafetera que ni te cuento... ¡y siseaba con el vapor para que nos imagináramos!
Su jefe no se atrevía a decirle que se callara, por miedo a que ejecutara la hipoteca que había ganado jugando a las cartas.
Pagué con monedas de seis céntimos, y mientras él contaba el dinero, me bajé, agité los brazos y salí volando.
¡Vaya día!
Título
original: Dia não
Traducción del portugués: Sergio Gaut vel Hartman
Relato del comandante en jefe Miguel
María Angélica Vicat
Yo, Miguel, quedé a cargo del cuidado de la
gente de estos países dejados de la mano del Señor. Y ahora que todo ha pasado y
que a causa de una gran peste que no supe controlar no quedó ninguno de ellos
vivo, debo contar cómo fue que Él nos abandonó. Quiero que me comprendan,
porque yo era su comandante en jefe. Gente de guerra, no de paz.
El Shaddai, mi Señor, creó este mundo. Para ello trabajó
seis días y luego descansó. El octavo día nos dijo:
—Estoy cierto que me faltaba algo: un animal que
llamaré “caballo”. —Y bajo una llovizna tenue de primavera, lo hizo. Le salió
un árabe blanco con largas crines, brioso, que trotó con fingida calma por la
playa desierta y al regresar lo miró torciendo un poco la cabeza, con una
interrogación en los ojos profundos y negros.
Mi Señor, suspirando, reconoció que nunca podría hacer
algo mejor. El animal era espléndido.
—Siempre lo
supe —me dijo—. No sé si lo entenderás…pero este
es el momento...
Y ahí fue cuando nos abandonó.
Ahora galopa por pampas y llanuras, a lomos de su más
perfecta creación…
Y yo, aquí, trato de conservar todo… pero la verdad,
no sé, yo era un Jefe Militar, tal vez alguien con más experiencia en esto… no sé,
digo. Eso pasó y Gabriel y Rafael se borraron y bueno… eso es todo. No se rían.
La oscuridad
Gabriela Vilardo
Escribió en una postal: “Mucha luz para todos”. La colgó en el arbolito
familiar. Sobre la mesa: restos de un pan dulce ya envejecido, una lapicera,
una remera sucia, un impuesto más que vencido, un vaso, el juguete de su nieta.
Invasores
planetarios
Abrahan David Zaracho
Los comandantes de la ocupación planetaria se detienen sobre la torre de
aquella muralla. Contemplan los escombros humeantes que otrora fue la capital
más importante del hemisferio.
—Mirando en retrospectiva, es irónico. Al final los terráqueos nos convertimos en los invasores alienígenas.
Alturas
José Luis Zárate
No
estás enojada. Triste, tal vez. Notas, como yo, el peso de la derrota. Sentada
en la cama esperas. Sé, sabes, que nunca más veré de nuevo tu espalda desnuda.
Inclinas la cabeza, tal vez piensas en decirme algo más, encorvada por lo
inútil que son las palabras cuando el amor se ha roto.
Veo los dibujos
en tu piel, la columna sobresaliente bajo la carne. Recorro lentamente esas
montañas sobre los paisajes de tinta. Siento el frió en la punta de los dedos.
Aspiro el aire tenue. Lleno mis manos de nieve. Siento, como todos los hombres
que han muerto en las alturas, lo que es ahogarse en el vacío.
Decrepitud
Jorge
Zarco Rodríguez
Nadie le obligaba a sentarse en aquel
banco que apestaba a decrepitud y carcoma, pero por otra parte, estaba
demasiado cansado y aquel puñado de tablas viejas eran el único asiento que se
había encontrado en manzanas a la redonda. Había una bicicleta a la vista, a la
que le habían levantado las ruedas a golpes de martillo, mientras el cierre
metálico del sillín apenas había opuesto resistencia a unos golpes que lo habían
desfigurado obscenamente, sin llevárselo. Se dispuso a sentarse y las tablas
crujieron bajo el. Pensó en los gusanos de la carcoma y su frenesí carnívoro.
Se ajustó el uniforme que encontró en aquel contenedor y quiso dormir un poco,
sin importarle si se acabarían rompiendo las tablas bajo su peso. El sol
empezaba a ponerse en el horizonte. Aquel era un asiento de todas formas, que
importaba lo hecho polvo que estuviera, aunque existía la hipótesis de que
cediera tarde o temprano. Una libélula chocó contra su entrecejo y pensó
durante unos segundos si no sería una alucinación, provocada por la exótica
comida del almuerzo, mezclada con azafrán, que había podido permitirse aquel
mediodía. Se restregó los ojos, se echó; y el banco reventó bajo él.
Doble trauma
Sergio Gaut vel Hartman
—¿En qué puedo ayudarla? —dijo el doctor Freud franqueando el paso de la joven para que ingresara a su consultorio.
—Soy Greta Samsa, la hermana de Gregor.
—Ajá —comentó el famoso psicoanalista que no tenía la menor noticia de la existencia de una familia Samsa en Viena.
—Lucho contra la fuerte atracción que siento por mi hermano —agregó Greta sin rodeos.
—Ah —Freud se pinzó la barbilla con el pulgar y el índice de la mano izquierda y sacó la pipa del bolsillo de su chaqueta con la derecha—. Ya veo que le preocupan sus pulsiones incestuosas. Podemos tratar eso.
—No es tan simple, doctor Freud —refutó la joven—; me tendrá que tratar por incesto y zoofilia al mismo tiempo.
Los autores: Álvaro Alcaide (Argentina), Alejandro
Fabián Alberto Aguirre (Argentina), Daniel Alcoba (Argentina/España), Maru
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