domingo, 31 de marzo de 2024

CUENTOS (BREVES) CONJETURALES (58)

YO, ESTÓLIDO CREYENTE

Carlos Enrique Saldívar

 

En las curvas de mi alma nace una respuesta; esta es indolora porque no es mía, sino ajena, una encantadora broma de suave exaltación recalcitrante, proveniente de preclaros escritores extinguidos que manipulaban mi cuerpo sin poder hacer yo nada al respecto.

Los escritores son los hijos de los dioses, su misión en la vida es contar lo que ocurre en el mundo de los hombres, no solo a los seres humanos, sino también a aquellos de otras galaxias. Al final solamente esto quedará: el testimonio de una civilización perdida que en un día de fuego será destruida por su propia torpeza.

Creo que nuestra existencia es pasajera, así que, ¿por qué no pensar que la inmensidad del mundo lo es también? Hay armas, odios, traiciones, el mundo es un lugar horrible, yo lo sé, de hecho los momentos más hermosos de mi vida los pasé en soledad, creando universos sublimes e imperecederos, en los cuales me perdía. Dios es testigo que quería hacerlo siempre para ya no volver, pero siempre terminaba despertando y lloraba a cántaros al sentirme tan solitario en esta inmensidad de desértico terreno urbano.

Me hubiera gustado nacer en un lugar menos violento, menos oscuro, pero heme aquí, un jovencito abandonado en la heredad del cielo y el infierno, rechazado por Dios, su padre, y por el demonio, un atractivo desconocido.

Mis manos tienen una misión y esta es: cuidar del firmamento, cantando con mi voz a las estrellas y al espíritu de los seres que habitan en cada una de ellas. Creo en muchas cosas; en mi patetismo y tontería, por ejemplo. Creo en casi todo, pero si hay algo en lo que no creo es en mí mismo, y he ahí el dilema más grande de todos, porque cuando pueda conocerme en un nivel absoluto podré quererme, adorarme. Por el momento, dedico mi vida (que es lo que hago mientras existo) y mi existencia (que soy yo mismo en cuerpo y esencia) a contarle a las criaturas del universo pleno aquello que acontece en mi planeta, un lavadero donde los dioses destilan sus lagrimas, un inodoro donde los demonios depositan sus inmundicias.

Esto es en lo que creo: mi planeta, la redondez de esta esférica pelota de cartón con la que juego al ajedrez de mis pensamientos y casi siempre pierdo. ¿Qué es lo que hago? ¿Cuál es mi drama?, me pregunto a veces, mas no puedo responder esas interrogantes, ya que soy una hormiga gigante que no es capaz de soportar el peso de sus propias esperanzas.

Hay otras cosas en las que creo y son: las sombras de aquellas mujeres que amé, amo, amaré y que quizá nunca llegue a amar, pero las tengo dibujadas en bocetos dentro de mi carne, quilotras de hielo, amantes náufragas que despiertan contentas en las islas de mi creatividad. Creo en la pureza, en la armonía, en la fuerza ordenadora del universo (que es el hogar de Dios). Creo en quintaesenciar el vacío, en construir hogares para los animales inferiores, en cultivar plantas parlantes que reciten dulces poemas en los oídos de los hombres. Creo en la historia, en los tiempos del verbo, en el universo expansivo, en la infinidad. Creo en todos los pronombres (excepto el yo), en todos los sustantivos, hermosos adjetivos, adictivas canciones, en los sabrosos frutos de las mujeres, en el tierno fucilar del sol al amanecer, y creo también en el anochecer, distante fugitivo que nos impulsa al descanso, el cual nos lleva a tener sueños, fantasías tan sensibleras como esta que acabo de procrear, en la cual creo firmemente, ya que negarla sería igual que negarme a mí mismo que (muy a mi pesar) soy un contador de historias. O un aura: un hijo de todos los dioses.



 

Dicen que la vida pasa ante nuestros ojos antes de morir. En mi caso, cuando mi fuente de poder dejó de llevar energía a mi cerebro positrónico por una ráfaga de disparos que me convirtieron en chatarra, miré lo que acabo de narrar. No lo he vivido, siempre fui un robot de batalla, pero me hubiera encantado experimentar al menos una de esas palabras, salvo las que dicen que trabajaron en mi cuerpo metálico. Sólo me quedan veinte segundos de batería. Pude grabar este testimonio, en parte imaginativo, por si alguien lo encuentra entre los restos de la confrontación. No me tomarán en serio. Eso sí, habrán de deleitarse con mi primera y única ficción: poema, égloga. Un sueño dormido ya realizado. Me voy satisfecho.


Carlos Enrique Saldívar (Lima, Perú, 1982). Es codirector de la revista virtual El Muqui. Es administrador de la revista Babelicus. Publicó los libros de cuentos Historias de ciencia ficción (2008, 2018), Horizontes de fantasía (2010), El otro engendro y algunos cuentos oscuros (2019) y El viaje positrónico (en colaboración, 2022). Compiló las selecciones: Nido de cuervos: cuentos peruanos de terror y suspenso (2011), Ciencia Ficción Peruana 2 (2016), Tenebra: muestra de cuentos peruanos de terror (2017, 2018, 2021, 2022), Muestra de literatura peruana (2018), Constelación: muestra de cuentos peruanos de ciencia ficción (2021) y Vislumbra: muestra de cuentos peruanos de fantasía (2021). Gestor de la antología Unicornios decapitados (2023, Lektu).

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